Me desperté esta mañana haciendo repaso de los asuntos que tenía pendientes para este viernes. Entre ellos destacaba la redacción de esta colaboración sabatina para el periódico decano de Ceuta. Como una estrella fugaz, una idea recorrió mi pensamiento: hoy, día de la Mujer, era una magnífica ocasión para hablar de la Gran Diosa. Ella ocupa muchas horas de mi pensamiento intentando interpretar los talismanes antropomorfos de época medieval islámica sobre los que llevo investigando casi una década. Como una corriente subterránea, el agua de la vida asociada a la Gran Diosa discurría por mi pensamiento mientras me ocupaba de mis responsabilidades docentes sin dejar de tenerla a ella presente.
En el tiempo de la sobremesa, mi mujer y yo nos sentamos frente al ordenador para escuchar el discurso de nuestra querida y admirada amiga María Jesús Fuentes tras la entrega del más que merecido premio María de Eza. Sus palabras se transformaron en un hechizo que no pudimos percibir en directo, pero que sentimos con intensidad sentados en nuestro estudio rodeados de nuestros amados libros. Nos sobrecogió escuchar, a través de la melodiosa voz de María Jesus, describir a Ceuta, como su astro, su reina, su diosa, mientras que se llevaba la mano al corazón. No pude evitar relacionar las palabras de María Jesús como la imagen arquetípica de la Gran Diosa, con su corona y su vínculo con la luna, Venus, la constelación de Virgo o la estrella Sirio. La Gran Diosa es el símbolo del arquetipo del anima o principio femenino, presente tanto en el hombre, como en la mujer, aunque con diferente peso. Del mismo modo, el animus o principio masculino está igualmente ejerciendo su influencia en hombres y en mujeres.
"No pude evitar relacionar las palabras de María Jesús como la imagen arquetípica de la Gran Diosa, con su corona y su vínculo con la luna, Venus, la constelación de Virgo o la estrella Sirio"
El célebre psiquiatra suizo Carl Gustav Jung dedicó toda su vida a estudiar la estructura de nuestra psique lo que le llevó a describir las cuatro grandes funciones de lo que solemos denominar nuestra mente. Estas son las funciones de la sensación, el sentimiento, el pensamiento y la intuición. Sirviéndonos de nuestros sentidos, percibimos lo que nos rodea y es el sentimiento quien discrimina lo que nos resulta agradable o no. Esta función está especialmente asociada al aspecto femenino de nuestra psique. Todos vemos, oímos, olemos, saboreamos o palpamos, pero en la mayoría de los casos lo hacemos de manera inconsciente. Sólo las personas que han cultivado sus sentidos son capaces de hacer conscientes sus percepciones y reconocer en ella la subyacente belleza. Es así como María Jesús percibe a Ceuta y ve en ella a la reina o la diosa, es decir, al espíritu de este lugar mágico y sagrado.
Puede que le sorprenda saber a nuestros lectores que la manera poética de ver el mundo ha sido la dominante durante buena parte de la historia de la humanidad. A esta etapa de la evolución de la conciencia humana se la ha denominado “mágica y mítica”, por autores como Erich Neumann o Jean Gebser. Durante este largo periodo evolutivo de la consciencia, se fue abriendo lentamente camino una distinción entre tierra y cielo, día y noche, vida y muerte, principio femenino y masculino, que condujo del tiempo cíclico al tiempo lineal, de lo mítico o lo real, de lo sensitivo a lo mental. El nacimiento de pensamiento autorreflexivo y del ego racional, dio lugar al surgimiento de la estructura de la consciencia mental que en su nacimiento se asoció de manera simbólica al derrocamiento de la Gran Diosa, paradigma de la percepción sensible, del sentimiento y de la intuición. Puede que fuera era necesaria la ruptura de la unidad preconsciente y el despertar de la existencia sonámbula que caracterizó a la consciencia humana durante la prehistoria, pero resulta evidente que desde el siglo XV, según Jean Gebser, entramos en una fase de la consciencia mental que podemos calificar de deficiente, que nos ha conducido a un cisma del alma humana, tal y como la calificó el historiador Arnold Toynbee.
