Opinión

Una antología de silbido

En el discurrir de la existencia hay muchas cosas a las que no damos importancia, por usuales, y que sin embargo llevan consigo un amplio caudal de información y uso. Hoy se me ocurre discurrir sobre un aspecto, aparentemente anodino, como es el silbido.
La expulsión de aire utilizando la lengua, la dentadura y los labios, auxiliada a veces por los dedos, modulada en la garganta y haciendo la cavidad bucal como caja de resonancia, produce ese sonido que denominamos silbido.
El silbido ha sido utilizado en muchas culturas como lenguaje entre habitantes en zonas agrestes, aisladas y distantes. Actualmente se han catalogado en el planeta unas setenta variedades de esta forma de comunicación, aunque la mayoría de ellas en trance de desaparición. Merece especial mención nuestro silbo gomero, lenguaje prehispánico utilizado desde tiempo inmemorial en la isla de La Gomera. No sin motivo, fue declarado por la UNESCO, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en septiembre de 2009.
El silbo gomero es un lenguaje articulado que reproduce, valiéndose de silbidos, las características sonoras de una lengua hablada, en este caso el castellano. Casi todos los vocablos de nuestro idioma pueden expresarse con dos vocales y cuatro consonantes silbados, y ser audibles a varios kilómetros de distancia. Aprenderlo no es una labor fácil y, según recientes estudios de neurolinguistica, su interpretación requiere la utilización de los dos hemisferios cerebrales.
En el mundo digital, ya existen aplicaciones para localizar el móvil o disparar fotos a distancia con un silbido. En Marruecos, recientemente, una organización feminista ha repartido silbatos a las mujeres con el mensaje “Si te acosan, silba”.
En la literatura el silbido ha sido título y temática de multitud de publicaciones. Miguel Hernández recoge parte de su poesía en “El silbo vulnerado” y San Juan de la Cruz incluye en su Cántico Espiritual “… El silbo de los aires amorosos”.
Como no pueden faltar estudios de todo tipo, ahora nos dicen que, debido a un mayor control de los labios y la lengua con respecto a los músculos de la laringe, estamos mucho mejor dotados para silbar que para cantar. Quizá por ello, el jiennense Curro Rodríguez –que adoptó el nombre artístico de Kurt Savoy– supo sacar un sustancioso provecho de su habilidad silbatoria. El dijo, acertadamente, en alguna ocasión que “vivía del aire”. Fue intérprete de la música silbada de Ennio Morricone en diversos western spaghettis, almerienses, de Sergio Leone.
El silbido ha sido interpretado como fondo musical en muchas películas: El puente sobre el rio Kwai, de David Lean; Kill Hill, de Tarantino; La vida de Brian, de los Monty Python y en canciones como la magnífica “Sittin on the dock of de bay” (Sentado en el muelle de la bahía) de Ottis Redding y Steve Cropper, "Jealous Guy" de John Lennon o “Wind of change” de Scorpions.
Hace casi siglo y medio, en 1876, Francis Galton comprobó que ciertos animales como los perros y los gatos percibían unas frecuencias ultrasónicas que no eran reconocidas por el oído humano. Inventó el denominado “silbato del perro”, audible solo por esos animales y muy útil para entrenamiento de los mismos. Muy recientemente se le ha ocurrido a un periodista denominar con este nombre a las opiniones no detectables en los sondeos – inaudibles– como el silbato del perro y que suelen modificar el resultado previsto en las encuestas políticas.
Una curiosa anécdota tiene como protagonistas a Humphrey Bogart y a Lauren Bacall. Cuando en 1944 rodaron la película “To have and have not” (Tener o no tener) de Howard Hawks, Bogie se enamoró perdidamente de la Bacall. En una secuencia, la actriz pronunciaba la frase “Si me necesitas, sólo tienes que silbar” y Bogart le regaló en su matrimonio un precioso silbato de oro con la frase y su firma.
Cuando un día la actriz quiso utilizarlo, intentó silbar pero no salió ningún sonido. Eso sí, un par de perros corrieron hacia ella. Creo que, sin ninguna otra intención, Bogart compró, equivocadamente, un silbato para perros. Posiblemente a la Bacall no le sentó bien, porque cuando en 1957 Bogart falleció y fue incinerado, a la aviesa estrella se le ocurrió colocar el silbato junto a las cenizas, con la frase: “Si quieres algo, silba”.
El silbido también tiene, por supuesto, connotaciones negativas para diferentes sociedades y culturas: trae mala suerte, incendios o pobreza y calamidades. Generalmente si se hace en lugares cerrados y no tanto cuando lo es en espacios abiertos. Parece ser que en el siglo XIX, los mineros eran remisos a entrar en minas o cuevas donde se oían silbidos. En Venezuela la leyenda del Silbón –un joven asesino– avisa que escuchar su silbido presagia la muerte. Se cuenta, que Henry Ford, fundador de la compañía Ford Motor Company, tenía prohibido a sus empleados silbar en horas de trabajo.
Es evidente que un silbido nada deseable es la sibilancia, originada al respirar por un estrechamiento o inflamación de las vías respiratorias hasta los pulmones y síntoma preocupante de posibles enfermedades.
Con la prevención que hay que tener con nuestros hermanos argentinos, por lo grandilocuentes y presumidos que suelen ser gran parte de ellos, me pareció original una explicación sobre la invención de un maestro de obras mendocino, ya fallecido, Gabriel Serrano. Parece ser que el operario de la construcción era un empedernido seductor mujeriego y, en una de sus obras, para avisar a sus compañeros de ladrillo de la aproximación bamboleante y cadenciosa de una hermosa piba – hija del propietario de la construcción– inventó, para disimular, la contraseña “Queeeee frííííííííío”. Como quiera que, por un indiscreto alarife, el padre de la despampanante se percató de la maniobra y amenazó con represalias, el susodicho Gabriel– apodado cariñosamente “picarito”– dio rienda suelta a su imaginación y transformó los dos vocablos en una analogía de silbidos. Así surgió, dicen, el conocido y empleado en todo el mundo requiebro admirativo ante la belleza femenina: ¡Fuiiiiiit Fiuuuuuuuuuu!
Es cosa justa un reconocimiento y homenaje al silbido: como lenguaje, como expresión artística, como manifestación de protesta pero también de admiración y con otras muchas utilidades. Confirma su importancia que el propio Jehová lo utiliza, como se recoge en el relato bíblico: “Yo les silbaré y los reuniré, porque los he salvado …” (Zacarías 10:8).

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