La familia del doctor Enrique Santiago Araujo, abuelo de su homónimo diputado de Sumar y secretario general del Partido Comunista de España (PCE) desde 2018, llegó a Ceuta procedente de Castro del Río (Córdoba) en los años veinte del siglo pasado.
Tras formarse como médico en Madrid se emparejó con la hija de la propietaria de la pensión de la calle San Andrés en la que se alojaba, Maruja, con la que se casó y regresó a la ciudad autónoma junto a su hijo (también Enrique) en torno a 1934.
No tuvo tiempo de alcanzar el “porvenir” que soñaba con labrarse a este lado del Estrecho. Hace 87 años y una semana, la madrugada del 21 de agosto de 1936, fue ejecutado por los franquistas.
“Su mujer”, recuerda el investigador caballa Paco Sánchez, “tuvo que comenzar de cero y pelear por la supervivencia en un ambiente hostil que no le perdonaba su pasado reciente, ser la mujer del ‘médico rojo’, y ser esposa de un fusilado le aseguraba el desprecio de una parte de la sociedad”.
Según repasa en uno de los capítulos de su último libro, ‘Mujeres ceutíes olvidadas. Represión, cárceles y fusilamientos (1936-1958)’, se hizo cargo de la multa impuesta por el Tribunal de Responsabilidades Políticas el 27 de septiembre de 1939. “A los sublevados no les bastó arrebatarle lo que más quería, buscaban además el ahogamiento económico”, explica.
Paco Sánchez, investigador: "La figura del doctor Santiago consiguió destacar en poco tiempo en la sociedad ceutí"
Según Sánchez, la tarde del 17 de julio de 1936, al tener conocimiento de que en Melilla se habían sublevado una buena parte del ejército, contactó con Sánchez Prado para intercambiar impresiones sobre los acontecimientos que se estaban produciendo y el alcalde se mostró “muy preocupado”.
A medianoche las calles de Ceuta empezaron a ser tomadas por el Ejército. Algunos huyeron a Tánger o a la costa malagueña, pero Santiago prefirió quedarse con su familia creyendo que el golpe de Estado sería detenido en pocas horas.
“A los pocos días”, avanza el investigador, “se personaron en su casa, en la calle Marqués de Santa Cruz, unos falangistas que procedieron a su arresto. Enrique tranquilizó a su familia y les dijo que no se preocupasen, que tenía que ser un malentendido. Antes de bajar la escalera, besó a su mujer y a su hijo: ‘¡En unas horas estaré de vuelta!’. Lo llevaron a la comisaría de la plaza de los Reyes, en los bajos de la Delegación del Gobierno. Allí le tomaron declaración y encerraron en los calabozos”.
Su esposa le llevaba ropa y comida hasta que un día le comunicaron que el juez lo había enviado a prisión, pero no sabían exactamente a cuál, lo que la obligó a deambular en su busca. El doctor coincidió en los barracones de la cárcel con un gran número de compañeros entre políticos, sindicalistas, maestros, etcétera.
La madrugada del 15 de agosto comenzaron las sacas, ejecuciones sin juicio realizadas por patrullas de falangistas que no terminaron hasta enero de 1937.
Seis días después le llegó su turno en la prisión de García Aldave: su nombre fue uno de los leídos en voz alta en las celdas y tuvo que salir al patio.
“En un camión los llevaban a un camino que salía de la ‘curva de las viudas’ y en un momento dado les hacían apearse y ponerse de rodillas para, seguidamente, matarlos para después llevar sus cadáveres hasta el depósito del cementerio”, relata Sánchez, que enfatiza que el mes de agosto de 1936 fue “el más brutal de toda la represión en Ceuta, con setenta y tres víctimas, de las cuales solo siete fueron ejecutados tras los respectivos consejos de guerra; el resto, sesenta y seis, se debieron a las sacas de madrugada”.
En un primer momento, al no tener conocimiento Maruja del asesinato de su esposo, este fue enterrado en la fosa común, pero a los pocos días pudieron exhumarlo a un nicho.
UGT homenajeó y recordó hace dos años el crimen del doctor Santiago con la presencia de su nieto, secretario de Estado para la Agenda 2030 entre 2021 y 2022, en la ciudad.
Durante el tiempo que pasó encarcelado Santiago no cesaba de enviar cartas a su familia narrándo los acontecimientos que se producían dentro del presidio, “siempre quitando importancia a la gravedad del momento y sin darles a conocer las penurias que pasaba”, según Sánchez. En esas misivas, él preguntaba por sus enfermos y se interesaba por las medicinas que debía tomar cada uno de ellos, que no les faltaran.
Maruja se quedó sin recibir la última. La había escrito, pero no le dio tiempo a enviarla y la llevaba encima el día de su asesinato. Su familia aún conserva esa misiva manchada de sangre: “No molesten a nadie pidiéndole favores, que si son amigos y me conocen pedirán por mí sin encargo alguno. Desde aquí se ve muy bien Ceuta y las calles cercanas a la nuestra. Todos los días miro para vosotros cuando salimos al recreo o paseo”, escribió.
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