El culebrón de Luis Bárcenas va para largo, demasiado tiempo para una causa que, hasta ahora, sólo ha ratificado el presunto latrocinio continuado de un antiguo senador de España, 18 años tesorero del principal partido político y gráfico aficionado a realizar peinetas y otros desaires.
Las acciones del personaje representan al extenso y nada selecto club del caradurismo español: desde sus acreditadas contabilidades en negro, a su afición por lo grotesco, pasando por el intento de chantaje implícito en sus mensajes públicos. Es precisamente en esa publicidad por la que sospecho que no hay nada más detrás ¿Ustedes creen que de ser realidad con lo que amaga, lo haría público? Sin dudas lo llevaría en el más profundo secreto, o es más idiota de lo que creemos.
No sabemos si Bárcenas guarda silencio sobre el reparto de sobresueldos por los despachos de Génova 13 u otros lugares de la extensísima geografía de la sinvergüencería nacional. Tampoco sabemos si el PP se financiaba fuera de la ley de partidos. Porque una cosa es tener incontinencia verbal, y otra poner las pruebas encima de la mesa de un juez. Lo que sí conocemos es, que el principal receptor de sobres era él y que esos sobres eran bastante abultados.
Bárcenas es un preso en libertad condicional, tiene saludos, amigos y expresiones carcelarias. Según los informes policiales, ha demostrado una facilidad extraordinaria a la hora de cometer delitos que manipulan la verdad, pero también goza de un montón de cámaras y micrófonos puestos a su disposición, o mejor dicho, puestos a disposición del escándalo; que al fin y al cabo es lo único que parece buscar con sus declaraciones. La cuestión es que Bárcenas no debería tener en vilo a la democracia española. No debería gozar de credibilidad alguna, sobre todo cuando apunta que su dinero era el único de procedencia legal ¡Anda ya!
Otra parte del asunto es que todavía no exista sentencia alguna, firme o no, sobre el caso. Lo que, desafortunadamente, es algo normal en el sistema judicial español. Esta dilatación en el tiempo del proceso hace que se diluya la sensación de justicia que trasciende a la ciudadanía, y con ello aumente la desconfianza en un sistema en el que, parece que todo delito de corrupción queda impune.
Es triste tener siempre la sospecha de una mezcolanza judicial y política. Con las elecciones a la vuelta de la esquina, parece arbitraria la eclosión de un nuevo capítulo de este renovado lazarillo español. Por un lado, unos pensarán que la decisión de la libertad condicional es demasiado generosa; y por otro, que la reaparición en todas las portadas son un torpedo más al ya tocado PP.
Por si a alguien le quedan dudas sobre “el peinetas”, debería saber que todavía no ha devuelto un céntimo. Sus cuentas están bloqueadas pero eso no implica que forzosamente pasen a las arcas públicas.