Opinión

Avalanchas

  • “He escrito, he oído hablar y he leído acerca de los problemas que afectan a los polígonos del Tarajal, pero la visión de los vídeos de FAROTV ha servido para hacerme una idea más real”

He escrito, he oído hablar y  he leído muchas veces acerca de los problemas que afectan a los polígonos del Tarajal, pero la visión de los vídeos de “FAROTV” que últimamente se han publicado en este diario, ha servido para hacerme una idea más real respecto a la magnitud de tal cuestión.

Esa enorme aglomeración de porteadoras a las que los policías locales  tratan –con escaso o nulo éxito- de poner en cola, me ha traído a la memoria aquellas palabras que se atribuyen al difunto Hassan II, padre de Mohamed VI, actual monarca de Marruecos: Venían a decir algo así: “Comenzaré a temer a mi pueblo el día en que sepa guardar una cola”, palabras a las cuales, y en alguna otra colaboración, ya me  había referido. Porque, a lo que se ve, los marroquíes son totalmente reacios a permanecer, uno detrás de otro, esperando que les llegue su turno. Lo llevan en la sangre por puro atavismo, comportándose como ya lo hicieron sus antepasados.

Según mi socorrido diccionario de la Real Academia Española, una cola es, entre otras cosas, “una hilera de personas”, y “guardar cola” es “esperar vez, formando hilera con otras personas”. Cuando entré en internet para buscar la definición correcta de “guardar cola”, lo primero que atrajo mi atención fue la siguiente pregunta de  un aficionado a navegar por la red: “¿Qué quiere desir (sic) esta frase, que quiere desir (sic) guardar cola en España?”. El lector puede comprobarlo, si quiere. Ese “desir”  nos dice de por sí mucho, tanto acerca del lugar de origen de tal pregunta como de la ignorancia sobre lo que  significa en la práctica. Se ve que lo de guardar cola no está en los genes de los marroquíes, algo que convierte en tarea de titanes el intentar que lo hagan. Me temo que ni con una Bandera de La Legión se lograría poner orden y paz en los polígonos.

Como nos viene demostrando la realidad, tanto el esfuerzo que ha supuesto la construcción del puente denominado “Tarajal Dos” como, posteriormente, llegar a un acuerdo para su apertura, han resultado inútiles. Aquello ha seguido siendo una fuente de problemas extraordinariamente complejos. No solo se lucha contra el espacio disponible y contra la cantidad de personas cargadas como acémilas, sino también contra un atavismo, el modo de sentir de un pueblo que hace pervivir formas de ser venidas desde siglos atrás. Miles de mujeres marroquíes con grandes fardos a cuestas, que ansían salir lo más rápidamente posible para poder regresar y así ganarse mejor el sustento propio y de su familia, mujeres que no llevan en sus genes eso de “guardar cola”, constituyen una muchedumbre indomable, se haga lo que se haga.

Por eso, resulta lógica la medida de cierre temporal adoptada por las autoridades, aunque a la larga sería perjudicial para un factor que no debe ser marginado en ningún caso, el comercio “atípico”. Sí, ya sé que no todo cuanto hay allí contribuye a aportar  beneficios a la ciudad, pero debe reconocerse que una parte estimable de aquellas naves alberga a empresas locales con trabajadores también locales. Acabar de una vez con aquel activo gran centro comercial no sería  lo más oportuno. De actuarse así, aunque sin duda se solucionaría de raíz el problema, se crearían otros que afectarían gravemente a comerciantes y  trabajadores locales.

Pero la dura realidad nos demuestra que las cosas no pueden seguir como están. Por mucho que se haga, por muchos guardias que se destinen a los polígonos del Tarajal, nunca se conseguirá terminar con algo que esas mujeres llevan en los genes, y más cuando, si consiguen colarse y así volver, podrán llevar algún dirham más a su casa. No hay forma humana de lograrlo, mientras no se enseñe a esperar con paciencia, uno detrás de otro,  a un par de generaciones por lo menos. Contando con ello, y de todos modos, hay que insistir en la búsqueda de una fórmula mágica que sirva para evitar las aglomeraciones y las avalanchas, sin que ello ocasione los grandes perjuicios que un cierre total acarrearía no solamente para un número considerable de empresas y trabajadores en  Ceuta, pues ese movimiento comercial produce además efectos multiplicadores en la economía local, sino también en la parte de allá de la frontera, donde miles de personas perderían su único medio de vida.

Por tanto, serenidad, buen juicio, oír a todas las partes y, después, conseguir hacer realidad un consenso para poner en práctica la tan deseada como difícil fórmula mágica. Si es que existe.

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