A los lectores que piensen que los espacios adecuados para tratar los asuntos del amor son las páginas de las revistas del corazón, los suplementos literarios o los púlpitos religiosos, les recuerdo que, desde los mitos y desde la Antigüedad Clásica el amor ha sido uno de los temas fundamentales de la Filosofía. Fueron objeto de los análisis de Platón o de Aristóteles, y la Historia de la Filosofía nos muestra que, como afirma Freud en su obra El malestar de la cultura, el amor constituye uno de los fundamentos de la vida civilizada. Él llega a la conclusión de que, si nos adentramos en la hondura de nuestras conciencias, descubrimos que las experiencias más gratificantes han sido las que, realizadas de manera gratuita, han nacido por un generoso impulso de amor.
En esta selección de pensamientos de Simone Weil, filósofa definida por Albert Camus como “el único gran espíritu de nuestro tiempo”, encontramos los agudos, claros y estimulantes análisis que la escritora francesa hace partiendo de sus propias experiencias y de las lecturas críticas de autores clásicos y contemporáneos, de su interpretación personal de los textos evangélicos y, sobre todo, de su compromiso con el mundo y con la vida: “Amad como brilla el sol. Hay que llevar el amor a uno mismo para esparcirlo sobre todas las cosas”. Para ella el amor constituye la fuerza liberadora de los inevitables problemas personales porque “el que ama se muestra indiferente a sus miserias, a su sufrimiento, a su indignidad, en tanto sepa que aquello que ama es feliz”. Su personal interpretación del mensaje cristiano del “amor al prójimo”, por ejemplo, está apoyada en su convicción de que “amar al prójimo como a uno mismo no es otra cosa que contemplar la miseria humana en uno mismo y en los demás”.
El mensaje fundamental de esta honda reflexión es, a mi juicio, la conclusión de que mediante el amor alcanzamos la dimensión de seres humanos en la medida en que nos despojamos de la coraza de los instintos “naturales”, nos libramos de las trabas biológicas impuestas por nuestra condición de “animales” y nos constituimos en unos seres superiores. Ésta es la razón por la que el amor es capaz de desafiar a todos los instintos que están determinados por la naturaleza e, incluso, ésta es la explicación de cómo su fuerza llega a superar, a veces, nuestra natural inclinación a la supervivencia temporal. Por amor, efectivamente, podemos poner en peligro nuestros bienes materiales e, incluso, perder nuestras vidas. Como indica agudamente en el imprescindible y luminoso prólogo la profesora Mónica Mesa Fernández, “el valor del libro reside en que ofrece una visión singular del ser humano dotada de una sutil moralidad y pergeñada con fina sensibilidad, hondura, ingenio y, por supuesto, riqueza expresiva”.