Categorías: Opinión

Ascendentes y descendentes

En el último Pleno de Debate sobre el Estado de la Ciudad, la coalición Caballas presentó una propuesta de resolución para elaborar, con la participación de todos los grupos políticos, entidades sociales de toda índole y el asesoramiento profesional adecuado, una Estrategia Pedagógica para la Interculturalidad, que permita avanzar hacia la cohesión social.

Nosotros queremos aportar nuestra visión sobre la realidad identitaria de Ceuta, nuestro diagnóstico y las posibles soluciones que se nos ocurren para superar “ese dramático ellos y nosotros” al que aludían los integrantes del mencionado grupo político. Somos conscientes de que nos adentramos en Terra Incognita y peligrosa, en un terreno plagado de maleza que apenas deja atisbar el camino y plagado de fieras fanáticas y radicales dispuestas a despedazarte en cuanto tengan la oportunidad. Pero asumimos el riesgo. Nos jugamos mucho en esta aventura para que el miedo, la pereza intelectual y la falta de coraje impidan que emprendamos el camino con decisión y valentía. Es nuestra obligación moral y la aceptamos con todas las consecuencias.
Antes de partir, nos hemos agenciado algunos mapas y descripciones del complicado mundo de la interculturalidad o multiculturalismo. Y lo que hemos descubierto es que tal mundo forma parte de una concepción de la humanidad anclada en el pasado y demasiado parcial. Lo que se impone es una visión integral que sepa ver y entender el nuevo mapa integral que nos conduce a la vida plena, efectiva y significativa. En la confección de este mapa han contribuido todas las culturas y civilizaciones que han dado lugar la humanidad. Pero tener el mapa no era suficiente. Era necesario intérpretes que lo supieran dibujar y descifrar. Uno de los primeros guías-intérpretes del mapa que nos lleva a la eupsiquia (vida buena) fue el escocés Patrick Geddes. Sus primeros diagramas y notaciones marcaron la ruta a otros investigadores de la conciencia como Jean Gebser, Don Beck, Robert Cowan o Ken Wilber. Este último ha dado un nuevo salto interpretativo con el rediseño del mapa integral. Un mapa en el que los conceptos de yo, nosotros, ello y ellos quedan integrados y conectados. Como podrán observar, al “yo” (el interior de lo individual)  y al “nosotros” (el interior de lo colectivo), al que se referían los miembros del grupo político Caballas, hemos añadido dos dimensiones que siempre tendemos a ignorar; el “ello” (el exterior de lo individual) y el “ellos” (el exterior de lo colectivo). El “ello” es la naturaleza, el “nosotros” la cultura y el “yo” es tridimensional (espíritu, mente, espíritu).
Es importante entender e interiorizar que estos cuadrantes del mapa (yo, nosotros, ello y ellos) no son estáticos, sino que muestran algún tipo de crecimiento, desarrollo y evolución, es decir, todos se despliegan siguiendo algún tipo de estadios o niveles de evolución y afectan de manera simultánea a los cuatro cuadrantes.  En el yo y en el nosotros, hay tres principales grados o estadios: egocéntrico, etnocéntrico y multicéntrico. Por encima de ellos está el estadio integral o kosmocéntrico. En cada uno de estos estadios se dan una serie de niveles diferentes de desarrollo, cuya descripción y comentario supera las posibilidades de espacio de las que disponemos en esta sección. Le remitimos,  a quién le interese, a la lectura del libro La visión integral de Ken Wilber.
Es importante comentar que el 70 % de la población mundial permanece aún anclada en los niveles de conciencia etnocéntricos y tan sólo el 2 % ha alcanzado el estadio integral. El 28 % restante se divide en dos categorías: el yo logro y el yo sensible. En la primera de ella se integran las personas pertenecientes a la clase media emergente de todo el mundo,  con actitudes individualistas, pensamiento racional-científico, orientadas hacia el beneficio material y competitivos. La segunda categoría, el yo sensible, que constituyen un 10% de la población, agrupa a aquellas personas centradas en la comunidad, en las relaciones sociales y en la preocupación por los asuntos medioambientales. Uno de sus rasgos identificativos es su actitud pluralista, realmente multicultural.
El problema del multiculturalista o interculturalista sincero, ­–y no fingido por intereses electoralistas–,  es que, como explica Ken Wilber en su obra Breve Historia de todas las cosas, “la mayor parte de los individuos con los que se relaciona todavía son esencialmente egocéntricos o etnocéntricos y, en consecuencia, no comparten su universalismo”. De este modo, se ven obligados a mostrar una tolerancia universal con individuos que no son igual de tolerantes con ellos. Este pequeño porcentaje de la población multiculturalista soslaya el hecho de que alcanzar esa actitud superior es muy infrecuente y, en consecuencia, suelen ignorar el difícil camino que conduce hasta ese nivel. Llevados por este error de apreciación, los multiculturalistas, según Wilber, “afirman que tenemos que tratar por igual a todos lo individuos y a todos los movimientos culturales puesto que ninguna postura es mejor que las demás, pero no pueden explicar por qué debemos huir de los nazis y del Ku Klux Klan. ¿Cómo podríamos, si realmente fuéramos multiculturalistas, rechazar a los nazis? ¿No es acaso todo el mundo igual?”.
