María, Carmen y Fatima. Historias distintas de afectados por un mismo motivo: la ralentización fronteriza que tiene consecuencias no solo económicas, también turísticas y sociales
María. Ceutí. Cuatro horas para entrar de Marruecos a Ceuta, colas infernales y la mitad de las casetas de la Policía Nacional operativas para comprobar la documentación. Su salida ‘de puente’ al vecino país se convirtió ayer en un infierno, en un acto de desesperación.
Carmen Navarro. Componente de un grupo formado por ocho adultos y 7 niños. Cinco horas atrapada en la frontera. “Venimos a disfrutar de su ciudad desde Marruecos. Buscábamos alojamiento, restaurantes, hacer compras... y lo que recibimos son 5 horas perdidas. La próxima vez iremos a la península”, denuncia.
Fatima Mohamed. Trabajadora en una casa, asegurada, la familia que la tiene desde hace años contratada paga el máximo de seguro para que cruce a diario y ayude en el cuidado de tres niños y una persona mayor. Ayer consiguió cruzar a Ceuta a las 11.00 horas, esta semana ha sufrido golpes en la entrada a la ciudad y ha habido días en los que su llegada al lugar de trabajo ha sido a las doce, cuando se le contrató para entrar a las 8.30 y así llevar a los menores al centro escolar de referencia.
Historias cada una particular. Historias que han sido trasladadas a este periódico en una semana sin porteo oficial, con festivo de por medio y en la que la frontera ha vuelto a mostrar su peor cara. Todas las explicaciones ofrecidas hasta el momento no cuadran con lo que día tras día viven quienes sortean a diario la línea del infierno. Está habiendo agresiones a trabajadores transfronterizos por parte de algunos porteadores que, de esta forma, buscan presionar dado que a ellos no se les deja pasar por el Tarajal. Es una especie de ‘o todos o ninguno’. Cerrado el paso de mercancía debido a la protesta empresarial por el ‘tasazo’, los camalos se dirigen a la que llaman ‘puerta principal’ para intentar su acceso, lo que supone problemas y altercados sufridos por otros trabajadores que no encuentran auxilio por parte de las fuerzas marroquíes. “Nos mezclan a todos en la cola, da igual. Entonces se producen los problemas. Tener seguro les da igual, nos meten a todos mezclados, nos empujan y nadie nos ayuda”, explica Mohamed.
A personas como ella les afecta esta situación de forma más grave, al poner en riesgo su integridad y su propio trabajo (ha habido despidos porque no pueden cumplir con las horas de llegada a los hogares que las tienen contratadas). A los ciudadanos o a los que llegan como turistas a la ciudad la frontera se les aparece dibujada como una auténtica pesadilla que deja evidencia del daño que está haciendo a la ciudad y del que aún no se ve pero lo hará más adelante.
Los empresarios hace tiempo que han tocado las campanas de alerta sobre los efectos económicos derivados de la ralentización fronteriza, pero las consecuencias son también sangrantes en el ámbito turístico, social y familiar, afectando directamente a las relaciones tejidas durante años a uno y otro lado de la frontera. Hay familias que no se ven con la asiduidad de antes, encuentros que se anulan porque cruzar a uno y otro lado es una tortura.
Falta de agentes (“solo hay un miembro de la Guardia Civil y uno de la Nacional”, se queja Navarro tras su experiencia vivida), falta de infraestructuras adecuadas y un desacuerdo brutal entre los criterios de agentes marroquíes y los de los españoles constituyen ingredientes de una situación que ha afeado el día a día de quienes, quedándose en Ceuta este ‘puente’, no han podido siquiera cruzar al otro lado.