Aprender de los alumnos, saberse emocionado por lo que dicen o lo que hacen, sentarse con ellos o que ellos te llamen para sentarse contigo y viajar en su mundo y en sus circunstancias. Recordar a aquel profesor que te cambió la vida y pensar que ahora te toca a ti ser ese profesor.
Esta Mañana, en la biblioteca, Mohamed, alumno de la ESO me pidió un euro. Le dije si realmente lo necesitaba. Él tenía que comprar una barra de pan y había olvidado el dinero. Se lo di; a los 15 minutos me deolvió 10 euros que se me habían caído. Todo una lección de valores, de sinceridad, de un “confía en mí”.
Recuerdo otras anécdotas que quedaron marcadas en mi pedagogía viajera. Expuse que había aprendido a hacer todas las labores domésticas menos coser un botón: “Ahora me toca pediros ayuda a una de vosotras”, la alumna me replicó; y por qué no a uno de ellos. Me vi atrapado en el machismo invisible flotando en el aire que respiramos.
Hablando sobre el problema del mal en el mundo expuse que muchos filósofos han negado a Dios por permitirlo en su infinita benevolencia: ¿Qué hace Dios para evitarlo? Del aula un chico me replicó: y usted, qué hace. Lo mismo Dios ha delegado en usted. Pienso en las vueltas y vueltas que le he dado a ese día.
Preguntándole a un alumno el motivo de no apuntarse a ningún viaje se levantó y, delante de sus compañeros explicó: sufro de enuresis, no puedo contener la orina durante la noche. El silencio se hizo en el aula y supimos el valor de la sinceridad .
Ayer me escribió Antonio, fui su profesor hace 31 años cuando él tenía 15. En la conversación telefónica, cuando le pregunté cómo le había ido la vida se le quebró la voz: tengo dos hijas, ahora están en el instituto en el que coincidimos, trabajo en una gasolinera y sigo andando los días con sus sorpresas y decepciones, pero nunca olvido aquel 1991 en el que te conocí, aquella película El Club de los Poetas Muertos aquellas lágrimas cuando tuviste que dejar el instituto, aquél encierro apoyando ese cese inesperado, aquella noche en la que cenamos un bocata mientras amanecía en el pasillo del instituto pertrechados en sacos de dormir, la tristeza que te mojó los ojos cuando te despediste de nosotros. Nunca viví con tanta intensidad, me dijo.
Este curso, debatiendo sobre las represiones de la sociedad y de la intolerancia defendí que había que implicarse, mojarse, pronunciarse tomar partido. No vale retirarse y esconderse.
Por primera vez en mi vida, rompiendo las cadenas del alma les dije:” yo soy homosexual, no pasa nada, sigo siendo el mismo”. La clase irrumpió en un aplauso. Sobran las palabras para describir esa lección de vida, una empatía que deberíamos tener con las nuevas generaciones.
Y así, podría escribir cientos de CAÑONAZOS, cientos de situaciones en los que los alumnos se vuelven nuestros profesores.