En estas tardes veraniegas del mes de julio, y a la hora de la siesta, suelo sentarme en mi sillón favorito para ver, en la tele, la correspondiente etapa del “Tour” de Francia.
Aunque a veces me invada el sopor, la verdad es que sigo con más fijación las de montaña, que, sin duda alguna, resaltan por su espectacularidad.
Una de las facetas de estas transmisiones que más llaman mi atención es la del público que sale a las calles o a las carreteras para ver pasar a los corredores, en muchas ocasiones portando banderas de sus respectivas naciones o regiones. Entre ellas, predomina -como es lógico- la francesa, aunque suelen estar bien representados los distintos países de procedencia de los ciclistas. Banderas italianas, alemanas, noruegas, polacas, británicas, esradounidenses, etc. Y también -¡como no!- banderas españolas y de algunas de sus Comunidades autónomas.
Pero en esto de “nuestras” banderas he venido observando, con tristeza y preocupación, que no existe la natural y lógica unanimidad que se produce en las otras naciones. A veces, la bandera constitucional de España, la que hace siglos quedó instituida y la que desde entonces ha imperado, con la breve interrupción producida durante la II República, es sustituida por la que lleva la franja morada, ondeada por algunos nostálgicos; la cuatribarrada catalana la hemos visto en demasiadas ocasiones reemplazada por la llamada “estelada” (la de la estrellita), representativa del independentismo... Otros, vascos, no se conforman con su profusa “ikurriña”, sino que prefieren exhibir -con una actitud en la que que parecen estar citando a un toro- ese trozo de tela blanca con la silueta, en negro, de su imaginaria “Euskalherria” y el lema “Presoak etxera” (presos a casa). Este dichoso trapito lo he tenido que ver centenares de veces.
Pero esta semana, en una de las etapas pirenaicas, surgió, para mi, la más grata sorpresa. Se estaba coronando el famoso “col de Peyresourde”, y allí, en las cercanías de la pancarta que señalaba el final de tan duro ascenso, apareció, en la parte izquierda de la pantalla, una hermosa bandera de Ceuta, ondeada al viento, sin duda, por algún o algunos buenos caballas aficionados al ciclismo, Durante unos segundos, el blanco y el negro de la bandera ceutí, honrosa herencia de Portugal, con el escudo en el centro, ocuparon un significativo espacio de la imagen televisada. Después, la moto del cámara siguió su camino, pero en mi mente quedó fijado aquel bello instante, verdaderamente emotivo para quienes amamos a nuestra tierra.
Gracias, de corazón, a quien o quienes me proporcionaron tan inesperada como inolvidable alegría.