Cataluña ha sido “la niña mimada de España”. Se tiene por un estado dentro del Estado español, al que exige negociaciones bilaterales, de igual a igual. Los separatistas la han dividido en dos: la Cataluña de la burguesía tradicional de “la pela es la pela”, inicialmente formada por nacionalistas moderados, que con Mas evolucionaron a independentistas, para terminar con Puigdemont como separatistas radicales. Y luego está la otra Cataluña desfavorecida, la de los españoles de a pie llegados de otras regiones, que no olvidan su tierra y sus orígenes. La mayoría se integraron y hoy se sienten catalanes sobrevenidos, e incluso sus hijos y nietos se tienen por auténticos catalanes, pero también españoles, junto con otros catalanes españolistas.
Durante la década 1950-60, Franco, al que ahora los separatistas tanto repudian, creó allí Polos de Desarrollo impulsados por el ministro catalán López Rodó, con dinero público, industrias, fábricas y empresas, muchas de ellas, desmanteladas de Andalucía, Extremadura y otros lugares para llevárselas allí. A cientos de miles de obreros parados no les quedó más remedio que emigrar en busca de trabajo que en su propia tierra no encontraron. Aquellos dignos, honestos y abnegados trabajadores fueron la mano de obra barata que más aportó al “milagro económico” catalán que, sin ellos, los catalanes solos no hubieran podido conseguir. Igual trato privilegiado recibió Cataluña de la democracia. Pongo un solo ejemplo: las cuatro provincias catalanas están conectadas por AVE con recursos públicos del Estado español; mientras en Extremadura, mi tierra, no sólo no ha llegado el AVE, sino que los viejos trenes tartanas que circulan es raro el día que no se averían o llegan con retraso. ¿Dónde está la igualdad de los españoles que la Constitución proclama?.
Arrancados materialmente de su tierra y tristemente separados de sus familias, aquellos emigrantes encontraron en Cataluña el “pan y la sal”; pero en muchos casos fueron recibidos y tratados con arrogancia, con prepotencia y aire de superioridad, como si pertenecieran a otra casta inferior de peor derecho. Fueron despectivamente llamados “charnegos”, ninguneados y marginados; aunque luego, con su esfuerzo, sacrificio y tenacidad en el trabajo, la mayoría triunfaron. Pero quedó trazada esa línea divisoria entre catalanes autóctonos y foráneos. Y, más todavía, cuando aparecieron los separatistas y vieron que muchos de los foráneos, aun habiéndose integrado como nuevos catalanes, no quisieron dejar de ser españoles.
Los separatistas impusieron sectariamente la sociedad catalana de “buenos” (ellos) y “malos” (los que no pensaban como ellos). El fanatismo y la ceguedad independentistas rompieron familias, amistades, escolares y compañeros de trabajo; se inventaron la inmersión lingüística negando la enseñanza en castellano, multaron las rotulaciones en español, adoctrinaron y manipularon a los niños y jóvenes en las aulas inculcándoles el odio a España y a lo español, diciéndoles barbaridades tan aberrantes para un niño como que la Policía y la Guardia Civil son malas, pegan y se llevan presos al Govern; los utilizan de niños-escudo como arma de resistencia contra la Policía y hasta como bebés-piquetes puestos en medio de carreteras y vías para los huelguistas cortar el tráfico, pese a presumir de “pacíficos”; la historia de Cataluña la enseñan al revés, desvirtuando descaradamente la realidad y presentando una Cataluña-estado imperial, cabecera de los “países catalanes”. En Valencia hasta se han tenido que manifestar contra esa pretendida apropiación.
De España no enseñan su historia, salvo si es para desacreditarla; la bandera española brilla allí por su ausencia, pese a la obligación de enarbolarla en lugar preeminente; represalian a quienes no son separatistas, desprecian a los españolistas, les discriminan, les “señalan”; han hecho del victimismo su “modus vivendi” exigiendo más y más con insaciable voracidad a la España que dicen les roba y les oprime; han arruinado la Cataluña próspera y patrimonial llevándola a niveles económicos nunca vistos, al caos y a la bancarrota, a base del dispendio, el despilfarro y el reparto a manos llenas a los independentistas. Más de 2.500 empresas han huido de Cataluña. Eso producirá un daño irreparable. Se prevé que produzca 40.000 parados. El comercio vende un 70 % menos. El turismo se hunde. A los bancos les ha costado ya el separatismo 12.000 millones de euros. Toda una ruina, a la que irresponsablemente han llevado a Cataluña.
