Cuando terminó el enfrentamiento entre Francia y España en la primera década del siglo XIX tras la llamada Guerra de Independencia, se dio paso a una época en que debían restañarse las heridas y volver a la necesaria cooperación entre países vecinos. Este objetivo se fue consiguiendo, sobre todo por la evidente influencia de la cultura gala en toda la Europa de final de aquel siglo y principios del veinte.
Sin embargo, como veremos, las relaciones entre Francia y España a propósito del Magreb, serían de continua tensión, unas veces por culpa de un país y otras a causa del contrario.
A partir de 1912 e incluso antes, los intereses de las dos naciones se encontraron en Marruecos, precisamente por exigencia de Gran Bretaña que no quería a Francia frente al Estrecho. Este país, actuando unilateralmente, obligó al Sultán a firmar el Tratado que instauró el Protectorado el 31 de octubre de 1912. Después, partiendo de esta situación de hecho, se firmó el Convenio franco-español de 27 de noviembre del mismo año que estableció la división de Marruecos en dos zonas de influencia. España se encontraba en una situación de debilidad y aceptó tratar con Francia en vez de con el Sultán y quedarse en aquel reparto colonial, la parte más pobre y difícil del país magrebí, sensiblemente disminuida respecto a los acuerdos anteriores.
Este fue el primero de todos los desencuentros posteriores en el Magreb entre los dos países europeos. Francia, como queda dicho, se quedó con la parte más rica y extensa, unos 500.000 Km2 y reservó para España un regalo envenenado de 20.000 Km2, menos de un cinco por ciento, compuesto casi en su totalidad, de montañas y gente muy belicosa.
Las relaciones entre las dos potencias administradoras de Marruecos fueron empeorando con el paso del tiempo. El Residente General francés Lyautey siempre menospreció al Ejército colonial español y a la administración civil del norte. Por eso, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, España acogió o toleró la presencia en Marruecos de espías y activistas alemanes, ante las continuas protestas de las autoridades francesas.
Terminada la contienda, cuando ocurrió el Desastre de Annual en 1921, la opinión generalizada en círculos militares galos era que a Francia no podía ocurrirle una derrota semejante a manos de unas tribus sin instrucción y mal armadas. Los comentarios sobre el ejército español eran muy negativos.
En la Alta Comisaría y en la oficialidad del Maruecos español crecía la indignación contra Francia no solo por estos hechos, sino porque gran parte del armamento utilizado por Abd el Krim e incluso los víveres llegaban de Argelia, mediante un organizado contrabando que se decía era tolerado por las autoridades galas.
En este ambiente de crispación, Abd el Krim atacó la zona francesa el 13 de abril de 1925 y en pocos días destrozó todas las defensas de Lyautey, acercándose peligrosamente a Fez. Los fuertes franceses al norte del río Uarga fueron cayendo y las guarniciones galas perecían sistemáticamente ante los rifeños, con lo que el desastre se fue acercando en cifras al español de Annual.
Mientras la oficialidad española se regocijaba en silencio por los reveses de sus críticos del sur, Lyautey fue relevado y Petain llegó rápidamente a un acuerdo con España para acabar con la República del Rif. El citado acuerdo funcionó medianamente bien, con muchos altibajos.
Tras el desembarco conjunto de Alhucemas, ya con Primo de Rivera en el poder, los dos ejércitos europeos presionaron sobre los rifeños que pronto se encontraron en graves dificultades. Haciendo uso del derecho que otorgaban los acuerdos firmados, el ejército francés penetró en la zona norte y comenzó a negociar con Abd el Krim sin conocimiento de sus aliados. La aviación española realizó incluso un bombardeo que pudo costarle la vida a los intermediarios galos.
El caso es que el cabecilla rifeño se rindió en el Protectorado español a los franceses y estos, lejos de entregarlo a sus aliados, le otorgaron ciertos honores militares y se lo llevaron hacia el sur. Nueva desavenencia grave e incumplimiento francés de los acuerdos, pero Abd el Krim nunca fue juzgado en España. Corría el año 1926.
La guerra terminó, con varios incidentes más el año 1927 y las dos naciones se replegaron a sus fronteras respectivas. Después continuaron los problemas, sobre todo a propósito de Tánger cuyo control de hecho ejercía Francia a pesar de su carácter internacional y encontrarse enclavada en la zona norte.
Al estallar la última Guerra Mundial y ser ocupada Francia por Alemania, España aprovechó la ocasión de la debilidad francesa y ocupó militarmente Tánger el 14 de junio de 1940, conservándola hasta el final de la contienda. La pelota de las divergencias y desencuentros iban de un campo a otro. No obstante, la ocupación sería temporal, pues al terminar la citada guerra, la ciudad internacional volvió al status anterior.
