El libro se llama “El Alquimista”, y su autor es el novelista brasileño Paulo Coelho. Escrito en 1988, ha resultado, a nivel mundial, un auténtico “best seller”. Lo encontré hace días, rebuscando en mi biblioteca, donde llegaría junto con otros y quedó olvidado. Publicado por Planeta en 1997, mi ejemplar pertenece a la 32ª edición, año 2002.
Al comprobar que nunca lo había leído, de inmediato decidí hacerlo, pues su fama le precedía. Trata de un pastor andaluz –Santiago- que, llevado por sueños, llega hasta las Pirámides de Egipto en busca de un tesoro. Es una obra simbólica sobre la vida y el destino del hombre. Sin especificar la época en que se desarrolla la acción, tiene sin embargo algunos detalles que podrían ser significativos al respecto, si no fuesen totalmente contradictorios. Por ejemplo, el protagonista llega a Tarifa y observa que en su puerto hay una ventanilla en la que se venden pasajes para Tánger. Compra uno, se embarca y la travesía dura dos horas, algo más de lo que ahora tarda un ferry. Podría ser actual.
Ya en Tánger, en la novela una ciudad llena de “árabes” que fuman en “nerguile” –así lo escribe-, le roban, pero consigue trabajo en una cristalería “de la ladera” con escasa clientela, que incrementa con sus ideas, Allí se entera de lo lejos que están las Pirámides, y, tras reunir suficiente dinero, se incorpora, en camello, a una caravana que sale con dirección a Egipto, entrando inmediatamente después de la salida en el desierto del Sahara, para atravesarlo en medio de numerosas aventuras, hasta llegar a su meta. Algo increíble desde luego ni en esta época, ni en ninguna otra.
Pero con anterioridad, en el relato del libro, surge lo más curioso desde el punto de vista de un ceutí, pues aparece nombrada nuestra ciudad. Para justificar una supuesta decadencia del comercio tangerino, dice textualmente: “Ceuta creció más que Tánger y el comercio cambió de rumbo” (página 57). ¿Habría oído hablar Paulo Coello de los añorados “paraguayos” y de lo que antes denominaban los medios informativos nacionales “contrabando”, haciéndonos mucho daño, y ahora “comercio fronterizo –o transfronterizo- atípico”? (definición que, por cierto, ideé hace ya muchos años, siendo Secretario de la Cámara de Comercio, y que ahora se lee y se oye en dichos medios, habiéndose popularizado tanto aquí como en Melilla. Un tanto que, con toda modestia, apunto en mi haber).
Precisamente ese comercio le está ocasionando serias preocupaciones a mi buen amigo Nicolás Fernández Cucurull, quien, desde su cargo de Delegado del Gobierno, no ve cómo compatibilizarlo con la anhelada seguridad y fluidez en la frontera. Hay que tener en cuenta que ese comercio es una fuente de riqueza para muchas empresas locales –también las hay foránea-, para muchos trabajadores y, a través del IPSI, para la propia Ciudad Autónoma, en definitiva, para Ceuta. Lo mismo puede decirse del “turismo marroquí”, que sin duda vendría en mayor número si no existiesen esos exasperantes atascos en ambos lados de la frontera. De algún modo, y esto lo sabe nuestro Delegado, habría que conseguir que ambas actividades, el comercio atípico y la entrada de visitantes procedentes de Marruecos –como acaba de pedir el Gobierno de la Ciudad- pudieran coexistir pacíficamente, lo que, sin duda, resulta algo parecido a la famosa cuadratura del círculo, sobre todo en época de restricciones presupuestarias, en la que escasea lo que se necesita: inversión y más personal de seguridad del Estado.
Regresando a la novela, resta decir que el joven pastor, que aprendió árabe en Tánger y ello le valió curiosamente para hablar con todo el mundo durante todo su viaje, a lo largo del cual la caravana tropezó con una extraña “guerra entre los clanes” según el novelista, y en el que conoció a un auténtico alquimista, de quien se decía que tenía doscientos años (el Elixir de la Larga Vida) y era capaz de transmutar el plomo en oro (la Piedra Filosofal). Llegó a las Pirámides, donde fue asaltado por unos bandidos que le robaron y golpearon y a quienes confesó que había tenido dos sueños según los cuales encontraría allí un tesoro, algo que el jefe de la banda tomó a broma, perdonándole la vida y diciéndole que él también había soñado con un tesoro en España, junto a un árbol que crecía dentro de una iglesia medio derruida (el sitio preciso en que el pastor soñó lo de las Pirámides), pero que no había sido tan estúpido como él al recorrer un trayecto tan largo y peligroso simplemente por un par de sueños. Santiago logró volver a España, cavó en ese lugar y encontró un baúl lleno de antiguas monedas de oro, y otros valiosos objetos.
El autor, Paulo Coelho, descreído hasta conocer el cristianismo, trata de explicar que todo en el mundo, e incluso en el universo, está previsto e interrelacionado, porque hay una “Mano que lo escribió todo” (Dios) que así lo dispuso, y para definir esta tesis acude a la palabra árabe “maktub”, que -según dice- viene a significar “está escrito”.
En definitiva, “El Alquimista” libro simbólico, al que por ello se le perdonan sus errores sobre geografía, idiomas, épocas y otros detalles, ha llegado a convertirse en un clásico de nuestros días. Traducido a 160 idiomas y con más de 65 millones de ejemplares vendidos, sus lectores han visto en él el nombre de nuestra ciudad. Una obra, en fin, que merecería ser incorporada a aquel magnífico estudio escrito por el llorado profesor D. José Fradejas Lebrero y publicado en 1959, bajo el título “Ceuta en la literatura”.