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Aventura en el país de las esmeraldas

 
Nuestro maestro, expedicionario jefe y protagonista de cientos de aventuras Miguel de la Quadra-Salcedo (Director de la Ruta BBVA), nos propone este año 2015, una nueva y fantástica aventura: descubrir un país siguiendo la Ruta Mágica de las Piedras Verdes, en el País de las Esmeraldas, Colombia.

Así fue cómo partí el 6 de febrero desde Madrid hacía mi nuevo reto, con la ilusión que todo expedicionario debe llevar en su mochila, aprender y conocer lo diferente, abrirse a los demás, estar listo para superar cualquier imprevisto, comunicar y saber escuchar, caminar y disfrutar de las maravillas que nos ofrece el viaje. Todo ello sin olvidar, como nos recuerda Miguel siempre, la necesidad de llevar libros para documentar nuestra aventura. Yo en esta ocasión llevaba cuatro libros: la Vorágine, de José Eustasio Rivera, sobre la que algunos autores afirman que fue, hasta la aparición de Cien Años de Soledad, la gran novela de Colombia, siendo hoy día pieza fundamental y obra maestra para entender el fenómeno y la dureza de la vida en la selva. También llevaba conmigo Desnudo en la Selva, de nuestro amigo Charles Brewer-Carías y las biografías de Jiménez de Quesada y Gabriel García Márquez.

El mediohombre
Mi primer destino en Bogotá fue ascender al cerro conocido como Montserrate, que se encuentra a 3.172 m de altitud y desde el que se observa la mejor y más increíble vista de esta ciudad, que fue capital del aguerrido pueblo de los Muiscas. Después disfruté de un recorrido a pie por sus calles que, como todos los sábados, estaban cerradas al tráfico para que los ciudadanos pudieran disfrutar de una jornada en bici a través de sus calles principales. El ambiente es magnifico, la gente se echa literalmente a la calle, se nota el espíritu vital de estos pueblos, las calles están vivas...Al día siguiente después de una hora de vuelo llegamos a Cartagena de Indias, en un aterrizaje fallido que nos hizo sentir como en una montaña rusa, casi con los pies por encima de la cabeza. El segundo intento fue mejor y conseguimos llegar a tierra. Aquí el protagonista es Blas de Lezo, el Héroe del Caribe, el Almirante al que apodaban "mediohombre" por faltarle una pierna, un brazo y un ojo. Sin embargo, eso no fue ningún impedimento para ganar la mayor batalla a los ingleses en la defensa de Cartagena de Indias en 1741. La situación era a todas luces de inferioridad para los españoles, ya que los ingleses capitaneados por el Almirante Vernon contaban con el mayor despliegue naval después de la batalla de Normandía, es decir, 186 naves, 2.000 cañones y 30.000 hombres frente a las defensas de Cartagena que solo podían enfrentar 6 naves y 4.000 hombres. Sin embargo, el ingenio de Blezo y su largo historial de victorias hicieron que los ingleses fracasarán y los españoles siguieran manteniendo a pesar de sus escasos medios y hombres la hegemonía de tan extensos territorios hasta la independencia en 1810. La importancia de esta victoria es tal que haber perdido esta batalla, Latinoamérica sería hoy de lengua inglesa.

Cuna del realismo mágico
En Aracataca, el pueblo donde nació Gabriel García Márquez, nos esperaba el Concejo Municipal en pleno, con un sol de justicia que hacía ponerse a la sombra a los más aguerridos. Visitamos la casa del telegrafista, la tumba de Melquíades, la estatua de Remedios la Bella y la Casa Museo del Premio Nobel.
Sin embargo, lo más interesante de Aracataca es su gente. En la Biblioteca Municipal nos encontramos a un grupo de personas reunidas para cerrar el período más duro de la historia de Colombia. Eran los afectados por una guerra que ha durado cinco décadas y que ha significado 220.000 muertes y el desplazamiento de 6 millones de personas. Ahora ha llegado el momento de restituir a todos las tierras de las que tuvieron que marcharse por causa del conflicto. El pueblo está convencido de que la paz es ya necesaria e irreversible.