"Lo que debe prevalecer en el varón es su firmeza, su imperturbabilidad ante el sufrimiento ajeno, su ausencia de duda o muestra de flaqueza"
Fue otro gran poeta, como María Jesús Fuentes, quien llamó la atención sobre lo que ha supuesto la pérdida de la visión mágica y mítica del mundo. En su obra “La Diosa Blanca”, Robert Graves escribió que nuestra actual civilización “deshonra los principales emblemas de la poesía. En la que la serpiente, el león y el águila pertenecen a la carpa del circo; el buey, el salmón y el jabalí, a la fábrica de conservas; el caballo de carreras y el galgo, a las casetas de apuestas; y el bosque sagrado, al aserradero. En la que la luna es menospreciada como un apagado satélite de la tierra, y la mujer, considerada “personal auxiliar del Estado”. En la que el dinero puede comprar casi todo menos la verdad y a casi todos menos al poeta en posesión de la verdad”.
Hubo un tiempo, no tan lejano y aún presente en los márgenes culturales de nuestro mundo, en el que la diosa dominó y gracias a ella prevaleció el culto a la vida y la concepción trascendente de la existencia. En esta etapa de la historia humana, la doble visión (idea expuesta por el polifacético poeta William Blake) era capaz de percibir el mundo material y el sutil. Tal manera de ver el mundo es posible gracias al cultivo del sentimiento y la emoción. Por desgracia, esta función de la psique humana ha sido arrinconada y despreciada para darle majestad absoluta a una razón fría y distante que solo atiende a juicios de valor económico o de dominio sobre otros seres humanos o sobre la naturaleza. El objetivo principal de la vida en nuestro mundo es trabajar y ganar dinero dejando al margen todo “sentimentalismo”. Mostrar los sentimientos se considera en el presente una muestra de debilidad y propia de una personalidad afeminada en un hombre. Lo que debe prevalecer en el varón es su firmeza, su imperturbabilidad ante el sufrimiento ajeno, su ausencia de duda o muestra de flaqueza. No existe para el varón ideal otro mundo que el que puede ver y tocar, ni idea que no haya pasado por el fino tamiz de la mente racional. Frente a esta proyección distorsionada del arquetipo femenino en el varón se contrapone la mujer con su innato desarrollo de su función sentimental e intuitiva.
El propósito sería similar: promover la renovación de la vida y reconciliar los opuestos o, dicho de otra manera, lo masculino con lo femenino, así como la naturaleza y el espíritu
Vivimos en un momento crucial en la historia de la humanidad. Necesitamos más que nunca una nueva actitud frente al ser humano, la naturaleza y el cosmos que debe manifestarse en una nueva personalidad capaz de equilibrar el principio masculino y femenino. Tanto hombres como mujeres debemos cultivar nuestros sentidos corporales para percibir de manera consciente y apreciar toda la belleza que nos rodea. De alguna manera, todos tenemos que ser poetas e intentar hacer de nuestra vida una obra de arte, tal y como procuraron autores como W.Goethe. Unos sentidos despiertos son la llave para la emoción trascendente que nos enlaza con un pensamiento elevado que mira hacia la bondad, la verdad y la belleza. El pensamiento racional puede hacernos más sabios, pero son la imaginación y la intuición quienes nos conducen al reino de las Musas. De todas ellas, la más importante es la Musa Erató que domina el círculo formado por las personas, las sensaciones, las emociones y el amor. El amor es la única fuerza de reconciliar los principios masculino y femenino que pugnan tanto en la psique, como en las relaciones humanas y en la manera de ver y entender el mundo.
Desde el punto de vista mítico, la reconciliación de lo masculino y lo femenino se expresa en el matrimonio sagrado o hierogamia de la diosa y el dios. Este mito se concretaba en una ceremonia ritual que colaborara, según se creía, a la regeneración de la naturaleza. Las investigadoras Anne Baring y Jules Cashford, en el prólogo de su monumental obra “El mito de la diosa”, planteaban la siguiente cuestión crucial: “¿No será posible, contando con el elevado nivel de consciencia que se ha alcanzado cuatro mil años después, recrear en la imaginación humana el mismo tipo de comprensión intuitiva que se representaba en el pasado mediante una participación inconsciente?”. El propósito sería similar: promover la renovación de la vida y reconciliar los opuestos o, dicho de otra manera, lo masculino con lo femenino, así como la naturaleza y el espíritu.
La poesía y la personalidad de María Jesús Fuentes encarnan el arquetipo de la diosa y dan voz al principio femenino que reclama ser escuchado y tenido en cuenta para resacralizar a la naturaleza y volver a contemplar la vida como unidad viviente en el que el principio masculino y femenino se complementen y permitan la emergencia de una estructura de consciencia integral.
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