APDHA puso el acento ayer en la situación de las porteadoras, mujeres sin derechos, mujeres que se quedaron sin su única forma (mala) de ganarse la vida. Con un informe resumen de la situación en la que se encuentran quienes prestaron primero sus espaldas y después sus brazos para alimentar un negocio de millones, colocó en el foco de atención a esas otras mujeres que no reciben premios ni galardones y de las que nadie se acuerda. Olvidadas y sin recursos, porque el plan estrella de contrataciones ‘vendido’ por Marruecos supone otra explotación que aparece solo para callar bocas después de constantes manifestaciones de un norte que se levanta cansado de no tener alternativas.
En el paso de Benzú, primero; en la frontera después, en el Biutz más tarde y en el ‘Tarajal II’, se han vivido escenas tan extremas que cuesta entender cómo todo aquello se mantuvo durante tantísimo tiempo, hasta el punto de verse como normal lo que no lo era, bajo la justificación de que ‘de algo’ tenían que vivir.
Hubo muertes que no detuvieron aquel sistema construido a pie de frontera, hubo desgracias familiares y abusos que nunca se esclarecieron como se debió hacer. Por eso es bueno leer el informe de APDHA para recordar que todo eso tenía lugar a la vista de todos pero nadie se atrevía a pararlo.
Aquellas mujeres arrugadas que no llegaban a los 40 pero parecían abuelas, aquellas que dormían entre cartones para no perder la cola viéndose obligadas a hacerse sus necesidades prácticamente encima, las que perdían toda la mercancía cuando ya casi habían llegado al destino o las que tenían que callar ante lo que veían o sufrían con tal de llevar dinero a casa. Aquellas mujeres formaron parte de una historia oscura, de una historia que nació en la frontera de las desigualdades, en donde a los hombres y mujeres se sumaban bebés mezclados con bultos y atrapados en avalanchas o discapacitados usados para intentar colar con preferencia el bulto.
Y toda esa amalgama de imágenes se concentraba en un espacio marcado por tantos extremos, tantos radicalismos, que una mira hacia atrás y siente vergüenza por lo que pasó, por lo que se mantuvo, por lo que perduró hasta que una pandemia supuso el choque brutal con nuestras conciencias.