En un mundo en el que prima la belleza y la juventud, en el que se tiende a ocultar lo feo, la enfermedad, las arrugas del rostro con el paso de los años, en el que incluso la muerte parece algo ajeno y lejano que nunca va a llegar, en el que se vive de cara a la galería, de forma superficial, procurando cerrar los ojos a todo aquello que se aleja de los nuevos cánones de belleza conseguidos a golpe de bisturí, aún quedan personas con los pies en la tierra, que ven en esas arrugas, en esas pequeñas imperfecciones, la auténtica belleza, la que les diferencia de los demás, la que no es efímera, la que perdura, la que les hace peculiares, verdaderos, únicos y realmente valiosos.
No deberíamos temer a la muerte ni a la enfermedad, lo que de verdad debería darnos miedo, es dejar pasar la vida sin vivirla, estar pendientes de lo que piensen los demás en lugar de lo que pensamos o queremos nosotros mismos porque de un momento a otro, una catástrofe, una enfermedad, la muerte de un ser querido o cualquier otra incidencia puede poner patas arriba nuestra vida, sin avisar, sin preguntarnos ni pedir nuestro permiso para hacerlo y eso cambiará por completo nuestra forma de ver las cosas, incluso nuestra forma de ser.
Los médicos solemos decir que no hay enfermedades sino enfermos, porque aún teniendo la misma patología, cada uno la vive de manera diferente y es que en realidad, lo más importante, es conocer nuestras limitaciones y aprender a adaptarnos a ellas para mejorar nuestra calidad de vida y es que esa vida, se compone de buenos y malos momentos y de todos se aprende, cada experiencia buena o mala se acumula en nuestra "mochila" y contribuye a hacernos únicos y al igual que un niño debe caerse para aprender a no tropezar, nosotros debemos tropezar cada día con nuestras enfermedades para aprender a mirarlas "de tú a tú" para no dejarnos vencer por ellas.
Pero también los sanos, deben aprender a ver el día a día de esos enfermos, a no cerrar los ojos ni mirar para otro lado ante la enfermedad, a no ocultarla ni esconderla.
Aprendamos a mirar "cara a cara" a la enfermedad, a decirle "no vas a poder conmigo", "voy a luchar", "voy a dejar de pensar en lo que ya no puedo hacer, me voy a centrar en lo que aún puedo y le voy a sacar partido" porque ante todo, estoy vivo y ser feliz con las circunstancias que me ha tocado vivir tan solo depende de mí.
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