Recientemente me referí en otro artículo a los ataques que el cristianismo está sufriendo en el mundo; y hoy me voy a ocupar de algunos de los que está soportando en España, habiendo sido el último conocido el perpetrado a finales del mes de julio en el Festival de Mérida; circunstancia ésta que no deja de sorprender por lo que tiene de inusual en dicha ciudad, que tanto se distinguió en los primeros años del cristianismo por su defensa a ultranza de dicha religión ante las atroces persecuciones de Decio, Diocleciano y otros emperadores romanos. No en vano fue en Mérida donde surgieron mártires de la talla y categoría cristiana de Santa Eulalia, y obispos de tanto prestigio en la fe como Paulo, Fidel. Mausona, etc.
Además de ese semillero fértil que Mérida fue en el pasado de tan hondo sentir cristiano, tiene también la ciudad una historia apasionante, es Ciudad Patrimonio de la Humanidad declarada por la UNESCO, tiene una cultura grecolatina de renombre universal, unas tradiciones en la fe y unos famosos Festivales de verano que si por algo se han caracterizado siempre ha sido por representar obras culturales serias y de profundo contenido intelectual, contra las que nunca antes se había conocido que fueran objeto de mofa o escarnio las personas y las instituciones religiosas, ni siquiera por parte de gente ayuna en cultura y educación. Los Festivales de Mérida, en su Teatro Romano, siempre fueron modelo de cultura selecta y de buena educación, con interpretaciones actuales de los antiguos textos de Sófocles, Esquilo, Séneca, Eurípides, etc, que cada año han sido visitados por gente venida de muchos lugares de España y del mundo, debido a su fama y prestigio relevantes. Mérida tiene luego una Semana Santa declarada de Interés Turístico Nacional, y una Navidad y demás cultos católicos profundamente sentidos por la gran mayoría de su pueblo. Mérida y los emeritenses, en fin, no se merecen ser denostados ni vilipendiados ni en lo religioso ni en nada.
Sin embargo, este año la dirección del Festival se ha visto obligada a retirar una pieza fotográfica debido a quejas formuladas por la opinión pública ante la representación de la obra “Infierno”, basada en la Divina Comedia de Dante, expuesta en un lugar de tanto renombre y reputación como es el Teatro Romano de Mérida, mostrando en una de sus instantáneas, según han informado los medios de comunicación, a un actor en actitud obscena, sobre cuyo pubis aparece tapando sus órganos genitales la imagen de Jesuscristo en la Cruz. La dirección se ha excusado alegando que “jamás ha estado en su ánimo la intención de ofender a nadie”, pero hasta el más torpe y el más necio podían haber intuido que se trataba de una escena que iba a herir la susceptibilidad, el decoro y la dignidad del público. Y este “numerito” representado en Mérida no es un caso aislado en nuestro país, sino que se ve que obedece a una campaña difamatoria deliberadamente orquestada contra la religión cristiana, destinada a menospreciar, zaherir y ridiculizar a los cristianos por el único motivo de serlo; lo que es atentatorio contra el derecho fundamental a la libertad religiosa.
Seguro que si se hubiera tratado de alguna otra religión ni se les hubiera ocurrido, ni se hubieran atrevido a hacer lo mismo. Y es que los españoles somos los peores enemigos contra lo nuestro. Ahora está de moda donar terrenos, en los lugares más céntricos y estratégicos para la construcción de mezquitas, sinagogas y otros centros foráneos de culto; pero, eso sí, nos empeñamos luego en negarlos para la construcción de iglesias católicas o en retirar crucifijos de donde siempre han estado colocados desde hace casi dos mil años. Es decir, no necesitamos que nadie nos condene por algo, porque ya nos ocupamos nosotros mismos de hacerlo desacreditando lo nuestro para luego dar importancia y realce a lo que nos viene de fuera. Luego, así nos va; nosotros retrocediendo en lo que siempre fueron nuestros valores más fundamentales, y los de fuera avanzando en lo suyo, dentro de lo nuestro. Homeini ya lo dejó como consigna antes de morir: “Reconquistad España pacíficamente”. Y Hauriai Bumedian en una sesión de la ONU, dijo: “Con los vientres de nuestras mujeres reconquistaremos España”, dada su alta tasa de natalidad.