El camino sagrado de los Koguis
Comenzamos la marcha en Castillete ubicado en el Parque Nacional Natural de Tayrona, un lugar paradisíaco repleto de fauna, palmeras cocoteras y arena fina. Por delante 25 km de aventura por recorrer. El día está esplendido, así que decidimos ir por la playa ya que el recorrido es más espectacular. A cada paso nuestros pies se van hundiendo en la arena, lo que hace la marcha más pesada. Sin embargo la brisa del mar, el azul de mar y el fascinante paisaje nos mantienen encantados. Mi compañero en la caminata es Ricardo Cifuentes, entusiasta de la Ruta, aventurero y gran amigo colombiano, que compartirá conmigo toda la jornada ilustrándome a cada paso con sus certeros y enriquecedores comentarios sobre la zona. Son las 09:30 de la mañana y tenemos por delante un día de marcha por el camino sagrado de los Koguis (descendientes de los Tayrona). Seránkua, el dios supremo según su tradición, guía nuestros pasos. El camino empieza a estrecharse por la subida de la marea y las olas chocan cada vez con más ímpetu sobre las rocas, por lo que seguir por la playa es imposible, ya que las mareas son tremendas y a cada paso hay carteles que avisan del fatal desenlace para los que toman esa opción: "en estas playas se han ahogado más de 200 personas". Intento seguir en dirección a la playa escalando las colosales piedras con gran precaución, pues me he criado desde pequeño en la Playa del Sarchal (Ceuta) saltando de roca en roca y pescando en las escolleras del Muelle Alfau... Hago un paso decisivo y pierdo el equilibrio, en mi desesperación no encuentro ninguna hendidura donde agarrarme y debido a la redondez y la humedad de la roca me precipito al vacío a una velocidad vertiginosa. Siento que voy a rebotar de piedra en piedra como una pelota y me temo lo peor, sin embargo, mi compañero Ricardo reacciona con la velocidad de un felino y me atrapa al vuelo con sus manos como si fueran garras, quedando todo en un tremendo susto.
Viendo este panorama nos toca escalar en dirección hacia la selva. El ascenso se convierte en una odisea debido a la maraña de ramas, raíces, árboles y arbustos sobre la que tenemos que caminar, siendo tal la densidad de vegetación que no tocamos el suelo. El calor, la humedad y el esfuerzo nos dejan deshidratados en unos minutos. Lo hemos sudado todo. Pero esto no es lo peor cuando uno va abriendo esta muralla de raíces y vegetación, pues lo más probable es tener un encuentro indeseable con alguna de las serpientes que habitan en estos parajes sobre todo con una de las más venenosas y agresivas la talla equis (Bothops asper). Normalmente las serpientes suelen huir con el ruido, sin embargo, si alguna no le ha dado tiempo a escapar se enfrentará a nosotros de manera mortal...
Finalmente encontramos una senda por la que conseguimos salir, respiramos y miramos atrás con alegría. Pero esta alegría va acompañada de cierta inquietud, pues al haber abandonado la playa nos encontrarnos ahora en una de las zonas con más afectados de todo el país por el chikungunya, virus que se identifico por primera vez en Tanzania, allá por 1952, surgiendo el primer caso en América Latina en diciembre de 2013. Los responsables de la transmisión son dos mosquitos conocidos como Aedes aegypti y Aedes alopictus. Los síntomas: fiebre alta, dolores musculares, articulares y de cabeza, pudiendo llegar a ser letal...
Seguimos la senda y conseguimos salir de esa tela de araña verde. Comienza entonces una sucesión de calas y de inmensas playas de color esmeralda rodeadas de la inmensidad de la selva. Durante el recorrido, nos encontramos con familias de indígenas Koguis que bajan de sus poblados a vender sus productos, cocos y plátanos, a los extenuados caminantes, siendo un revulsivo para poder seguir soportando el cansancio y la deshidratación. El terreno va cambiando pasando de la arena al barro, a piedras e incluso a la madera de largas plataformas que hacen un poco más ligero nuestro paso.
Después de atravesar tramos de playa y selva llegamos Arrecife, una zona de acampada para jóvenes con espíritu de aventura, un poco más adelante encontramos el Cabo San Juan de la Guía. El último punto antes de emprender la marcha que nos llevará hasta la zona arqueológica de Pueblito, también conocido como Chairama. Desde aquí nos esperan dos horas por un camino de colosales piedras que ascienden por la escarpada y tupida selva hasta 261 metros como si de una escalera se tratara. La subida es dura e intensa pero de una belleza espectacular. Además según nos cuentan y podemos comprobar estas inmensas rocas tienen el mejor de los sistemas de seguridad para saber si alguien que no es del pueblo se dirige hacia él. Algunas de ellas están sueltas y al pisarlas emiten un sonido profundo y grave que resuena en toda la zona, sonido que parece aumentar en el silencio de la noche, suponiendo una señal de alarma para los cojeéis que habitaban Pueblito. Ahora mismo la zona arqueológica está deshabitada y solo hay una familia viviendo en ella. Sin embargo, este lugar fue en su época, según describe Gerardo Reichel Dolmatoff (arqueólogo que durante años estudio a esta cultura), una ciudad con más de mil viviendas y entorno a 4.000 habitantes. Es un lugar increíblemente bello y armonioso, rodeado de un extraordinario bosque tropical húmedo. Según su tradición para este pueblo que vivía en total armonía con la naturaleza, nosotros somos los hermanos menores, porque no sabemos relacionarnos con la naturaleza. Los Koguis, por el contrario, son los hermanos mayores que deben enseñar a los hermanos menores a recuperar esa sabiduría de respeto y cuidado hacia todo lo que les rodea. Toda una lección para un mundo que no valora ni respeta a los pueblos indígenas, a pesar de atesorar una extraordinaria y ancestral sabiduría.
Nuestro último gran reto es el regreso, pues aunque nos encontramos agotados por la intensa jornada decidimos salir nuevamente a las pesadas arenas de la playa. Son las cinco de la tarde y está oscureciendo, la visibilidad disminuye en la selva, donde nos hemos adentrado de nuevo, los caminos se difuminan y es fácil confundirse en alguno de ellos. Nos encontramos en una zona pantanosa, con aguas estancadas, aunque lo peor no es eso sino el cartel que nos pone en alerta: "no acercarse presencia de caimanes". Salimos velozmente en dirección contraria, nuestros pies van más ligeros que nunca pues no queremos ser la cena de ningún cocodrilo hambriento. Son las seis de la tarde y hemos llegado a nuestro punto de encuentro. Han sido nueve horas de fascinante camino y de intensas emociones.

