Con el particular sonido de su silbato, Baldomero Santiago llega a todos los barrios de nuestra ciudad como el único afilador callejero que sigue en activo en Ceuta. Lleva 55 años dedicado a esta profesión, ya en desuso. Fue un pariente suyo el que le enseñó este trabajo para ganarse la vida. Desde entonces, no ha tenido competencia.
Pero este hombre no siempre se dedicó a afilar cuchillos. Cuando se casó, como muchas personas de la época, decidió emigrar a Barcelona, donde estuvo trabajando varios años hasta tener a su primer hijo. Fue entonces cuando volvió y tras varios trabajos, terminó en este oficio. “Un pariente mío tenía una bicicleta y me dijo que me la dejaba de lunes a viernes ‘y el sábado y domingo para mí, y así te buscas la vida’. Me enseñó cómo se hacía y hasta hoy”, recuerda mientras una vecina le trae un puñado de cuchillos para afilar.
Pero como en todos los trabajos, el oficio de afilador también ha evolucionado. Atrás quedó la bicicleta con la que Baldomero estuvo afilando cuchillos durante casi una década, pedaleando del revés para conseguir el mejor resultado. Aunque era mucho el esfuerzo y tuvo que aprender bien la técnica, bromea que, por lo menos, en aquella época se mantenía en forma.
Fue gracias al regalo de un amigo, un antiguo trabajador de la Empresa de Alumbrado, como obtuvo la Vespino que lleva más de 40 años utilizando. La consiguió adaptar y se ha convertido, hasta hoy en día, en su principal herramienta de trabajo.
"Yo soy el último que queda y el día que yo me muera, pues se acabó esto”
Baldomero reconoce que nunca ha tenido competencia y que en Ceuta este oficio siempre lo han mantenido un pariente suyo y él. Ahora es el único que queda, pero ya cree que es hora de jubilarse, aunque está encontrando ciertas trabas para lograrlo, pese a haber estado toda la vida trabajando. “Mi problema no es afilar un cuchillo, es un problema de jubilación”. Y es que de regreso a nuestra ciudad trabajó en la construcción y, posteriormente, haciendo muebles metálicos. Sin embargo, un accidente laboral le hizo perder cuatro falanges de su mano izquierda. Tras el cierre de la empresa fue cuando comenzó a trabajar afilando cuchillos, dedicando más de media vida a ello. Ahora su intención es jubilarse, pero la actual normativa laboral lo dejaría sin nada.
A sus 74 años cree que es hora de tener un descanso, sin embargo sigue trabajando para tener un sustento diario. El negocio ya no es tan fructífero como antes y los clientes cada vez son menos. La gente prefiere comprar un cuchillo de menos valor antes de arreglar uno de más calidad. Sigue trabajando porque no le queda más opción.
Por eso sigue saliendo a la calle, con su Vespino, a ganarse la vida. Todos los viernes el Mercado Central se convierte en su espacio de trabajo y el resto de días recorre todas las barriadas de la ciudad, buscando el jornal. Mantiene sus clientes habituales y también algunos nuevos que salen al reclamo de su silbido.
Baldomero ya quiere descansar, son muchos años de trabajo y una profesión cuyo futuro solo le augura unirse a aquellos oficios de antes, esos que ya sólo residen en la nostalgia de unos cuantos. “Esto ya se ha acabado, es como el zapatero, el barquillero, el que hacía la garrapiñada, con el olorcito que dejaba en todo el Paseo de las Palmeras... Yo soy el último y el día que yo me muera, pues se acabó esto”.
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