Han dado un golpe de Estado institucional en toda regla y a lo bruto. Y ahora dicen con la mayor hipocresía y cinismo que ha sido la España fascista la que lo ha perpetrado contra Cataluña. Quien lo dio fue Puigdemont y los suyos, rechazando con soberbia y arrogancia las elecciones que le ofrecieron convocara él. No consiguió la impunidad que exigía para encarcelados y la suya propia, le echó un órdago al Estado y no las convocó, y ahora quiere participar en las que le han convocado, que dicen son ”ilegítimas”; pero todos se pelean por las listas y las “pelas” que da el escaño. ¿Puede haber mayor incoherencia y torpe contradicción?. Han impuesto la primacía y prevalencia de sus normas ilegales sobre la Constitución; han desobedecido al Tribunal Constitucional, al Supremo y al TSJ de Cataluña; han intentado reventar España segregando de ella a Cataluña; a los que allí no han secundado el golpe les han tenido amedrantados, achantados y sin poder salir a la calle a reclamar sus derechos, ni a votar, no fueran a ser despedidos y represaliados; han pisoteado la bandera española, la Constitución, las leyes y hasta su propio Estatuto; se han pasado todas las sentencias por sus entretelas; han desafiado, retado y chantajeado al Estado con absoluta impunidad.
Han pretendido suplantar el Estado de derecho por una república bananera y totalitaria, de la forma más burda y grosera, de la manera más chusca y chapucera; han cerrado el Parlament tras la aprobación ilegal de sus leyes de referéndum y transitoriedad para silenciar a la oposición; valiéndose del Estado y a costa del mismo han tratado de crear su estado propio traicionando su juramento o promesa de cumplir y hacer cumplir la Constitución; se apoderaron de la calle haciéndola sólo suya y arrinconado a los españolistas, que jamás habían podido manifestarse por temor a ser represaliados. Dicen que quieren implantar una república “democrática” porque España es una dictadura que viola los derechos humanos. ¿Hay algo más antidemocrático, dictatorial e inhumano que lo que ellos han hecho?. Pero, por fin, se aplicó el artículo 155 constitucional. Ya comienza a notarse la presencia del Estado, que antes había hecho allí manifiesta dejación de sus funciones.
El problema trae causa desde Pujol que, disfrazado de pacifista colaborador, primero, optó por la “conllevanza”, que decía Ortega y Gasset, entre los distintos Gobiernos centrales y la Generalidad. Él planteó a Madrid: “yo apoyo la gobernabilidad de España, vosotros me dejáis que haga a mi antojo mangas y capirotes en Cataluña y, al final, hacía como un camarero de un restaurante de Málaga, que va pasando la bandeja diciendo: “Y yo cobro, oiga”.
Ese era el “plan” pujolista sigilosamente urdido, como descubrí y desvelé en un reciente artículo. Madrid miró para otro lado dejando hacer y deshacer, incluso cuando Mas mostró su verdadera faz independentista y ya se vio claramente que iban a por todas, esperando agazapados el mejor momento para atacar. Esa ha sido la misma estrategia las cinco veces que han intentado la independencia (1648, 1873, 1931, 1934 y 2017): esperar a que España estuviera debilitada (pasada crisis económica, fragmentación política, gobierno en minoría, etc).
Pero, tras el enérgico llamamiento del rey a las instituciones para defender la unidad de España, quienes nunca tuvieron allí voz, han hablado, han despertado de su letargo y se han echado a la calle a decir: ¡basta ya!. Ahora se manifiestan pidiendo una Cataluña española; tienen la misma capacidad de convocatoria que los independentistas y frente a ellos; las banderas españolas, que antes brillaban por su ausencia, ahora las ondean blandiéndolas en alto, inundando terrazas y balcones de Cataluña y toda España como allí jamás se había visto. Hasta de los olivos las han colgado en Jaén; cantan a coro: “Yo soy español, español…” y “Que viva España…”; la gente no separatista de Cataluña ha recuperado la confianza en sí misma, su propia identidad, su autoestima, su derecho y dignidad de ser catalanes y españoles; han perdido el miedo, y se ha creado allí una nueva levadura que ha fermentado, y que lo único que necesita es que el 21-D salga a llenar las urnas.