Por poner sólo varios ejemplos, el ex Presidente de la Generalidad catalana, Pascual Maragal y el ex Vicepresidente Carol-Rovira montaron en su día otro espectáculo indigno y vergonzoso en Jerusalem a base de payasadas impropias de personas normales, afeando y ridiculizando a Jesuscristo y la Cruz. Un tal Montoya, presentó como “arte” los símbolos religiosos más queridos, Jesuscristo y la Cruz, haciéndolos objeto de escarnio y ridiculización. O en el club de fútbol de Getafe, donde se burlaron de personajes religiosos en un aberrante spot publicitario. O en Pamplona, donde durante las fiestas de San Fermín un año se presentó la imagen de Cristo en actitud nazista. O la empresa publicitaria “Catholics for Choice”, que quería llevar los autobuses de la EMT de Madrid con letreros de leyenda sexual obscena durante la próxima visita a Madrid del Papa. O un tal Pepe Rodríguez, periodista, que tiene una página web con ataques a los cristianos a base de titulares como “La vida sexual del clero”, “Mentiras fundamentales de la Iglesia, “Mitos y ritos de Navidad”, “Dios nació mujer”. O la profanación de la iglesia de Las Salinas en Almería con la simulación del rito satánico: “Nazarenos del silencio”, a base de figuras esotéricas de apariencia satánica.
En tales campañas se va desde la inquina y la blasfemia hostil a la violencia verbal contra los católicos, la sátira mordaz, los actos irreverentes, la provocación contra el sentir religioso y la fe; se deforma y desvirtúa por completo la verdad mediante la falsedad histórica, la difusión de la información anticlerical y el desprecio hacia el sentir de los cristianos, a los que cada vez más se presentan como retrógrados o “fachas”, porque ahora lo que está más de moda es el ateismo, el laicismo, el relativismo y el materialismo que, por supuesto, también tienen el legítimo derecho a existir, expresarse y opinar, pero no para denigrar a la religión cristiana ni a sus símbolos, mediante la manifiesta hostilidad, insultos y descalificaciones.
Jesucristo dijo a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esa piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. San Pablo decía: “Estamos acosados, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; derribados, mas no aniquilados” (II Cor. 4, 8-9). Y el mismo Jesús ya también dijo:”Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”. Si se es fuerte en la fe, no hay que temer.
Los seres humanos hemos nacido para ser libres. Y dentro de esa libertad están la de culto, de religión y de pensamiento, dentro de un sistema de libertades religiosa, ideológica, política, económica y social. No puede ser que cada uno ande errante por la vida a merced de sus variables pasiones y egoísmos, sino que la vida ha de estar ordenada siempre hacia un fin moral y ético. Tocqueville nos dice: “No se puede ser libre sin tener creencias morales, porque la misma libertad es una idea moral”. Pero libertad no es hacer cada uno lo que en un momento determinado le dé su real gana en perjuicio de los demás, que también son libres; sino que la libertad, en todos los sentidos anteriores, debe de encauzarse y reconducirse a hacer aquello que se debe hacer. La libertad debe estar impregnada de responsabilidad, de sentido común y de racionalidad, encaminados hacia el bien común y al respeto mutuo, pues de lo contrario la vida sería una serie inconexa de actos meramente aleatorios. No se puede ser libre sin tener principios éticos, y la religión (sea la que fuere) normalmente es una de las principales fuentes de esos buenos principios.
Y, dentro de la libertad religiosa, deben siempre darse el diálogo y el respeto mutuo hacia todas las creencias. Todos los líderes religiosos y los que no lo son tiene la grave responsabilidad de promover el entendimiento, las buenas relaciones, la consideración, la moderación y los buenos modales de los unos para con los otros, para así tratar de eliminar tensiones y enfrentamientos entre religiones, entre las personas, entre los pueblos y en todo el mundo. Tanto la fe como el ateísmo deben ser siempre elementos de moderación, pero nunca de fanatismos ni de radicalizaciones. Las personas y los pueblos de fe y quienes no la tienen debemos de esforzarnos por crear plataformas e instrumentos para el diálogo y la reflexión en orden a promover entre todos un clima de diálogo, de tolerancia, de entendimiento y de paz, que es uno de los bienes más preciados que en la vida podemos tener todos los seres humanos, pero nunca debemos dedicarnos a enfrentarnos los unos contra los otros por el solo hecho de pertenecer a diferentes religiones.