Los bajos de la mezquita de Sidi Embarek, estos días, son un trasiego de gente que hace cola a las puertas de la ONG Luna Blanca. Todos, sin excepción, son transfronterizos marroquíes que (esta vez sí) se apuntan en una lista que confían que se transforme en una llamada para anunciarles que preparen sus maletas: serán repatriados.
En una fila, mujeres. En la otra, hombres. De todas las edades y procedencias. Con historias muy variadas, pero todos con un sueño que cumplir. Algunas personas llevan una hora esperando frente a unas puertas aún cerradas que, a mediodía, se despliegan y dejan ver unas mesas verdes sobre las que hay una fotocopiadora y una carpeta del mismo color. Los voluntarios de ‘Luna Blanca’ comienzan a recoger los pasaportes y a apuntar los teléfonos de los que llegan hasta la sede de la organización.
Aicha Adahabi, vecina de Rincón, no oculta un optimismo que le delata las arrugas de la cara. “Estoy muy contenta de estar por fin apuntada y deseo reunirme lo antes posible con mis hijos y mi familia”, expresa a este periódico. Fue la primera en apuntarse durante la mañana de ayer. Ahora, toca esperar.
“Me apunté el pasado viernes y no me llamaron. A partir de ese día empezaron las repatriaciones. Hoy me he enterado de que está esto y he venido para apuntarme de nuevo. Espero que esta vez sea la definitiva para salir”, confía.
Aun así, esta mujer no puede reprimir cierto sentimiento de injusticia por la selección de afortunados que ya han conseguido pisar suelo marroquí. “Siento mucha desigualdad. Veo gente saliendo y yo no salgo”.
De entre los hombres, uno habla castellano perfectamente. Es Abdelkader, que tuvo noticias de lo que hacía ‘Luna Blanca’ “el último día de Ramadán”, confiesa.
Fue uno de los sorprendidos por el cierre repentino de la frontera y no oculta su miedo por un coronavirus que podría poner en riesgo su vida: es asmático.
“Mi idea era volver a mi casa y refugiarme allí. Entonces, me encontré con la aduana cerrada y me he quedado aquí. Me fui a un hotel, donde todavía sigo”.
No oculta su descontento por la gestión de las repatriaciones por parte de los gobiernos español y marroquí. “Te vienes de Madrid sin saberlo, te presentas a las 08:45 horas de la mañana y te encuentras con la aduana cerrada desde las 06:00 de la mañana. No nos dieron explicaciones. En Algeciras, donde sacamos el billete para embarcar, no nos han dado información ninguna. Con lo cual hemos venido engañados. Si supiera esto, no hubiera venido para acá”.
A otras personas, como Nawal Zowaki, no les queda otra que volver a Marruecos. Fue una de las transfronterizas que se apuntó a todas las listas de las que se tuvo conocimiento.
Explica que se enteró durante el mes sagrado de Ramadán de la existencia de una lista en la que se inscribió pero, después, le dijeron que no estaba en ella. Zowaki relata cómo tuvo que ir “de un sitio a otro” para conseguir información sobre cómo ser repatriada.
A la incertidumbre se le suma la sensación de enclaustramiento. En su caso, este capítulo de su vida se le está haciendo cuesta arriba: “Lo vivo con agobio, con depresión, malestar… porque nadie me dice dónde tengo que apuntarme, me siento mal físicamente, llevo mucho tiempo aquí. Si no se es fuerte psicológicamente y no se cree en Dios, si no se piensa de manera lógica, la gente puede acabar volviéndose loca o incluso se puede suicidar”.
Desde el otro lado de la mesa donde se fotocopian los pasaportes y se apuntan los teléfonos, también está siendo una situación excepcional.
Souleiman Mohamed Ahmed, voluntario de la ONG, ha atendido a centenares de atrapados de la misma manera: de pie, con mascarilla y con un gel hidroalcohólico a mano. “Es abrir la puerta y encontrarte todo el mundo ya desde primera hora de la mañana aquí esperando su turno”, reconoce.
Las repatriaciones siguen casi a diario. El objetivo, cuentan desde ‘Luna Blanca’, es que todos acaben volviendo a sus hogares al otro lado de la frontera. “Marruecos no va a dejar aquí a nadie. Pero se entiende que tiene que ser con un orden, que no se puede hacer todo de golpe. Se entiende perfectamente”, explica Mohamed. La explanada está vacía mientras dentro se elabora el siguiente listado.
Este rifeño de 65 años se encontró encerrado en Ceuta al llegar al Tarajal el pasado 13 de marzo. Aquella mañana, fue uno de los cientos de marroquíes que quedaron varados en nuestra ciudad. Venía de Madrid, donde vive desde hace media vida a medio camino entre su Alhucemas natal y la capital española. Por eso su castellano es tan bueno y, por eso, fue uno de los que habló con un aduanero marroquí esa misma mañana de marzo. Asegura que entonces le dijo que estuviesen tranquilos, “que se solucionaría pronto”.
Pero la realidad es bien distinta: “Vivo con otras siete personas en un hotel, nos llevamos muy bien y cada uno tiene su dormitorio. No salimos a la calle para casi nada. En caso de los fumadores, solo para el estanco o comprar el pan. Tenemos la tienda abajo del hotel. Así pasamos, matando el tiempo como podemos”.
La idea de Zoumartmi era estar un mes en la ciudad rifeña. “Pero esta vez me ha salido el viaje así. Hay que llevarlo con calma y aguantar”. Un episodio que puede contar gracias a la amistad: “Tengo un amigo que me ayuda en España. Ya se ha gastado 4.000 euros por mí aquí para pagarme el hotel, la comida o las medicinas”.
Su deseo, como el de la mayoría, es que esta pesadilla acabe para todos. “Pido que a todo el que está lejos de su familia le llegue el momento para reunirse con ellos”.
Adahabi sujeta una pequeña bolsa de plástico en la que lleva su vida: el pasaporte color verde y, dentro, un trozo de hoja de papel donde está apuntado su teléfono. El salvoconducto para que le llamen y le digan “vuelves a casa”. Esta vecina de la localidad de Rincón lleva ya tres meses en Ceuta en una situación complicada.
“Estoy viviendo gracias a la gente. Un día duermo en un sitio, otro día en otra casa”, confiesa.
Aunque esta mañana es optimista: cada vez parece más cerca el momento de salir de nuestra ciudad y de reunirse con sus hijos. Se marcha de la explanada andando, perfectamente ataviada con el material de protección frente al coronavirus. El destino aún es incierto, pero al menos ya tiene una certeza: está apuntada.
“Llevo aproximadamente dos meses en Ceuta. Soy de Castillejos. He pasado todo este tiempo alojada en la casa de un familiar. Quiero volver para ver a mi hija, a mi madre, a mis amigos…”. Nawal desea que acabe ya este suplicio que tanto ella como los que están en su situación viven durante más de dos meses. Esta mujer agradece constantemente “a Dios” porque la gente está saliendo. Y que pronto ella también esté dentro de uno de los autobuses que le lleven hasta la frontera del Tarajal. También agradece a las autoridades marroquíes por repatriar a sus conciudadanos. Zowaki sale contenta tras apuntarse en la lista y, mientras se marcha, grita “¡Viva el rey Mohamed VI!”.
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