A mí me toca escribir esta historia, que de real pasa a nostálgica. Cuando hablo de nostalgia me refiero a todos nosotros, los niños y la niñas de los años cincuenta... Y eso éramos nosotros: esos niños que siempre van a recordar a un buen hombre, que con su anafe, su gran cacerola, unas almendras y mucha, mucha azúcar hizo feliz a muchos niños, al menos mientras el sabor meloso y dulce quedaban en sus paladares.
Recordarte, porque si hacemos trabajar nuestra memoria, allí, en aquella palmera del paseo, como una visión estarás como parte de su historia, y como no podía ser de otra manera estarás siempre en nuestros corazones.
¿Quién no se acuerda de Manolo? ¡Si!, ese buen hombre, que ejercía de policía local, y además hacía las mejores “garrapiñadas del mundo”. ¡Si! Manolo, todos nosotros nos acordamos de ti; de esos cartuchos blancos que rellenabas con esas almendras garrapiñadas, ¡uf! Que estaban para quitarse el hipo de un mes.
Y qué me cuentas del piñonate, que a veces te atrevías a traer como un niño malo, y nosotros nos peleábamos para conseguir un poco de semejante manjar, almíbar de dioses, con esos piñoncitos introducidos en esa lava embriagadora, ¡vaya, que se me hace la boca agua, con solo recordarlo!
Manolo, tu eres el culpable, que todos nosotros le pidiéramos a nuestras madres unas monedas, porque no podíamos soportar ese aroma cautivador que nos envolvía, y no consumir semejante exquisitez.
Menos mal que a esa edad, con nuestros juegos y actividad, de niños incansables quemábamos todas las calorías, y nuestra preocupación no era coger unos kilitos de más, con esas garrapiñadas bien repletas de azúcar; ingrediente que hoy con nuestra edad, más de una lo tiene prohibido, por miedo al “engorde” o alguna que otra enfermedad, ¡cosas de la edad!...
Quién me iba a decir a mí, Manolo, que con el tiempo, representaría contigo un sainete de los hermanos “Álvarez Quinteros”, nada menos que en el salón de actos del Ayuntamiento, con una presencia de más de trescientas personas, cada vez que lo pienso me azoro. Tengo que decirte que esa experiencia para mí fue maravillosa. Interpretamos “La seria”, me diste un ejemplo de constancia, con decirte que tú, aprendiste el papel antes que yo, llevándome unos cuantos años de diferencia, y fuiste tú, quien me convenció para que llevara a cabo ese sainete contigo; y, ahora me alegro, porque fue una experiencia muy gratificante; además, lo pasamos en grande, sobre todo cuando finalizó y nos envolvieron los aplausos de todos los que se atrevieron a ir al salón de actos del Ayuntamiento.
También tengo que decirte entrañable Manolo, que tus chistes son famosos, y con ellos y tu gracia al contarlos, nos has hecho pasar unos ratos muy agradables, sobre todo en los viajes que desde el Centro de Servicios Sociales cada año preparamos para los mayores, Cuando recuerdo tus chistes con mi hermano Manuel, mis hijos y sobrinos, nos morimos de risa, las carcajadas se escuchan hasta en el “Puente Cristo”, sobre todo con el chiste del “loro que se metía con el tuerto”… ¡qué gracioso!
Cuántos ratos agradables nos has hecho pasar con tus historias, tus sainetes, tus chistes y sobre todo con tus “ricas Garrapiñadas” las mejores del mundo. Ya eres famoso Manolo. Estas escrito en la historia de este bendito pueblo, CEUTA, como el mejor “garrapiñero del mundo”, pero sobre todo en letras de oro, tu nombre, Manolo, «EL DE LAS GARRAPIÑADAS» y al lado unas letras que digan: “Una persona entrañable y buena”.
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