Opinión

El anillo

Hace unos meses recibí una carta. En ella me revelaba unas cositas muy interesantes.

“Cuando le quedaba un hilo de vida a mi abuela me soplo en el oído unas palabras que fueron la base de mi investigación durante muchos años”.

Estuve intentando que los más viejos de la aldea, de Auronce, me dijeran algo. Pero el hermetismo era muy grande.

Solo conseguí que un joven, que todos lo calificaban de persona disminuida psíquica, me confesara que había unos señores que utilizaban unos vasos para conseguir sanar a ciertas personas.

Era un principio y un fin, ya ¿cuánta credibilidad pudiera haber en este señor?.

Pero la confianza, poco a poco, de los habitantes del lugar pudo conseguir el escuchar nuevamente otra persona me dijera exactamente lo mismo. Lo pensé con muchas ganas y llegué a la conclusión que la Iglesia podría saber algo.

Tuve un aliado, mi padre, el pudo añadir un poco más de confianza en la madre iglesia. Pero solo pude averiguar algo al cabo de muchos meses; la coincidencia del mal de un vecino.

Me enteré que le habían diagnosticado un cáncer de pulmón. La madre, que era familia nuestra, solo hacía llorar. Se escuchaban los lamentos hasta el último rincón del pueblo y fue cuando apareció un hombre, me dijeron que era un monje que vivía en unas cuevas cerca del pueblo.

Fue un espectro. Yo la verdad cuando lo vi se me puso la carne de gallina. Daba mucho “yu yu”. Iba vestido con una túnica raída por las partes bajas de color marrón oscuro; un capuchón, que no tapaba la cara, en lo que lo primero que se apreciaba eran una barbas muy largas de color blanquecino que le llegaban hasta la barriga. La cara era de una persona muy mayor, yo calculo los noventa años. Era muy alto e iba apoyándose de una vara, pues arrastraba la pierna izquierda. Iba por la calle principal y fue hasta la casa donde María lloraba como una Magdalena. Yo, con mucho disimulo, me colé en la casa y escuché en el idioma gallego las siguientes palabras:

- “Para que me has llamado”.

- “Mi hijo se va a morir”.

- “Tu deseas su muerte”.

- “No deseo su vida”.

- “A cambio de qué”.

-“Si hace falta mi vida”.

Se fue seguidamente este hombre con la misma majestuosidad. Fue cuando una vecina me advirtió que próximamente vendría de nuevo este hombre y haría el milagro.

Yo me quedé perplejo. ¿Qué quería decir esa mujer?. Intente indagar un poco, pero nadie quería decir nada.

Yo creo que fueron cuatro días cuando volvió la escena de ese hombre a venir dirección a la casa de María. Intenté entrar esta vez pero me dejaron fuera.

Fue mucha rabia por parte mía. Quería saber lo que había ocurrido en ese habitáculo. Lo único que pude saber, y eso fue al cabo de unos meses , es que ese hombre había sanado.

Fui a buscar papeles donde dijera que ya no existía la enfermedad y lo conseguí a través de un familiar.

La analítica, resonancia y muchas cosas más donde por un lado decía que estaba enfermo y por otro que no tenía nada. Yo me quedé perplejo, pero era la pura realidad de lo acontecido.

Dejé aparcada la investigación hasta el momento en que mi padre enfermó. Tenía mucha fiebre y no se le bajaba. Apareció nuevamente este hombre que me habló en galego.

-Yo te conozco. ¿Qué deseas de mi?.

Me acordé del día que estuve presente en la casa de María, mi familiar, y con un aire de fe le dije:

- Deseo el que mi padre sane.

-¿Que deseas dar?.

- Mi vida si hace falta.

Nuevamente se fue de la estancia. A los tres días apareció.

Cerró la puerta y me pidió agua. Se la di y puso un poco de ella en una especie de vaso muy viejo. Se quitó un anillo de su mano derecha y empezó a decir:

- Dios mío, creo que este hombre necesita de ti. Haz el milagro de su sanación. Introdujo el anillo dentro de la copa y metio sus dedos dentro de ella e hizo una cruz en su frente. Seguidamente le hizo beber el agua del vaso y luego recogió el anillo, se lo puso en su mano derecha y guardo el vaso en una bolsa de color marrón. Seguidamente se marchó.

Al día siguiente mi padre se levantó y tras lavarse la cara, me pidió que le hiciera el desayuno que tenía mucha hambre. Tras una semana sin comer y con una fuerte fiebre se había levantado muy tranquilo. Yo lo califique de un milagro.

Fue cuando me explicaron que el anillo era una reliquia muy antigua que podía sanar a cualquier persona. Me quedé de piedra. Pero deseo que todo el mundo se entere de este milagro.

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