Caminando por la historia
Me encuentro en la Cordillera Oriental, en el departamento de Santander (Colombia), concretamente en San Gil. Desde aquí me dirijo hasta Villanueva punto de partida de nues-tra marcha por el Camino Real, una red de comunicación que cruzaba la cordillera y los valles en dirección al río Magdalena, principal arterial radial del comercio en aquella época. Aquí se conserva el Camino Real mejor conservado de Colombia. Sus inmensas lajas de piedra hacen de la empinada montaña una calzada serpenteante y una vía de comunicación extraordinaria cuyo trazado se asienta en los ancestrales caminos que transitaban los indígenas Guanes, los originarios habitantes de esta zona.
Estamos entrando en el cañón del Chicamocha que en lengua de los Guanes significa "hilo de plata en noche de luna llena", una hendidura entre dos enormes moles de montañas surcada por el impetuoso río que da nombre al cañón, un paisaje espectacular. Es muy temprano y un grupo de monos aulladores nos da la bienvenida con sus característicos rugidos, pues los sonidos que emiten son similares a los de los grandes felinos. El terreno es árido y desértico, salvo en las profundas vaguadas donde habitan los monos. Las montañas adquieren un color plateado con los primeros rayos del sol. Comenzamos a descender desde 1341 m, aquí el camino es estrecho, prácticamente una senda y no hay rastro alguno del Camino Real.
Al llegar al fondo del cañón encontramos las primeras casas de los escasos agricultores que aquí viven, fundamentalmente del cultivo del café. Unos kilómetros más adelante se encuentra el pueblo de Jordán, una pequeña población de apenas cuatro casas que ha mantenido a pesar de su aspecto casi derruido la esencia de la arquitectura colonial y cuyos habitantes son realmente hospitalarios. Tomamos aire y nos hidratamos pues nos espera la prueba de fuego, volver a ascender el gran desnivel después de cruzar el puente sobre el río, ahora sí, por el Camino Real. El sol nos da de lleno, y no hay vegetación que dé sombra, la sensación es la de estar en un horno cociéndonos a fuego lento. El desnivel es constante, el camino sube y sube y parece no tener fin. Nuestro paso se hace muy corto y lento pero es la única manera de poder seguir adelante. En mitad del camino encontramos una pequeña hacienda cafetera, lo cual agradecemos pues la temperatura alcanza los 40 grados, es nuestro oasis y nuestra salvación junto a un puñado de hormigas culonas nuestro avituallamiento. Aquí conseguimos agua y nos contentamos con poder estar sentados unos instantes a la sombra junto a los caballos de carga que nos miran asombrados pues no pasa mucha gente por allí. Toca seguir adelante por estas enormes lajas de piedra tan bien conservadas que asombran a cualquier viajero quinientos años después. Su trazado y su diseño están perfectamente estudiados para que la ascensión sea la mejor de las posibles. Nos emociona estar caminando por la historia, por lo que en otra época fue una arteria principal del comercio, las personas, los productos y también las ideas de ese extraordinario territorio que se llamó Nuevo Reino de Granada y hoy es Colombia.

(*) Jefe de Campamento Ruta BBVA.

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