En los tiempos más intensos del nacionalcatolicismo, la Semana Santa era un periodo de recogimiento obligado. Se cerraban los cines y las salas de fiesta, se prohibía el juego e incluso en algunas localidades se restringía el tráfico rodado. No fue hasta los años sesenta, con el desarrollismo y la apertura al exterior, cuando el Régimen comenzó a mostrarse más laxo y se inició la transformación de ese tiempo en un periodo vacacional. Desde hace unas décadas, los españoles pueden escoger entre vivir un momento de recogimiento religioso y acudir a procesiones y penitencias, o disfrutar de actividades de ocio, e incluso de optar por ambas posibilidades durante el largo periodo vacacional.
Hace unos días, la rama juvenil de Caballas denunció la falta de sensibilidad del gobierno de la Ciudad al organizar la Semana de la Juventud coincidiendo con el inicio del Ramadán, por lo que la mitad de los jóvenes “se verán discriminados, y más cuando existe la posibilidad de organizar, dichas actividades, en cualquier otra fecha del verano, ya sea antes del inicio del Ramadán (se inicia entre el 7 y el 10 de julio) o después”. La reclamación resulta llamativa y supone un avance de la invasión de la religión, más en concreto del islam, en el ámbito público y los argumentos dados son, en el mejor de los casos, poco veraces. En primer lugar está la cuestión de la fecha, además de la dificultad que representa organizar unos actos atendiendo a unas fiestas religiosas que supuestamente no se sabe cuando empiezan, la semana de la juventud se programa habitualmente por estas fechas para no coincidir con los últimos exámenes, es decir se programa atendiendo al calendario escolar. El segundo, es la supuesta imposibilidad de participar en las actividades programadas por parte de los jóvenes musulmanes, un argumento que podría “colar” en Madrid o Teruel, pero que aquí resulta ridículo. El conocimiento que tenemos los ceutíes en general de las costumbres y comportamientos de los ceutíes de las otras religiones es bastante elevado, así que es sobradamente conocido por todos que durante el periodo del Ramadan, los musulmanes mantienen sus actividades habituales, acuden al trabajo y a sus obligaciones normales.
Es un mes de sacrificio mediante al ayuno y no supone la inmovilización de los individuos, por lo que los jóvenes musulmanes podrían acudir a las actividades programadas y al concierto, que se realiza bien entrada la noche, cuando ya se ha roto el ayuno. Pero lo más preocupante de esta reclamación es lo que supone de aviso a navegantes. Por un lado se trata de lo que Kymlicka denomina fuerte “restricción interna”. La petición de Caballas presupone que los jóvenes musulmanes deben cumplir con los preceptos islámicos con tal rigor que no van a poder divertirse durante este periodo quedando además estigmatizados aquellos que sean menos practicantes. No se reclama libertad de elección del individuo dentro del grupo sino sujeción al calendario religioso. Y para el resto de los ciudadanos supone la imposición de un orden de prioridades privado, el de una religión determinada. Estos jóvenes políticos parecen pretender que el resto de los jóvenes de otras confesiones (o aquellos que no tienen ninguna), tampoco puedan divertirse mientras ellos observan los preceptos de su religión.
Hace un par de años presente mi tesis sobre la convivencia en Ceuta y una de sus conclusiones era el proceso de islamización que vivía la ciudad, hubo quien la criticó por excesiva o por poco creíble.
La presión identitaria que lleva a cabo, en este caso, esta formación política, tiene como finalidad la adaptación del conjunto de la sociedad ceutí a su moral privada, y estos jóvenes políticos, supuestamente de izquierdas, no hacen sino confirmar mis tesis.