Casualidades de la cronología. 50 años después de la inauguración de la que fuera Escuela Normal del Magisterio Primario, su sucesora, la Facultad de Educación y Humanidades, abandonaba sus dependencias para instalarse en el flamante Campus Universitario. En mi habitual y último Anuario de la Ceuta de hace medio siglo, que puntualmente ve la luz en nuestros especiales de fin de año, recogía pormenores de aquella inauguración. Efeméride sobre la que hoy me he permitido profundizar a requerimiento dos de aquellos alumnos de la primera promoción de maestros que salió del nuevo centro. Un alumnado que venía de estudiar sus dos primeros cursos de carrera en las viejas dependencias de la Marina, cuna fundacional de la Escuela, inaugurada en 1931 con Manuel Olivencia como primer director.
Lorenzo y Miguel, docentes ya jubilados, maestro el primero y catedrático de Historia el segundo, tratan ahora de reunir al mayor número de compañeros para posibilitar un reencuentro, en junio, coincidiendo con las bodas de oro de su graduación. Tarea nada fácil por la dispersión geográfica de muchos o por la natural desaparición de otros. En Ceuta permanecen todavía seis. Tres de ellos ejercieron la enseñanza, dos fueron empleados de la banca y uno aún sigue en activo, pero como comerciante tras precisar abandonar la docencia para hacerse cargo de los negocios de su suegro al fallecimiento de éste.
Muy reconocidos por la sociedad los docentes de entonces, no lo eran sin embargo en el aspecto remunerativo. Aquel dicho popular de pasar más hambre que un maestro de escuela lo decía todo. De ahí que las matrículas de la Escuela fueran reducidas, como la de los 24 de aquella promoción. Para captar alumnos, las enseñanzas de los varones eran nocturnas, facilitando así que personas no tan jóvenes compartieran aula con compañeros a quienes en determinados casos les doblaban la edad. En aquel curso de tercero de carrera en concreto, había músicos de la Banda del Tercio, militares con graduación, empleados y hasta un conductor de la línea de autobuses a Marruecos, quienes, a costa de muchos esfuerzos, lograron su titulación.
Para cursar los estudios de Magisterio bastaba en aquella época estar en posesión del título de Bachillerato Elemental, si bien un importante contingente de alumnos, como Miguel y Lorenzo, acudía con sus estudios del Superior ante la falta de expectativas para cursar otra carrera en la ciudad. La UNED y Enfermería estaban todavía a más de tres lustros de distancia. La carrera contaba con asignaturas tan extrañas en los planes actuales como Agricultura, Caligrafía, Trabajos Manuales o una peculiar Educación Física que, autoorganizada por los propios alumnos, consistía en unos disputados torneos de fútbol de los que salieron jugadores como el meta Quino o el interior Pérez II, titulares al poco tiempo del equipo local del Imperio en la potente 3ª División de entonces.
Alumnos y alumnas estaban herméticamente separados en el nuevo edificio, dividido al efecto en dos mitades simétricas como correspondía en realidad a las dos escuelas: la femenina y la masculina, de acuerdo con el rígido modelo de educación sexista de la época. Una puerta comunicaba a ambas, aunque sólo se abría en las grandes ocasiones para compartir el magnífico salón de actos.
El traslado al nuevo edificio coincidió también con la paulatina renovación del profesorado, acelerada después cuando los nuevos planes de estudios fueron potenciando la carrera hasta convertirla en diplomatura universitaria. Aquel curso 63-64 llegaron a la escuela los primeros docentes que rompían pautas y metodologías obsoletas. El caso de profesores como Antonio Bernal Roldán, el único que, creo, vive todavía, Oscar Sáenz de Barrios, exigente y auténtica excelencia docente, o aquel teniente de Farmacia que, pese a lo elevado que ponía el listón de su asignatura a nivel de 1º de universidad, logró meterse en el bolsillo a los chavales. Cesado a los dos meses de su toma de posesión por otras razones, el hecho cayó como una bomba entre los alumnos varones de 3º, que, quién lo diría en la Ceuta de entonces, se negaron a entrar en clase hasta que su D. Francisco retornara a su puesto. “Toda una pseudo huelga”, apunta Lorenzo, mientras que para Miguel “fue más una rebelión en toda regla contra una injusticia”.
Por la dirección del centro se cuidó de guardar muy bien el asunto de puertas para adentro y muchos alumnos fueron sancionados con la pérdida de sus derechos de matrícula. Una dura represión que en nada rebajó el ímpetu y la ilusión por hacer cosas por parte de aquella entusiasta primera promoción salida de la nueva Normal, que vino a marcar un antes y un después en la historia del centro. Las enormes posibilidades del salón de actos fue un aliciente para ellos, sobre el que escenificaron representaciones de teatro leído, una aplaudidísima representación teatral de Muñoz Seca y hasta un festival de canción, poesía, humor, música con la actuación de un conocido grupo de la época ‘Los Truenos’, con su explosivo guitarra, Manolo Moltó, alumno también de aquella promoción, el que sería años después alcalde de Estepona donde ejerció durante muchísimos años.
Valga la imagen que ilustra esta columna como recuerdo de aquella célebre gala estudiantil y de algunos de aquellos nuevos maestros ceutíes de 1964.