La triste muerte en los ruedos del joven torero manchego Victor Barrio Santos y la sarta de incalificables insultos y auténticas animaladas vertidas en las redes sociales precisamente por quienes dicen llamarse “defensores de los animales” contra el malogrado maestro y su familia, me mueven a escribir en su memoria este artículo y el del próximo lunes; haciéndolo en éste para resaltar el arte del toreo, que hunde sus raíces más profundas en la remota antigüedad.
La mitología de hace más de 4000 años ya nos refiere que Minos, primer rey de Creta, hizo surgir del mar un toro, tan bravo, tan bello y tan majestuoso que cuando lo vio le perdonó la vida en lugar de ofrecérselo en sacrificio a su dios. También por entonces, el Dios de los mares, Poseidón, rendía culto a los toros. Y en mi tierra, Extremadura, los vetones en la Prehistoria adoraban la escultura zoológica de un toro, que se conserva en el Museo de arte romano de Mérida. Y quizá para que los humanos no fueran de peor suerte que el toro perdonado por Minos, a los condenados a muerte ls daban la oportunidad de enfrentarse en el que fue gran circo de la antigua Emérita Augusta, para que lucharan o bien con un león o con un toro y, si el condenado ganaba la batalla, automáticamente le perdonaban la pena capital. Y no es que esté justificando aquí aquellas bárbaras luchas con animales tan fieros, sino que sólo estoy relatando los orígenes de la tauromaquia. El arte de Cúchares (Francisco Arjona Herrera, llamado "Cúchares" y "Curro Cúchares", 1818-1868), al que se considera uno de los más grandes conocedores taurinos, nunca recibió una cornada en su dilatada carrera. Sus aportes a la faena de muleta son considerables, siendo el primero en desarrollar el toreo con la mano derecha de una manera uniforme y estilísticamente aceptada. Era un torero seguro con el estoque.
La fiesta taurina nació como espectáculo al calor de algunas civilizaciones ribereñas del antiguo “Mare Nostrum”. En España, el arte del toreo caló más en Andalucía, Extremadura, Levante y Castilla, sobre todo en Madrid y Salamanca. Inicialmente, las corridas de toros estuvieron destinadas más bien a deleite y diversión de la nobleza; pero en el siglo XVIII la fiesta se hizo popular y terminó siendo un espectáculo para el pueblo llano. El artífice principal del toreo comenzó siéndolo el rejoneador montado a caballo, pero después el protagonismo más destacado comenzó a tenerlo el torero de a pie, surgiendo así la profesionalización de la faena. Después se impusieron las normas técnicas fijas destinadas a resaltar los valores artísticos y estéticos de la tauromaquia, que vino en llamarse “Fiesta Nacional”. Y el auténtico arte del toreo fue luego perfeccionándose a base de ir marcando los distintos estilos. De la mano de José Delgado, “Pepe-Hillo” (1745-1801) y Pedro Romero (1751-1839), la lidia profesional fue dividida en tres tercios o suertes: “picar”, “banderillear” y la suprema de “matar”.
Las cualidades que los entendidos del arte del toreo más aprecian son las de saber “parar”, “templar” y “mandar”. En la época clásica destacaron como buenos toreros Lagartijo, Frascuelo, Mazzantini, Guerrita, Caraancha, Fuentes y Bombita. Manolete (1917-1947), fue figura señera y de gran pundonor profesional, que introdujo el toreo de perfil aumentando la emoción y la belleza a base de unir técnica y estética. El toreo moderno se inició con Joselito y Belmonte, que trajo la reducción del tamaño, la fuerza y la edad de los toros. Con todo ello lo que pretendo es demostrar que el toreo ha sido siempre un auténtico arte nacional, tanto en belleza, lucimiento, destreza y peligro por igual para toro y torero. Ambos pueden morir y también ser indultados en los ruedos por el “respetable” (pueblo), en un lance en el que, normalmente, la persona domina a la fiera. Y la fiesta taurina no sólo se celebra en España, sino también en Portugal, Francia y países hermanos de Hispanoamérica, desde que el extremeño Hernán Cortés, mandara construir la primera plaza taurina y celebrar la primera corrida en Quito.
