Mucho se está hablando y escribiendo en torno a la visita efectuada por José María Aznar a la ciudad hermana de Melilla con motivo de la crisis planteada desde el vecino país. Como conozco de sobra lo que piensa el ex-Presidente sobre las dos ciudades españolas de más acá del Estrecho -o de más allá, según se mire- he de decir que no me ha extrañado nada su gesto. Aznar es muy consciente de lo que significa y supone la integridad territorial de la nación, así como de las consecuencias que podría acarrear cualquier resquebrajadura de la misma, por lo que siempre defenderá al máximo, al igual que la de Melilla, “la auténtica e indudable hispanidad de mi querida ciudad natal hasta ahora llamada Ceuta”, como dice en la Tercera de ABC del pasado viernes nuestro ilustre paisano Manuel Ramírez Jiménez, Catedrático de Derecho Polìtico en Zaragoza y Miembro del Instituto de Estudios Ceutíes, por el cual -dicho sea de paso- algo tendría que hacer su patria chica.
Percatado de que en el fondo del actual problema subyace la clásica aspiración anexionista marroquí -las últimas declaraciones del Ministro de Comunicación del Gobierno alauita han venido a aclararlo sin dejar el más mínimo resquicio a la duda- Aznar viajó a Melilla, para expresar su solidaridad a los melillenses, así como porque no se había apreciado el menor movimiento del Gobierno Zapatero en defensa de aquella población y, de modo concreto, de las mujeres que forman parte de los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado, vituperadas e insultadas por su condición de tales, a las que se ha retirado de la primera fila de la frontera, es posible que para su protección, pero también dando el gustazo a los que no las soportaban allí, precisamente por su condición femenina. “Alianza de Civilizaciones”, vamos.
Me consta la certeza de la afirmación según la cual Aznar se interesaba en todos los Consejos de Ministros que se celebraban acerca de las medidas que se iban adoptando en favor de Ceuta y de Melilla. Y me consta porque hasta tres de los asistentes a dichos Consejos, de manera separada, así me lo han afirmado. Los Ministros han de guardar secreto acerca de las deliberaciones que se lleven a cabo en los Consejos, pero no sobre los temas que se hayan podido tratar. Deliberar es debatir los pros y contras de una decisión antes de tomarla, y de eso nunca me hablaron, sino solo y simplemente del hecho del interés por ambas ciudades autónomas reiteradamente mostrado por el entonces Presidente del Gobierno.
Tras el viaje de Aznar a Melilla, saltó a la palestra el inefable “Pepiño” Blanco, para decir que, siendo aquél Presidente del Gobierno, nunca había visitado Melilla, aseveración tan falsa que provocó su rectificación por parte del Secretario de Ciudades y Política Municipal del PSOE, Antonio Hernando, el cual, actuando como portavoz de la Ejecutiva socialista, hubo de matizar que Aznar sí había estado en Melilla -y en Ceuta, añado- cuando era Presidente, pero que no lo hizo como tal, sino como dirigente del PP. Por la boca muere el pez, porque con anterioridad, cuando se produjo el debate político sobre los viajes de Zapatero en el avión oficial Falcon para asistir a actos de partido, el Portavoz del Grupo Socialista en el Congreso, José Antonio Alonso, ExMinistro de Defensa e Interior, se apresuró a decir que esté donde esté, un Presidente “es Presidente las veinticuatro horas del día, haga lo que haga” (“El País”, 29-5-2009).
Precisamente en esa línea mantenida por Alonso, pero ignorada -cuando les conviene- por Blanco y Hernando, fueron las primeras palabras pronunciadas por José María Aznar en Enero de 2000, al dirigirse a un Auditorio del Siete Colinas repleto de público: “Estoy aquí, y soy el Presidente del Gobierno”. Una verdad como un templo.
Y como -según dicen- hay “excelentes relaciones”, confío en que no habrá habido marcha alguna sobre Ceuta la pasada tarde-noche. Es lo menos que puede esperarse de tanto afecto mutuo.