Opinión

Asco

Hay sensaciones que, por desagradables que son, tienen hasta un origen extraño. Las filólogas llaman a este tipo de palabra de “etimología inversa”, es decir, que la palabra no posee raíz propia y nace de sus derivados.
En el tema que nos ocupa, el término nace como sustantivo abstracto de “asqueroso”, que a su vez parte del latín “escharosus”, que significa ‘lleno de escaras’ o de costras. Por “etimología popular” se creó una nueva palabra, olvidando la palabra escara: había nacido el ASCO. Este vocablo ha sabido perdurar para poder transmitirnos lo que define la RAE como una ‘impresión desagradable causada por algo que repugna’.
Podría parecer que, en buena lógica, el ASCO es algo que deberíamos evitar a toda costa. Sin embargo, y de forma paradójica, en determinados casos vitales no lo ponemos suficientemente en valor, tanto que ese menosprecio a lo putrefacto nos acaba degradando como seres humanos.
Y en esas estamos. ASCO es lo que deberíamos sentir cuando algunas utilizan argumentos populistas simplones (siempre lo son, cierto es) para provocarnos el rechazo hacia otras personas por el mero hecho de haber nacido más allá de nuestra latitud, por ser vulnerables, por haber sido maltratadas o simplemente por ser diferentes. El Santo Oficio vive y nosotras alimentamos sus hogueras. Dramático. ASCO es lo que produce que unas personas (tan personas como usted o como yo, por cierto) sean tratadas como ganado contagiado por una mortal enfermedad infectocontagiosa al que nadie quiere tener cerca. Por ello y, efectivamente, como si de ganado se tratase, son rechazadas de puerto en puerto… cuando no mueren en el intento. Vergüenza nos debería dar. Más vergüenza deberíamos sentir en lo más hondo del alma aún al comprobar que permanecemos impasibles antes estas dantescas situaciones. ASCO de comprobar que, en realidad, lo que se está rechazando no es a un ser humano de otro color, nacionalidad o religión, lo que estamos rehusando es la presencia de las pobres. Pura y simplemente eso. Las que nada tienen siempre resultan ser un engorro, salvo para confeccionar camisetas a un euro, claro. Desvergüenza no nos falta, a las evidencias me remito. ASCO es que algunas hagan de la provocación, de las palabras gruesas, del cinismo y de las grandes mentiras con forma de media verdad todo un programa electoral cuyo resultado no puede ser otro que un revoltijo de expresiones contaminadas por el odio. Y nosotras asumiéndolo como si fuese natural. No aprendemos. ASCO es que permanezcamos impasibles ante los informes de la ONU sobre el hambre en el mundo: en 2017, 821 millones de seres humanos padecían desnutrición severa (es decir, una de cada nueve personas) y desde entonces, las cifras han seguido aumentando. Según Naciones Unidas (organización nada sospechosa de ser antisistema), el hambre ha vuelto a niveles de hace una década en América del Sur y en África.
Otro dato igual de asqueroso, o más: 150 millones de niñas sufren retraso en el crecimiento por falta de alimentación. Hasta las técnicas de la FAO (organización de la ONU para la alimentación y la agricultura) no han tenido más remedio que reconocer que el objetivo de erradicar el hambre para el año 2030 es ya inalcanzable. Poco vitriólico es este H2SO4 para lo que debería ser. ASCO es que no salgamos a la calle, a las urnas o a las tribunas públicas para exigir un cambio drástico en todo lo relacionado con la defensa del planeta. La emergencia climática es una tragedia más que comprobada y demostrada que ya se está cobrando sus primeras damnificadas, que pronto se contarán por decenas de millones.
Estamos servilmente permitiendo que las poderosas acaben de forma estúpida con la Tierra, con la complicidad de los gobiernos, que siempre acaban cediendo a las presiones de las lobistas. Tampoco hace falta ser Einstein para entender el porqué de ese vasallaje, ¿o sí?
