Escribía el místico y poeta San Juan de la Cruz que “el que se tiene a sí mismo como director espiritual, tiene a un tonto como discípulo”. Algo parecido le pasa a la izquierda española, al no tener más referente moral que sí misma, de tanto mirarse el ombligo ha perdido toda cordura y capacidad de resolución o mejora.
La izquierda española alimenta todos sus discursos con la violencia, desde la pira purificadora y funeraria de las propuestas de quien piense diferente, a una actitud verbal que irremediablemente empuja a los más imbéciles a la violencia física.
Pasear por la hemeroteca de los discursos de Podemos y sus franquicias comunistas puede dejarle el alma helada, desde la reivindicación “al derecho a portar armas”, “el enemigo sólo entiende un lenguaje: el lenguaje de la fuerza”, a “irse de cacería a aplicar la justicia proletaria”, o “se avecina una crisis terminal del capitalismo y tendremos que estar preparados para tomar las armas“.
Sin olvidar acciones directas de sus líderes, por ejemplo, el diputado en la Junta del Principado de Asturias, Enrique López, juzgado por agredir a unos policías en Gijón. O el diputado nacional por Canarias, Alberto Rodríguez, juzgado por desórdenes públicos y agredir a varios policías, o el sindicalista Andrés Bódalo, en la cárcel por una paliza a un concejal socialista y que obtuvo el apoyo público de Podemos. O ‘Alfon’, condenado por tenencia de explosivos, que también obtuvo el amparo de los de Iglesias. Y algo parecido puede decirse de la relación privilegiada entre Ada Colau y el movimiento okupa o los movimientos anti-turistas, o las fotos de compadreo con terroristas como Otegui, Ternera, y otros de Terra Lliure.
Ahora que un asesino con el antecedente de dejar tetrapléjico a un guardia urbano en 2006, y sin embargo tanto Ada Colau como Pablo Iglesias actuaron como mecenas de un documental donde se negaban las acusaciones policiales y judiciales, e incluso la sede del Colegio de Periodistas de Cataluña se prestó a promocionarla y a ofrecer una conferencia tratándolo como a un héroe, o el mimo con el que los titulares tratan a las ordas y manadas de violentos que odian a España como “jovenes radicales”. Ahora que ese criminal ha matado a Víctor Laínez, primer español asesinado por el hecho de serlo desde que ETA dejase de matar, hay que pensar que el infecto criminal empuñó el arma homicida pero muchos otros le jalearon desde sus discursos.
El asesino Rodrigo Lanza es el alumno aventajado de Pablo Iglesias cuando dijo aquello de “salir a cazar fachas” y un admirado de Gabriel Rufián y Jordi Évole cuando mostraron su “admiración eterna” ante el documental que pretendía exculparle de sus actos execrables.
A todo esto hay que sumarle que Pablo Iglesias no ha condenado el asesinato, tan sólo ha dicho que condena “cualquier tipo de violencia”, que es la misma fórmula que usaban los batasunos para poner a víctimas y verdugos al mismo nivel.
Tanto alertar sobre la vuelta de los nazis y son los antifascistas los que matan, tanto prevenir de la extrema derecha y es la extrema izquierda la que está en el Congreso y con 5 millones de votos. Quizá la culpa de todo esto la tenga el colapso moral y la miseria ideológica de cierto tipo de periodismo.
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