Opinión

Ay, qué risas

Hay gente que critican la seriedad con que castigas a tus hijos cuando sacan los pies del plato, pero ya les digo que a mí me da igual lo que piensen los demás con tal de no ir al Cuartelillo porque mi hija ha vejado a una mujer discapacitada.

No son las redes, no es la posibilidad, sino la mala educación y la estulticia que se apelotona en las entrañas de quien hace tamaña barbaridad. No es porque sean jóvenes. No es porque tengan tiempo de sobra, ni porque lo que no se le ocurra a una, se le ocurra a la otra.

En un domicilio de Conil retransmitido por Internet al mundo para mayor gloria de su hazaña, dos adolescentes han quemado el cabello y rapado a una mujer con una alta discapacidad por echar unas risas. Es la risa, saben, la culpable de todo. Esa risa vejatoria que sale de las gónadas en forma de impulsos instantáneos de humillar a los más débiles. Es la risa de las caídas, de las tomaduras de pelo (nunca mejor empleado), de los acosos escolares, de los videos más ruines y los políticos más nefastos. Es esa a la que ni los pensadores, ni los espiritualistas supieron ponerle remedio porque va tan cosida a nuestro ADN que quitárnosla arrancaría medio cerebelo. Hemos llegado a un punto con los críos que todo nos parece normal, como que hagan vida de adultos sin ninguna responsabilidad o que no se les pueda siquiera echarles una reprimenda. Les pondré un ejemplo…A estas chicas cuando la Guardia Civil las identificó, -ayudados por la ciudanía y sobre todos por esos sufridos profesores de Secundaria que no deberían llevar más que el nimbo de santidad-se las citó en la Comandancia. Y asistieron, acompañadas por sus madres, sin mostrar el más leve sentimiento ni de arrepentimiento, ni de culpa. Vamos, lo usual para estos tiempos. Por eso les digo que no son las redes, ni los orígenes de nuestra cultura, ni la risa fatídica grecorromana adobada con toques hebreos, simplemente es mala leche en pasta. Porque qué alegría hay en maltratar a una persona con una discapacidad de casi el 80 por ciento que ni siquiera se da cuenta de la barrabasada que le están haciendo. Qué hay más que consentimiento social, ningún castigo y los like que le habrán puesto o los comentarios insultantes que les dan vidilla en el mismo instituto donde seguro harán pellas o menospreciarán a sus profesores. No quiero conjeturar, pero ya les digo que la vida está complicada. Saben que mis hijos menores son adolescentes y ya les digo que no les llega la camisa al cuerpo para estudiar, hacer tareas, preparar exámenes y entrenar para las competiciones. Tener algo de vida personal consiste en jugar por Internet, ver videos tiktoqueros y alguna salida a centros comerciales o visionado de películas. Eso en épocas en que no se amontonan los exámenes o los entrenamientos. La vida es muy dura. Conil , pequeño. Precioso, pero pequeñito con gente que se conoce como yo las arrugas de mis manos. Lo siento por esas crías casi tanto como lo siento por esa señora que no se dio cuenta de lo que le hacían, para alivio de ella. Porque es frustrante, deprimente, lacerante y despreciable que estas cosas sucedan con la cantidad de logros que podemos llevar a cabo. Si se lo llegan a hacer a mi madre arde Roma. Se lo digo a ustedes que sé que perdonan mis arrebatos místicos. Pero mi madre tiene una discapacidad del casi el noventa por ciento, estando a buen recaudo en un hogar donde creo que está salvaguardada de todo mal, porque ya el tsunami del Alzheimer le ha robado bastante. Imagínense que la encontrara rapada y con el pelo quemado por una bromita que se sube a la red para ganar puntos por quien no tiene otra cosa que maquinar que en hacer la puñeta a quien no puede defenderse. Es bestial que hayamos llegado a eso la misma especie que talló el Miguel Ángel o que cada día se levanta para trabajar cobrando una miseria, los que ayudan a esos mismos discapacitados llevándolos a la playa en verano o la gente buena que siempre te recibe con un abrazo. No creo que sea la risa la culpable de nada, sino las malas entrañas, el poco castigo, la permisibilidad social o que no les hayan metido el móvil (con que lo hicieron) por la boca abierta del váter de su casa. Porque el móvil de un adolescente es su vida. Por el matan y por el mueren.

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