Al estar bastante alejado del mundanal ruido y jubilado de la vida política activa, no he tenido ocasión de saludar a mi amigo Jorge Fernández Díaz, Ministro del Interior, en su reciente visita a Ceuta. Estoy seguro de que me recordará, pues tuvimos bastantes contactos, siendo yo Senador por Ceuta, durante la época en la que él era Diputado (1993/96) y después Secretario de Estado de Administraciones Territoriales. Se estaban traspasando competencias a la Ciudad Autónoma de Ceuta y ello –aparte de la amistad común con Francisco Antonio González- contribuyó a nuestro afecto mutuo.
Se me fue, pues, para Melilla, sin que pudiera preguntarle si él formaba parte de la Junta Directiva Nacional del PP –máximo órgano del partido entre Congresos- cuando, en la reunión celebrada en diciembre de 1999, uno de sus miembros pidió la palabra e intervino desde el atril para lanzar una dura crítica contra el texto del proyecto de Ley de Extranjería que por aquel entonces estaba a punto de ser aprobado por el Congreso de los Diputados. Con el foco puesto en las negativas repercusiones que tal proyecto tendría sobre Ceuta, pero haciendo extensivo su discurso a todo el resto de España, aquel orador –que era Senador y, en concreto, quien escribe estas líneas- hizo hincapié en los problemas que surgirían de aplicarse el precepto tal y como estaba concebido, y habló de eventuales invasiones. Poco fruto obtuve, vistas las consecuencias. Transcurridos unos años, alguno de los entonces presentes, que aquel día creyó que exageraba, me ha reconocido que acerté.
Por fortuna, existen testigos locales que no habrán olvidado aquella intervención. Que yo recuerde, allí estaban Paco Antonio –el cual, hoy, como Delegado del Gobierno, cuya labor apoyo, está padeciendo los problemas y dificultades que anuncié-, Pedro Gordillo, José Luis Morales y creo que alguien más que ahora siento no localizar. Y, además, los dirigentes nacionales del PP. Me consta que Aznar (a la sazón Presidente del Gobierno y del PP) dijo en un punto concreto de mi intervención “lleva razón”.
Ahora, tras los mal llamados “sucesos de Ceuta” del pasado 6 de febrero, cuando la realidad es que la trágica muerte por ahogamiento de quince subsaharianos sucedió en aguas marroquíes, se ha producido una cadena desenfrenada e injusta de críticas al Gobierno y a la actuación de la Guardia Civil, anunciándose al mismo tiempo medidas destinadas a evitar que puedan volver a repetirse situaciones extremas como la de aquel día, alguna puesta ya en marcha. Estrechamiento de la imprescindible colaboración con Marruecos, mallas anti-trepa, llegada de refuerzos especiales de la Guardia Civil…
El Ministro, en su rueda de prensa, dijo que había unos 30.000 subsaharianos en Marruecos, y otros tantos en la frontera entre dicho país y Mauritania, esperando entrar como sea por estas puertas de Europa que son Ceuta y Melilla. Pero ahí, en esa cantidad, no puede cifrarse el problema, porque quizás sean millones los que piensan que encontrarán una vida mejor en el supuesto paraíso terrenal que sitúan en Europa, pero que, como tal, no existe. Europa podrá absorber una inmigración bien controlada, jamás masiva. Sin ir más lejos, en la propia España los ciudadanos, muy a regañadientes, se están teniendo que apretar el cinturón, con disminución de salarios, con un paro de más de cinco millones de personas, con recortes, con pérdidas de nivel en el estado de bienestar y con una elevadísima y creciente deuda pública, a consecuencia de la grave crisis económica que afecta, en mayor o menor medida, a una Unión Europea que, por cierto, no parece darse cuenta de la magnitud que puede alcanzar el problema de la inmigración ilegal. Es más, su Comisaria de Interior se ha dedicado a criticar a la Guardia Civil, en lugar de agradecerle que haya dado la cara para impedir un asalto multitudinario a la frontera de Europa y proponer medidas preventivas en consecuencia.
El caso es que, entre las tomadas hasta ahora por el Gobierno, está la discutible prohibición de disparar pelotas de goma ante nuevas avalanchas. Los miembros de la Guardia Civil no poseen otra arma para disuadir a cierta distancia, excepto las pistolas, que nunca utilizarán en estos casos, salvo evidente peligro de muerte. Y cuerpo a cuerpo, con escudo y defensa de goma, estarían en una proporción de uno frente a decenas. Está demostrado, también, que cuando hicieron uso de aquellas en El Tarajal, pusieron extremo cuidado en no golpear a nadie.
Por favor, amigo Ministro, que por pelotas no quede.