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Paisaje. El autor escribe acerca dede aquellos atardeceres rojos que el poniente nos trae desde las aguas azules y profundas del Estrecho, y las cumbres grisáceas y graníticas de la Mujer Muerta… Paisaje eterno que habita en nuestro interior desde que apenas nacemos
Diríase que a cada fotografía de Ceuta que los compañeros ponen en estos medios novedosos de la imagen, tuviese, irremediablemente, que responder necesariamente con un texto que reflejase la belleza de la lámina mostrada. Sin embargo, la palabra, aunque busque -enamorado y peregrino- su esencia y su significado aquí y allá, y aún más alejado donde mi mirada no alcance al horizonte, no podrá nunca igualarse al concepto claro y nítido que la imagen nos proporciona al instante mismo de columbrarla…
Y esta imagen firmada por “J.M.Caral”, nos pone de manifiesto a “las claras”, todo lo que anteriormente he mencionado; pues de un primer vistazo pudiéramos decir: que nuestros ojos se encienden y se iluminan de rojo, como de rojo lumbre de una fogata se ilumina la “reproducción” del atardecer ensangrentado, que la fotografía nos copia de la desnuda naturaleza que la cordillera del Atlas nos muestra indomable, salvaje, feraz…
Y, reflexivos, nos preguntamos: ¿Qué tiene esta fotografía que nos hace agitarnos y estremecernos de emoción? ¿Cuál es la causa última que nos hace sentir el alfa y el omega de un lugar al que nos sentimos encadenado -yo diría-, incluso antes de nacer?...
Y podemos continuar haciendo alguna que otra pregunta más. Y mañana, y pasado mañana, y al otro…, y aún podemos hacernos la misma pregunta; sin embargo, la respuesta, la respuesta que nosotros buscamos como “alma en pena”, no la podemos encontrar en nuestro pensamiento, pues se halla más allá de nosotros, más allá de nuestro pretérito… La respuesta, como dijera Bob Dylan: “The answer, my friend, is blowin’ in the wind”... La respuesta, mi amigo, sopla en el viento y se encuentra fuera de nosotros, y se acerca al tiempo primigenio de cuando se formaron los continentes y quedó abierta la grieta abisal del Estrecho -con su cinta de aguas azules- conformando las Columnas de Hercules: Calpe y Abyla.
¡Oh, atardecer rojo de Ceuta…! ¡Crepúsculo ensangrentado de la ciudad de las siete colinas…! ¡Oh, ocaso de fuego, qué, cómo una amapola de llama ardiente, incendias el Estrecho y haces que sus aguas de añil intenso en la mañana, se tornen carmesí a la tarde, antes que se enciendan en la noche la luz fría, temblorosa y lejana de los astros…!
Atardecer de Ceuta… Atardecer de muelles en silencio; de correos blancos como la espuma; de buques y vapores atracados a la melancolía de las horas donde los marineros despiden sus sueños en el recuerdo de una mujer; de transbordadores que transitan a Algeciras, a Tarifa, a Gibraltar, a Ceuta… Atardecer transido de la piedra desnuda de la Mujer Muerta, o mejor “Dormida”, para que despierte algún día del sueño de siglos…
Atardecer del “Poniente”, que nos trae el frescor y el misterio atávico del Océano Atlántico… Porque nuestras miradas van siempre hacia Poniente, allá donde la mar se ensancha y nos lleva a la tierra del “Non Plus Ultra”, donde dicen que estuvo la Atlántida; el continente perdido del que Platón tiene a bien hablarnos, y dejarnos su memoria para los que buscan lo ignoto de lo acaecido en la historia...
Crepúsculo de Ceuta… Sobre el “taro” que sube desde el mar enrojecido hasta los picos altos del Atlante que sostiene al mundo; donde Estrabón denominó “Elephas”, por la similitud de su perfil con un elefante que estuviese pasando entre las montañas…
¡Crepúsculo rojo y ensangrentado de Ceuta!, contigo vamos…Y, ¡tu amapola, tu amapola roja, de sangre, conmigo va!…