El apagón sufrido en toda España y que a nivel de telefonía afectó también a Ceuta terminó paralizando todo el país, o casi.
El Gobierno busca explicaciones a lo sucedido, llama a la calma y espera tener los datos que aporten los expertos para evitar bulos y desinformación que, en el fondo, son los grandes males en mitad de los graves problemas.
Le está faltando celeridad. Es el fallo permanente de la clase política, carecen de la reacción para evitar que quienes mueven los hilos de esos bulos se hagan fuertes.
El hecho es que el apagón ha dejado en bragas a todos. Tal es así que nos quedamos bloqueados, sin información con las caídas de servidores, sin cobertura para hacer llamadas y, en el caso de la Península, sin luz, sin lo más básico.
La causa, aún por definir, ha supuesto un jaque mate auténtico a la estabilidad del país. Los sistemas no funcionaban, cundía el pánico, pero, sobre todo, la gente veía cómo no podía realizar las tareas más básicas como, por ejemplo, pagar. El dinero físico tiende a desaparecer de las costumbres de todos, ayer había quien no podía siquiera comprar porque no funcionaban los sistemas de pago. Si a eso se le añade la psicosis alimentada por bulos de falta de alimentos y demás… tenemos la imagen del caos.
El origen de todo este desaguisado ha demostrado no solo la debilidad de las infraestructuras sino, también, los problemas que situaciones así pueden provocar en la paz social, cuando ya en la tarde de ayer había llamadas al ejército temiéndose emboscadas y robos. Física y psicológicamente hubo consecuencias graves que no deben ser pasadas por alto.
En Ceuta la situación quedó controlada porque, por una vez, eso de ser isla energética ha sido positivo. Lo que ha sucedido, un hecho sobre lo que se han emitido series de supuesta ficción, evidencia una debilidad y unas consecuencias que deberían forzar una reflexión colectiva de la frágil línea que separa el tener todas las garantías y recursos a carecer de todos ellos.