Y vaya posterior tragicomedia, sainete y esperpento que han dado allí los separatistas ante todo el mundo: la cobarde fuga de Puigdemont a Bélgica con cuatro ex consellers; la visita luego de los 180 alcaldes vara en alto y al grito de guerra de “todos para uno y uno para todos”, como D’Artagnan y sus mosqueteros, de Alejandro Dumas, doblegando su vara de mando, desoyendo el sabio consejo de don Quijote a Sancho: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”. ¿Habrían ido esos regidores a Bruselas si no hubieran antes tenido la generosa dádiva del poder separatista?. ¡Qué espectáculo!.
El Parlamento Europeo les dio el mayor de los portazos en las narices, mientras la misma puerta se la abrió de par en par a los empresarios constitucionalistas. Sólo han encontrado el apoyo del venezolano Maduro y de varios separatistas flamencos. Eso lo dice todo.
Fíjense en manos de qué cuarteto hubieran caído Cataluña y los catalanes de haber prosperado el golpe institucional que han dado: Puigdemont, tan gallito y altanero alentando a la insurgencia, creyéndose el mesías ungido para conducir por el desierto a su pueblo “liberado”; pero que, en cuanto se aprobó el “155”, saltó como un gamo, huyendo a lo “caganet” a refugiarse en Bruselas, dejando solos a los encarcelados y a los catalanes tirados en la cuneta, diciéndoles: “hasta luego Lucas”, que diría el finado Chiquito de la Calzada. Con las piernas temblándole y el tracto intestinal aligerado, escapó cobardemente de la Justicia y la cárcel.
Carme Forfacadell, la “monja-alférez” y suma sacerdotisa del “procés”, que cuando declaró la independencia tan enardecida gritaba: “¡ni un paso atrás!”. Compareció ante el Supremo a declarar altiva, revestida de boato, con coche oficial y seguridad, pero en cuanto oyó a la Fiscal pedir su prisión incondicional en Alcalá-Meco, cariacontecida y con el gesto descompuesto, renegó de su declarada independencia, fingió que había sido “simbólica”, y a punto estuvo de cantarle al magistrado: “¡Yo soy la Carmen de España!”.
Artur Mas (tan venido a “menos”), que le cuesta al Estado 300.000 euros anuales, pordioseando a los catalanes que le paguen 1,3 millones que le quedan de la fianza que debe ingresar, o le embargan, por lo que despilfarró el “9-N”, con lo flamenco que aquel día gritaba: “¡Aquí, el único responsable soy yo!”.
Oriol Junqueras, que con su mirada bifocal lo mismo apunta contra la renegada Forcadell, que luego dispara contra Puigdemont descolgándolo de la lista “cerrada” (de los “encerrados”), tras la que Puigdemont y Mas querían esconderse. Los cuatro eran las columnas en que se apoyaría la república “non nata”, o ínsula de “Barataria” que tanto prometía don Quijote a Sancho.
Y se quejan de ser presos “políticos”. Mienten, son políticos “presos”, imputados en delitos muy graves.
Puigdemont quiso internacionalizar su “teatro”, y terminó internacionalizando su propio ridículo, siendo el hazmerreir de todos, con sus inconexas, incoherentes y contradictorias vaguedades, que han servido a la prensa extranjera para mofarse de semejante “charlotada”.
Y luego arremete contra la Unión Europea, después de tanto prometer a los catalanes que si se independizaban serían más ricos que con la malvada España y seguirían integrados en Europa. ¿Se puede ser tan torpe para dar una imagen tan pobre de sí mismo, de la Generalidad y de la Cataluña culta, abierta y cosmopolita, a la que han arruinado?.
Nunca se había dañado tanto la marca Cataluña, ni causado tanto mal y descrédito, con su inmensa fábrica de hacer mentiras. ¡Cuánta mediocridad, y qué poca sensatez!.