La guerra civil española había producido multitud de incidentes entre el gobierno de Franco y la República Francesa que no detallaremos para centrarnos en los problemas provocados por la rivalidad de los dos países en África. Sin embargo, uno de los protagonistas de la guerra contra Abd el Krim, el mariscal Petain, estaba preso cumpliendo cadena perpetua en la Isla de Yeu por haber presidido el régimen de Vichy que colaboró con los alemanes. España fue quizás el único país que siguió apoyando al anciano mariscal que moriría a los 95 años recibiendo periódicamente naranjas valencianas como un regalo de su amigo personal desde Marruecos, el general Franco. La actitud española irritaba a De Gaulle que pretendía que se olvidara al prisionero del islote de Yeu.
Cuando la paz reinó de nuevo en Europa, comenzó la fiebre descolonizadora en todo el mundo y Marruecos no se vio libre de ella. Hubo un tiempo de cierto entendimiento entre las dos zonas del Protectorado bajo la Alta Comisaría de Varela, pero el sucesor de éste, García Valiño, tenía otra opinión sobre los franceses y la política a seguir.
Francia dio un nuevo paso muy importante sin consultar con España ya que, de acuerdo con el Glaui y otros notables marroquíes, destituyó a Mohamed V y puso en su lugar a Mohamed Ben Arafa que fue entronizado el 21 de agosto de 1953 y tomó el nombre de Mohamed VI. El Sultán depuesto fue deportado sin muchos miramientos a la isla de Córcega en compañía de su familia, entre la que se encontraba su hijo, el futuro Hassan II.
El movimiento nacionalista que inició una campaña de atentados en toda la zona francesa, encontró asilo y comprensión en el Protectorado español. García Valiño, indignado por la ausencia de consulta previa del Residente General respecto a la sustitución de Mohamed V, decidió dar cobijo a los que huían de la represión del sur y ayudó decididamente a los declarados en rebeldía contra Ben Arafa. El Protectorado español se convirtió en un santuario para los que protagonizaban las revueltas contra Francia y se acusó reiteradamente a Madrid de proveer de armas a los terroristas del sur. Como en los tiempos de Abd el Krim, los alijos de armamento circulaban hasta el Marruecos francés, pero esta vez propiciados en parte por España.
Así, mientras las dos potencias protectoras protagonizaban opiniones tan encontradas y las acusaciones de complicidad con los nacionalistas se amontonaban contra España, la zona francesa se convirtió en terreno abonado para atentados terroristas con asesinatos de colonos y marroquíes que colaboraban con la Residencia. España se situó por tanto en este momento a favor de los violentos nacionalistas y contra Francia.
Ante la escalada de disturbios, el gobierno francés inició conversaciones con los independentistas y con Mohamed V que había sido trasladado en 1954 a la isla de Madagascar. Pero en el segundo aniversario de la deportación del Sultán que tuvo lugar en 1955, se desataron graves disturbios que causaron un millar de muertos.
El Gobierno francés, ocultando sus auténticas intenciones a los españoles, inició conversaciones con los nacionalistas en Aix les Bains y se acordó el regreso de Mohamed V. El 6 de noviembre Francia reconoció en una Declaración la independencia de Marruecos y el 16 de noviembre de 1955 Mohamed V regresó a Rabat en olor de multitudes, mientras que en el Protectorado español reinaba el desconcierto. El Sultán y la diplomacia francesa continuaron las conversaciones, mientras España se quedaba al margen y sin información alguna. Así, el 2 de marzo de 1956 Francia y Marruecos cancelaron el Protectorado y fue reconocida la independencia y soberanía del Reino de Marruecos. Madrid se enteró del hecho consumado con sorpresa. Francia había puesto en una difícil situación a España y, de esta forma, se vengó de alguna forma de la actitud de la zona norte durante el breve reinado de Ben Arafa. Los disturbios comenzaron enseguida en Tetuán y otras ciudades pidiendo la independencia y se produjeron varios muertos.
Todo estaba perdido. El 4 de abril de 1956, cuando ya el sur llevaba un mes de independencia oficial, visitó Madrid el sultán Mohamed V y una comisión de su Gobierno. Tres días después y tras negociaciones en las que no se avanzaba, Franco dio orden de firmar a sus representantes y así, forzada por las circunstancias de la posición francesa, España suscribió el 7 de abril de 1956 la independencia del Protectorado español y se reconoció la soberanía e integridad del Imperio marroquí. Al acto de la citada firma no asistió ni Franco ni el Sultán.
Mientras el lenguaje diplomático primaba en Madrid, otra manifestación en Tetuán terminó con un muerto que se produjo al disparar un policía, quizás por nerviosismo. La Mejaznía Armada, formada por marroquíes y al mando de un Comandante español, consiguió a duras penas controlar la situación. El 4 de octubre de 1956 cesó oficialmente García Valiño y ese mismo mes desapareció la Alta Comisaría.
Mientras España quedaba en una difícil posición, Francia se aseguraba una presencia empresarial y política de privilegio en el nuevo Marruecos. Pero la historia de las desavenencias hispano-galas no había acabado.
Estos antecedentes y los intereses cruzados entre Francia y Marruecos explicarían otras actitudes y silencios posteriores.
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