Pues nada, ya que estaba placidamente sentado delante del ordenador, aparece mi ‘peque’: “¿Puedes tomarme la lección que mamá anda ocupada?”. A ejercer de padre como manda el libro de familia -me vienen a la cabeza mis pecados y lo bien que me salía la firma de mi padre en el colegio- . Tomada la lección me hace una pregunta que me deja descolocado. Cual buen jugador de póquer, la miro y le contesto: “Pues no estoy seguro, que con esto de Internet cada día tengo más dudas de ortografía”. Salvada la situación con un buen diccionario, pienso con una pizca de egoísmo y un mucho de preocupación: “¿En qué país terminará mi ‘peque’ trabajando?”.
Los que nunca hemos sido unos lumbreras -aunque, lamentablemente, ahora son los mejores los más exportables- y no teníamos amigos, fulanos o familiares en la pomada, un día tuvimos que coger el petate y largarnos a buscarnos la vida fuera de nuestra tierra. Está claro que la pomada se ha convertido actualmente en una charca. Así que imagínense si en vez de océano metemos a un montón de tiburones en esa charca con visos de cloaca. Andes por donde andes de la conocida, todavía, como España, te los encuentras dándose dentelladas entre ellos.
El mundo está globalizado, pero como siempre, más para unos que para otros. Los que somos amantes de la democracia salimos, hace tiempo, escaldados y profundamente decepcionados de los que iban a acabar con el libro de las 100 familias; y que lo único que han conseguido es inscribir sus nombres en la selecta y extensa lista de privilegiados, sin méritos propios. Defraudando a muchos que fuimos tan incautos de pensar que podría cambiar la historia.
Por eso, todavía, profeso una especial admiración por la gente más joven que yo. Culta, inteligente y con ganas de buscar nuevos caminos, aunque estos parezcan imposibles. Que tengan cuidado que en el camino al pueblo siempre le intentan dar opio. Les intentarán inoculan ambiciones espurias en sus mentes inquietas para que consigan transformar el interés general, pretendiendo convertirlos en alimento de algún que otro interés generado.
Está claro que a día de hoy la vida es como los muebles de IKEA. Algunos nos tenemos que romper la espalda y la cabeza para montarlos. Otros tienen la suerte de un ‘conseguidor’ que se lo pone en la casa montado. Y el resto, con sus almas en el escaparate buscando uno.