No he visto más de 3 ó 4 corridas en mi vida. Y, como no soy experto en la materia, voy a opinar del toreo como arte por lo que dijeron otras personas de la relevancia que yo no tengo. Así, Valle-Inclán, Sebastián Miranda, Pérez de Ayala, entre otros, escribieron en un homenaje a Juan Belmonte: “Capotes, garapullos, muletas y estoques, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, pinceles y buriles; antes los aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime por momentáneo”. Toros y toreros sirvieron de inspiración a Goya, Picasso y Manet, entre otros. Y el escritor francés François Zumbielh dice con rotundidad: “Hay que enseñar, sobre todo a los jóvenes ecologistas, que cada ganadería es de hecho una reserva ecológica insustituible, pues en ella conviven con el ganado bravo innumerables especies en libertad, amén de la flor de todos los oficios del campo que se han mantenido ahí a lo largo de los siglos”. El poeta Fernández de Moratín rimó el siguiente quinteto de arte menor: “Sobre un caballo alazano/ cubierto de galas y oro/ demanda licencia ufano/ para lancear un toro/ un caballero cristiano”.
Y el toreo sirvió de inspiración a Goya, Picasso y Manet, entre otros muchos afamados pintores. Fray Luis de León escribió: “Las corridas de toros están en la sangre del pueblo español, y no podrían ser suprimidas sin enfrentarlo en una seria reacción”. Carlomagno, Alfonso X El Sabio y el Cid Campeador fueron grandes aficionados a los toros. Carlos I de Inglaterra y su ministro Lors Buckuigan participaron en corridas, y tan a gusto se sintieron que repitieron en su país invitando a los embajadores de Francia y España. Carlos I lanceó un toro bravo para celebrar el nacimiento de su hijo Felipe II. Ortega y Gasset dijo: “Es impensable estudiar la historia de España sin las corridas de toros”. Unamuno fue un gran aficionado a los toros. Federico García Lorca escribió: “El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España…Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”. Y Tierno Galván aseveró: “Los toros son el acontecimiento que más ha educado social y hasta políticamente al pueblo español”.
Pero la polémica sobre los toros surgió y alcanzó su momento más álgido, y también más triste, cuando el año 2010 los separatistas catalanes consiguieron que el Parlamento catalán aboliera las corridas en Cataluña, pese a sentir allí el pueblo una honda tradición taurina y perderse con ello una elevada fuente de ingresos y miles de puestos de trabajo. Y no es que lo hicieran por asco a lo de la “pela es la pela”, sino sólo y exclusivamente por ser la “Fiesta Nacional de España”. Hace sólo unos días el alcalde de Palafolls (Barcelona), Oscar Bermán lo dijo públicamente alto y claro: “Sabemos que la abolición de los toros en Cataluña fue una decisión de los separatistas para acabar con uno de los símbolos icónicos de la tradición española. A esa gente le trae al pairo los derechos de los animales. Lo que brota en ellos es un odio enfermo a cualquier cosa que representa a España”. Sólo en Barcelona hubo tres sucesivas plazas, “Las Arenas”, “La Barceloneta” y la “Monumental” inaugurada en 1914, en la que torearon los más afamados “maestros”, para los que era un alto honor torear allí porque siempre encontraban una afición fiel y muy entendida. Y si en Cataluña los separatistas conocieran bien su verdadera historia (no la que se inventan), se pasmarían al saber que, cuando Alfonso VII se casó con Dª Berenguela, hija del Conde de Barcelona, se festejó la boda por todo lo alto y, para mayor solemnidad, ya entonces se hizo a lo grande con una excelente corrida de toros, a la que asistió el propio conde Berenguer. La abolición catalana está recurrida ante el Tribunal Constitucional, que posiblemente dirimirá la controversia jurídica el próximo mes de septiembre.
