Opinión

Bajo el iceberg: ¿una psicología de lo íntimo?

[...] la lengua mía, en la que expreso mi intimidad, es la del Otro. J.A. Miller, Extimidad (2010) Somos un misterio para nosotros mismos. Resulta tentador pensar que, en el océano de nuestra propia existencia, existe la posibilidad de enfundarse el traje de buceo y descender bajo las aguas de lo desconocido; comprobar la parte hundida de nuestro iceberg, esa masa de hielo que nos hace la vida imposible.
Dentro de las terapias psicológicas disponibles hoy día, se piensa que, si se elige el psicoanálisis, se está optando por una vertiente "profunda", por un camino hacia las zonas "más oscuras" de la intimidad. Que se está enfundando uno el traje de buzo. Tratándose de la subjetividad, de la mente, de la psique o como queramos llamarlo, convendría precisar a qué nos referimos con esa intimidad.
Se diría que nos movemos con un sentido común en el que se da por supuesto que hay dos caras del iceberg bien diferenciadas. Por un lado estaría la parte visible de la roca de hielo, el cuerpo humano; por otro lado estaría el pico del extremo más hundido, el alma. Entre los dos lugares habría distintas escalas de grises: la mente quedaría cercana al alma, es decir, se situaría lo suficientemente "abajo" como para considerarla en las profundidades.
Cuando uno trata de tomarse en serio qué implicaría una intimidad así definida, los problemas comienzan a multiplicarse. Es muy difícil sostener esta idea de profundidad. Incluso si nos mantenemos a un nivel neuronal (que desde luego no es el nivel del psicoanálisis), nos resulta imposible volver operativa esa idea de profundidad. ¿O vamos a pensar que las neuronas que se encuentran "más al fondo" son las que contienen nuestros recuerdos más íntimos?
El psicoanálisis, de todas formas, no tiene su fundamento en la disposición neurológica, sino (y esto quizá pueda sorprender) en los actos de habla. Uno va al psicoanalista a hablar. Si lo que tenemos es una enunciación, unos sonidos, unas palabras en el aire (por unos segundos), ¿se puede aseverar que haya "profundidad" en esas palabras? La realidad es que no. Sea lo que sea que esté en juego en el psicoanálisis, se encuentra en la superficie, en la palabra que sobra o en la que falta; la palabra que enloquece o que sana se encuentra al mismo nivel que las demás, al menos en el momento de su emisión.
Pero todavía hay que llevarlo más allá, porque hay que cuestionar el mismo concepto de intimidad, es decir: verificar si íntimo es lo que está "dentro". Para comenzar, diremos que nuestro ser está formado por la lengua. Antes de que nazcamos y durante nuestra gestación y desarrollo, somos hablados por las personas que nos crían. Nos donan el lenguaje, un lenguaje particular no solo porque será diferente según donde uno nazca, sino porque lo hablarán unas personas concretas, con una forma de decir propia y una enunciación particular. Por decirlo de otro modo, no recibimos un lenguaje neutro, recibimos nuestra lengua materna más toda la mezcla de miedos, cargas, deseos y expectativas de los que cuidan de nosotros.
Si lo que nos constituye viene de fuera, si somos formados a partir de las palabras de otros, ¿tiene sentido pensar que nuestra intimidad es lo que queda "dentro"? Los conceptos de dentro y de fuera se quedan cortos ante la constatación de que estamos formados a partir de los anhelos de nuestros cuidadores, y eso, ¿dónde sitúa a la intimidad en concreto?
El psicoanálisis de orientación lacaniana no es una psicología de la intimidad, sino una experiencia de la palabra. Esto no impide que algo de lo oculto, de lo que cuesta decir (del iceberg), de lo que tiene que ver con lo que uno querría ignorar, no esté en juego. Lo está.
Pero el meollo de la cuestión se encuentra en la superficie, en la enunciación, en lo que de las palabras salpica. El psicoanálisis es una experiencia de mar abierto, de la sal de la superficie. No se trata tanto de bucear para comprender qué hay en el fondo, sino de resituarse con respecto al iceberg mismo: cuando uno bucea hasta el final, constata que allí no hay nada, solo el mismo tipo de hielo que arriba.
En el recorrido del análisis también podremos desenredarnos de algunas algas, aprender a esquivar las olas (a veces) y a aceptar que no siempre es verano. Quizá también podamos encontrar un destino al que navegar con ilusión.
Pero en la superficie.
*José Miguel García (josemigarmar@gmail.com) es psicólogo de la Educación

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