Pero, mientras dictaminamos si son galgos o podencos, o debatimos sobre el sexo de los ángeles, las especies están desapareciendo por días y los polos se están fundiendo a marchas forzadas. Además, los desiertos avanzan inexorablemente, los acuíferos se contaminan sin parar y los bosques que nos ayudan a respirar mueren asesinados bajo las llamas. En un trágico suma y sigue, las emisiones de CO2 a la atmósfera alcanzan máximos históricos, los pesticidas nos envenenan sistemáticamente, los plásticos están ya insertados en nuestra cadena alimenticia (y hasta en nuestro organismo) y la basura nuclear seguirá contaminando dentro de 10.000 años… y nosotras, como las vacas que ven pasar el tren. Lamentable. ASCO es que ya campe a sus anchas el negacionismo, una de las armas más letales de las intolerantes. Se negó la existencia de los campos de concentración nazis con la misma fuerza con que se obvian las masacres, pasadas o presentes, de las disidentes en China o como las comunistas que justificaban en aquellos tiempos la dictadura de Stalin.
Es un crimen en sí negar la existencia de un genocidio, una mal llamada “limpieza étnica” o “depuración ideológica”. De la misma forma, es un crimen social condenar al olvido a unos seres humanos que fueron represaliados, encarcelados y hasta fusilados por creer en un mundo en el que la Libertad fuese la base, la Igualdad el medio y la Fraternidad el fin. No terminamos de darnos cuenta de que cuando permitimos que se niegue la existencia de la historia, nos estamos encaminando nosotras mismas hacia el cadalso. No hay mayor ciega… ASCO es que algunas quieran excluir la evidencia de que los asesinatos de mujeres lo son por el mero hecho de ser mujeres, de que no puede haber “peros” ni atenuantes para las violaciones porque: ¿qué pasaría si violasen a un hombre? ¿Se consideraría una brutalidad o se argumentaría que iba en camiseta de tirantes provocando en un bar a las tres de la mañana? ¿Es que nadie entiende que la clave está en la Educación? ¿Es que nos vamos a seguir tragando sin rechistar que en la escuela las charlas de coeducación no transforman a nuestras hijas en monstruos y sí las hacen más libres y tolerantes?
¿Cuánto tiempo vamos a tener que aguantar las provocaciones en forma de constante intento de ocultar una sangrante evidencia, como es la violencia de género o la desigualdad existente entre hombres y mujeres? ¿Y todavía hay mujeres que no ven en esto un desprecio inmundo? ASCO de ver cómo los dogmas y las coacciones morales cada vez tienen más preponderancia sobre nuestras vidas. Cuánta sangre derramada de librepensadoras que murieron defendiendo la laicidad y la separación Iglesia/Estado, y todo aparentemente en balde. Los antes citados dogmas cada vez tienen más presencia y poder de decisión en una sociedad en la que, teóricamente, las iglesias deberían estar alejadas de nuestra vida política. No solo no aprendemos, sino que desaprendemos. De puta pena. Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero a estas alturas, quizás sería bueno que tomara ya conciencia de la existencia de tantas barbaridades, de que le dieran arcadas ante tantas pústulas sociales y de que, por eso mismo, actuara en consecuencia. Aunque solo fuese por egoísta supervivencia, aunque solo fuese por dignidad, por mínima que sea.
Pero, mientras el ASCO se quede en barras de bar, en ilustradas tertulias o en este H2SO4, poco o nada haremos por remediar sus causas. Urge, pues, poner remedio a todo este ASCO, aunque le adelanto que taparse la nariz o mirar para otro lado nunca es la solución, y cuando se hace todas pagamos unas brutales consecuencias.
Eso sí, el día en que el ASCO se haya transformado en septicemia, no venga reclamando la aplicación de medidas milagrosas. Cuando esté en una situación social y política terminal, cuando se le diagnostique un estado de “escharosus” absoluto ya será tarde para reaccionar. Pero eso ya lo sabe. De sobra.
De nuevo, nada más que añadir, Señoría.

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