“Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien”. Probablemente, ésta sea una de las citas más prolijas de San Agustín, un argelino que llegó a ser padre y doctor de la Iglesia católica romana. Este miércoles se cumplen 1.589 años desde su martirio junto a los habitantes de la ciudad donde fue obispo, arrasada por Genserico.
Desde 1914, el ideario agustiniano se ubica en el centro de la vida social y cultural de Ceuta. Por sus aulas han pasado destacadas personalidades de la sociedad ceutí, donde se impregnaron de las enseñanzas de un intelectual que forjó gran parte del pensamiento cristiano.
La vida de San Agustín es digna de una producción de Netflix o de HBO. Intrigas, abandonos, traiciones, hijos extramatrimoniales, enfrentamientos con el poder. Todo un periplo que le llevó a abrazar el cristianismo en el momento menos esperado.
De familia humilde, solo su madre era cristiana. De ella, de Santa Mónica, se dirá que es el ejemplo de madre abnegada. Gracias a su empeño, consiguió financiar los estudios de su hijo, que llegó a ser abogado en Madaura y Cartago. Sin embargo, en el desarrollo de su profesión, el santo se dio cuenta de que, en no pocas ocasiones, ponía las virtudes de su oratoria al servicio de la mentira y el mal. Fue así como San Agustín emprendió su camino en la búsqueda de la verdad.
En Milán se convirtió en magister rhetoricae, el portavoz del emperador en la antigua Mediolanum. Este puesto de relevancia lo alcanzó gracias a su amigo y protector, el prefecto de Roma, Quinto Aurelio Símaco. Los maniqueos intentaron utilizar la sagacidad verbal de San Agustín para que se enfrentara a los cristianos y, especialmente, al obispo Ambrosio, quien los dirigía en el norte de la península Itálica.
Sin embargo, fue en esos enfrentamientos cuando el joven Agustín de Hipona fue abandonando su búsqueda de la verdad para abrazar la Verdad de un misterio revelado.
De su conversión, vida, obra y milagros quedan dos testamentos para la historia universal de la literatura y la filosofía: ‘Confesiones’ y ‘La ciudad de Dios’. En ellas se recoge la grandeza de un hombre que se reconoció limitado en sus fuerzas, pero que jamás cejó en el empeño de encontrar algo más grande a sí mismo que dotara de sentido a toda su existencia.
En un lugar de encuentros, de fronteras, las palabras y el magisterio de San Agustín cobran sentido a base de bien. Por sus aulas han pasado miles de ceutíes a lo largo de un siglo, aprendiendo el testimonio de quien invitaba a emprender un viaje hacia lo desconocido.
“Canta y camina. ¿Qué significa ‘camina’? Avanza siempre en el bien... Si tú progresas y adelantas, caminas; mas progresa en el bien, progresa en la fe, progresa en las buenas costumbres. Canta y camina. No te vuelvas atrás, no te detengas”. Porque fue el mismo San Agustín quien reconoció que “tarde te ame, hermosura tan antigua y tan nueva”. Nunca es demasiado tarde para ir al encuentro de la Verdad.
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