Araceli

Corría la década de los oscuros años ´60 cuando era habitual ver por las calles de Ceuta a una mujer humilde tirando de una mula, en cuyas cestas iba metiendo los restos de comida que encontraba en los cubos de basura. Al preguntarle a mi tía-abuela, que la conocía, me explicó que esa mujer tenía unos cerdos en una cochinera de la falda del Hacho, y que eso que recogía era para alimentar a sus cerdos. La mujer se llamaba Araceli.
Años después, con la irrupción de la televisión en nuestras casas, no era extraño ver documentales que nos mostraban escenas de los primeros años después de la Guerra Mundial, con imágenes en las que la población tenía que subsistir buscando comida en los cubos de basura. Siempre me acordé de Araceli, aunque tenía claro, aún siendo un niño, que una cosa era alimentar a los cerdos con basura y otra muy distinta lo que veía en el televisor. Estaba convencido de que “afortunadamente, eso no volvería a suceder”.
Seguramente nuestros gobernantes no pasean por las calles al anochecer. Es más, estoy convencido de ello. En mi infinita ingenuidad quiero pensar que están tan ocupados trabajando por todos nosotros, que no tienen tiempo de observar lo que ocurre a su alrededor; que están tan desbordados intentando que no suba la prima de riesgo, que cumplamos el objetivo de déficit, que el sistema bancario termine de sanearse, que no les queda tiempo para ver la realidad cotidiana.
Porque de lo contrario no se explica cómo nuestros gobernantes (los actuales y los de antes, que esto no es producto de un solo Gobierno) pueden dormir por las noches. ¿Cómo consiguen los Rajoy, Rubalcaba, Aznar, Zapatero, Griñán, Mas, Vivas, Zaplana… y todos los que son y han sido,  sustraerse a la realidad de tantos españoles?
Quizás el que esto escribe tenga demasiado exacerbada su capacidad de empatía, pero, si estuviera en la piel de alguno de estos gobernantes, estaría trabajando sin descanso en reparar las vidas que otros han destrozado. No podría soportar dejar a mis hijos un mundo peor del que había recibido de mis padres. Me sería imposible convivir con el hecho de saber que, sin guerra de por medio sino única y exclusivamente por la incompetencia y la corrupción de la clase política que me ha precedido (y que, no lo olvidemos, entre todos pusimos allí con nuestros votos), volvemos a tener en nuestras calles a seres humanos que buscan en los cubos de basura para comer.
En la pasada campaña electoral tuvimos ocasión de ver al actual Presidente del Gobierno Mariano Rajoy en una cola del paro. Quería mostrar su solidaridad con los desempleados, y a la vez declarar ante las cámaras (que “casualmente” se encontraban allí), que se comprometía a acabar con esas cada vez más largas colas de la desesperanza. Para algunos, demagogia. Para otros, electoralismo. Para los más, visto el resultado electoral, imagen de un político que quería pisar la arena, conocer la realidad de los que más estaban sufriendo por culpa de los políticos anteriores.
Yo le recomendaría al Presidente Rajoy que, una vez, solamente una vez, se acercase a los cubos de basura a coger lo que otros han tirado. Quizás así conocería al fin la dura realidad. Porque él, y casi todos los que nos han gobernado y nos gobiernan, son los responsables de que cada anochecer en las calles de España, vuelva a aparecer Araceli. Solo que en esta ocasión, la comida que recoge de los cubos de basura no es para dar de comer a sus cerdos.