En la década 1950-60, Barcelona brilló en este arte todavía más que Madrid. Los que votaron la abolición, tuvieron la desvergüenza y la desfachatez de abolir las corridas de forma tan discriminada como que, a la vez, dejaron como fiesta regional suya los llamados “corre-boús”, que son toros ensogados a los que les imponen los mayores castigos y sufrimientos, porque aparte de ir tirando de ellos y llevándolos a la fuerza hacia el maltrato por todos, les colocan en los cuernos una llama ardiendo con la que los sufridos animales dan los mayores bramidos al quemarse. Ahí sí que se atenta de forma cruel e inhumana contra los animales, dejándolos totalmente indefensos, con una antorcha encendida sobre cabeza y cuernos, atados a una soga para tironearlos, hacerles daño por todas partes, dirigirlos a la fuerza y someterlos a las mayores atrocidades, que eso sí que son animaladas contra un animalito indefenso al que todos van a maltratarle. En cambio, al toro de lidia se le deja pelear de igual a igual con el torero y pudiendo defenderse libremente. Paradójicamente, la muerte de los toros de lidia en la plaza es lo único que hace posible que estos animales vivan un mínimo de cuatro años como raza privilegiada sobre otras de su especie, porque un toro bravo se cuida y se mima desde que está en el vientre de la madre hasta el mismo día en que muere, no ya sólo en cuanto a buena alimentación, sino también criándolo con especial delicadeza, en un hábitat adecuado de vida sana y en libertad, dentro de un entorno ecológico y medioambiental puro y sano, para que tenga la mejor preparación de cara a la lidia.
Llama la atención el hecho de que los abolicionistas catalanes de las corridas digan que las prohíben para salvar la vida de los animales, cuando tan poco sensibles son luego a la vida de seres humanos inocentes e indefensos, ya que el día anterior los mismos partidos que votaron contra las corridas de toros también votaron en el Congreso a favor del aborto elegido libremente por niñas menores de 16 años, carentes del raciocinio y madurez sobre la enorme trascendencia que conlleva la muerte de una criatura humana en el seno de su madre, porque arrancar de cuajo la vida de un ser humano indefenso no es ya sólo cometer la atrocidad de hacer sufrir al “naciturus” sin que se pueda defender, sino que también es impedirle su derecho natural y constitucional a nacer, que ellos mismos jamás hubieran deseado ni para sí, ni para sus familias. Y esa negación de la vida humana frente a tan radical empeño puesto luego en la defensa de los animales, es tanto como hacer de mejor derecho la vida y la integridad física de dichos animales sobre los valores y los derechos de las personas.
Y es seguro que entre los prohibicionistas de las corridas, no hay ni uno sólo que haya tenido el más mínimo reparo en comerse los tiernos y ricos filetes de becerrillos, o unas buenas chuletas de cordero, o un suculento cochinillo asado, o una buena caballa de las ricas de Ceuta a la plancha, o los chanquetes malagueños, que todos son animalitos inmaduros e indefensos y todos sufren cuando se les mata de un puntillazo o se les pesca con el anzuelo para luego devorarlos en el plato.
Pero uno entiende que es muy respetable, y por mí muy respetado, que los llamados “animalistas”, con los que comparto su noble afán por la naturaleza, salgan en defensa del toro bravo reprochando la supuesta atrocidad que dicen se emplea con este animal. Cada uno es muy libre de pensar y defender lo que le dicte su propia conciencia; aun cuando los técnicos entendidos en la materia aseveran que el toro durante la lidia está en caliente y tan metido con su fiereza y bravura en la pelea con el caballo y el torero que apenas siente dolor, porque su instinto y fijeza sólo están en embestir y pelear. Lo que jamás podré entender es que algunas personas que se tienen por tales luego sean capaces de arremeter con tan feroces ataques contra una pobre persona muerta por un toro en la plaza y contra su familia; pero de esto último me ocuparé el próximo lunes.
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