Evidentemente, no todas las actitudes son equiparables. Estamos rodeados de movimientos etnocéntricos que defiende unos mitos según los cuales determinada raza, religión o pensamiento político son superiores al resto. Ante estas actitudes el multiculturalismo “se niega a reconocer cualquier tipo de diferencias entre las distintas actitudes morales posibles. ¡Al afirmar que todas las actitudes son iguales se niega siquiera la posibilidad de emitir ningún tipo de juicio! Cuando algunos se atreven a cuestionar las contradicciones de su relativismo moral, se muestran “sumamente intolerantes en nombre de la tolerancia, censurando en nombre de la compasión y justificando su estúpida postura con argumentos políticamente correctos. Si no fuera tan despreciable resultaría grotesco”.
Como consecuencia de este tipo de multiculturalismo irreflexivo estamos contribuyendo a la retribalización de nuestros países y alentando la fragmentación etnocéntrica. Lo primero que tendríamos que reconocer es que llegar hasta aquí para los países de mayoría multicéntrica no ha sido fácil. Traspasar las fronteras del yo y el nosotros mítico ha sido una labor compleja que ha requerido un ímprobo esfuerzo individual y colectivo. El empuje de la razón derribó los gruesos muros construidos por el dogmatismo religioso, los gobiernos despóticos y las infranqueables barreras de clase. Una vez superada esta línea imaginaria pudimos adentrarnos y ascender hacia niveles superiores de organización política, conocimiento científico, desarrollo ético y expresión cultural y artística. Esta línea imaginaria es, sobre todo, mental, aspecto éste que hemos olvidado, junto a la propia existencia de los niveles de desarrollo que le dieron origen. También hemos negado el camino interno recorrido para llegar hasta aquí. Nuestra falta de memoria y reflexión sobre el proceso de elevación intelectual y espiritual es el que nos ha llevado a este absurdo y peligroso relativismo moral y cultural, del cual se desprende que los multiculturalistas, como concluye Wilber, “estén dispuestos a abanderar cualquier cosa menos la civilización occidental”. Defender, como estamos haciendo en Occidente, ­–donde se concentran la mayor parte de las personas que han alcanzado el nivel de conciencia multicéntrica–, este relativismo moral y este multiculturalismo buenista, es poner en riesgo todo el avance en niveles de conciencia que se han conseguido en estos últimos dos o tres siglos.
Nosotros somos acérrimos defensores de la igualdad de origen de todos los seres humanos, pero no de todos los modos de pensamiento. En este relativismo moral no nos van a encontrar. Desde nuestro punto de vista, en el mundo podemos diferenciar dos grandes tendencias desde la óptica de la evolución mental y espiritual: los ascendentes y los descendentes. Nuestra evolución interior es similar al de un escalador que asciende por una empinada escalera hacia los niveles superiores de conciencia y que según escalan observan un paisaje distinto (arcaico, mágico, mítico, racional…). Una gran mayoría de personas no consiguen ascender por esta escalera debido a factores tan internos (valores, significados, principios morales y desarrollo de la conciencia) como externos (situación económica, bienestar material, acceso a la tecnología, entorno medioambiental). Muchos llevan en su mochila una pesada carga de prejuicios religiosos, económicos y políticos que les impide subir la escalera de la evolución espiritual.
En Ceuta, como el resto de las ciudades europeas, predominan las posturas políticas que centran exclusivamente su atención en la reforma de las instituciones exteriores, económicas y sociales,  dejando al margen todo esfuerzo para alentar a la gente a que emprenda su propio desarrollo interior y adquiera una sustantividad, independencia y creatividad espiritual. Desgraciadamente, para una amplia mayoría de nuestros conciudadanos todos los dogmas y las doctrinas que le ha ido metiendo las religiones en su “mochila mental” les impiden ascender y progresar por el empinado camino de la vida social y espiritual. Hasta que esta mayoría no se desprenda de esta pesada carga no les va a ser posible alcanzar un nivel o grado de conciencia que les haga ascender a un plano de existencia elevado donde la eupsiquia o vida buena sea posible. Si permanecemos en el actual plano mítico lo único que seguiremos presenciando es una lucha, más o menos encubierta, por el control de los resortes del poder y la imposición de sus principios religiosos y políticos. En esta lucha los más próximos a los niveles más bajos de conciencia tienen todas las de ganar, ya que para ellos el principio de la duda y la autocrítica son consideradas debilidades propias de una cultura decadente y pusilánime.
La única solución a esta cuestión que se nos ocurre es que los pocos ascendentes que conocen el mapa integral consigan despertar a los durmientes y juntos emprendan el camino del desarrollo mental y espiritual. Estamos en un momento clave de la historia de la humanidad. O ascendemos o descendemos. No hay alternativa. Si nos decimos por el ascenso debemos, como plantea Eucken, confiar en una gran renovación, debemos creer en el ascenso a un  mundo espiritual, debemos exigir una formación de esencia, una reforma moral. Para que esto sea posible debemos desechar toda diferencia y toda tibieza y considerar toda transacción como un delito. No nos queda otro remedio que luchar de manera incesante por un fortalecimiento de nuestra vida interior y por un mundo espiritual independiente en el que no cabe dioses omnipotentes y omnipresentes “ni mitos prerracionales que son tomados como la verdad literal concreta”. Desprender de toda esta carga es difícil y duro.  Quien llegue al plano de la cultura mundial, se sentirá a gusto en cualquier parte de esa cultura, en su interior no menos que en su mundo exterior”. ¿Estamos dispuestos a desnudarnos? Ésta la pregunta que todos debemos responder, empezando por los promotores de la Estrategia Pedagógica por la Interculturalidad.

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