Ceuta está bañada por el mar Mediterráneo. Parte de su esencia emana de estas frías aguas, pero a la vez cálidas. Esto denota su estrecho vínculo con la pesca. Un oficio milenario, que tiene mucho de pasado, pero que resiste y se mantiene a flote en el presente. Generación tras generación, esta ciudad ha contado con numerosos pescadores, quienes se han encargado de estas labores. El paso del tiempo ha hecho que este colectivo se vea reducido y quede en un pequeño grupo constituido por una veintena de personas.
La técnica de la almadraba, palabra proveniente del árabe, es muy conocida en la zona. Esta forma de pescar se lleva a cabo frente a las playas ceutíes de la Ribera y el Chorrillo. No obstante, a pie de estas costas se puede divisar cómo se tienen desplegados los materiales y barcos en la zona desde la pasada segunda quincena de mayo, algo que continuará hasta finales de año. Este arte pesquero, que —casi— no ha cambiado el aspecto desde sus orígenes prerrománicos, se podría explicar como la instalación de un laberinto de redes, divididos en cámaras, por los que se cuelan los peces. Una vez se introducen en esta maraña quedan atrapados hasta que los pescadores los capturan vivos con el salabardo y los introducen en las tinas, en cuyo interior hay hielo para una mejor conservación.
A posteriori, estos cubos repletos de peces se llevan a las lonjas para repartirlos luego entre las pequeñas y grandes superficies comerciales. Pero antes de llegar hasta aquí existe un trabajo arduo detrás de bambalinas que solo los que se dedican a ello lo conocen de cerca. Lo primero que tienen en consideración es el mantenimiento de los materiales, fundamental de una temporada a otra. Quizás, algo se puede quedar obsoleto o se rompa, teniendo que cambiarlo por otro similar. Aún así, la mayoría sí que sirve de un año para otro. Incluso, algunos cuentan con más de cien años, como las anclas.
La zona del Santo Ángel, cerca del Parque de San Amaro, se convierte en el almacén donde los pescadores ceutíes guardan sus enseres. Boyas, redes, cables, grilletes, anzuelos o cabos son algunos de los materiales que se custodian en estas instalaciones y que se tienen que dejar más que perfectos previo a cada comienzo de temporada. Y no solo estos, sino que los barcos —atracados en la lonja— deben estar óptimos en su totalidad para que no surjan desperfectos de última hora. “Desde el 10 de enero comenzamos con las redes a prepararlas”, comenta Rafael Ariza, presidente de la Cofradía de pescadores de la ciudad autónoma.
A partir de entonces, la cuadrilla formada por una veintena de personas ha trabajado para llegar a la fecha marcada en el calendario. Han mirado red a red si había alguna rotura. Si la hubiese, un remiendo a modo de costura se convierte en la solución gracias a las manos hábiles de estos pescadores, que ya son como una familia. La mayoría se conocen entre sí, los años han forjado estos vínculos, pero siempre cabe el que llega de últimas. En poco tiempo, ya se convierte en uno más.
Durante el trascurso de los primeros meses del año, la intensidad de trabajo aumenta. Se comienza a fuego lento, tranquilos para que no se pase por alto ningún detalle. “Este es un oficio muy perfecto, como no cuadre la almadraba, no sale bien”, sentencia Ariza, quien aún tiene en el recuerdo el fantasma de las dos temporadas atrás. “La anterior fue fatal porque los peces llegaron muy tardíos. Además se nos partieron las redes y los cables”, rememora. Dos años que no han sido nada fructíferos, que ahora pretende cambiar esta tendencia a la baja. “Esperemos que venga una temporada medio buena, que la gente pueda tener su sueldo y que no ocurra nada”, añade.
Los sustos de última hora siempre están al acecho. Por ejemplo, uno de los pescadores se partió un dedo de la mano el año pasado. “Aún continúa recuperándose”, comenta Ariza, a quien se le aprecia una cicatriz aún rojiza en la cara. Este rasguño se lo hizo el pasado mes de mayo, durante las labores de preparación de la almadraba. Al descolgarse un cable de acero del barco, este perdió el control y acabó dándole a Ariza. La suerte le brindó encima y esta le otorgó que el percance no fuese a más. Pese a ello, no se ha ausentado en ningún momento, sino que continúa al pie del cañón.
El Santo Ángel no es el único lugar donde los pescadores trabajan durante los meses de preparación. El puerto de Ceuta se convierte en su otra casa donde, tras revisar las redes, engrasar cadenas y limpiar boyas; las llevan hasta la zona. Desde el almacén situado cerca del Parque de San Amaro, los pescadores lo transportan con camiones. Una vez allí, las tareas siguen. No hay tiempo que perder, puesto que mayo es el mes en el que comienza la temporada. “Este año nos hemos atrasado un poco más porque hemos tenido mucho trabajo”, comenta el presidente de la Cofradía de pescadores de Ceuta.
“Los cables se deben armar con las boyas y el montaje con bridas, cable por cable”, explica Ariza. En la misma línea, su compañero Manuel Vara García, secretario de la Almadraba, agrega que “la red tiene que ir en consonancia con el cable”. Esta malla de hilos que se echa fuera de la almadraba, según explican los pescadores, tiene 570 metros de largura y la que se arroja por tierra, igualmente, alcanza esta medida.
Una vez que el material está supervisado, no queda nada atrás, se continúa con el desplazamiento hasta el mar. Aquí es cuando los barcos comienzan a tomar cartas en el asunto, puesto que son los encargados de trasportar todo al mar y, gracias a las manos de los pescadores, echarlo todo al agua para calar. “Lo último que se lleva son las redes, ya que antes tiene que quedar el armazón de la almadraba bien fijado en la superficie marina”, explica Vara García.
El trámite burocrático se convierte en otra tarea que se añade a la faena de Vara. “Tenemos mucho trabajo con la documentación del personal porque debemos tenerla al día”, comenta. Papeles en vigor y con el beneplácito de que no haya error. Sin embargo, no se le puede despegar el ojo , ya que, por ejemplo, “si ocurre algo donde se vea afectado uno de nuestros trabajadores, tenemos que comentarlo en Capitanía”, añade. La Autoridad Portuaria de Ceuta debe ser informada de todo lo que ocurra, los lazos de contacto son estrechos.
Los días anteriores al comienzo de la temporada, a los pescadores les invaden preguntas como, “¿qué recogida se tendrá en los próximos meses?”. La respuesta no la obtienen hasta que llegue dicho momento. Atrás han dejado un comienzo de año que se refleja en las durezas que se les han generado en las manos. Falanges agrietadas, pero con la solera del trabajo duro. Sus pieles, igualmente, delatan el largo tiempo que se han expuesto al sol. No quemados, pero sí morenos. “Cuando hemos estado calando y ha hecho algo de calor, nos hemos quitado las camiseta”, sincera Rafael Ariza. También, añade que “alguno ha probado ya el agua” tras caer a ella a causa de perder el equilibro desde el barco.
La coordinación y comunicación entre pescadores han sido la madre de este engranaje que está a punto de ponerse en funcionamiento. Todas las piezas comienzan a funcionar con el deseo de que ninguna falle y les haga pasar una mala jugada en medio del Mediterráneo.
No obstante, también miran con recelo el coste que supondrá el gasoil de los barcos. “Ahora llenamos los tanques en Algeciras y no sabemos lo que nos ha costado, ya veremos cuando nos llegue la factura. Pero no nos queda otra, esto no va con agua, sino con gasoil”, expresa Rafael Ariza, en un momento en el que el precio de los carburantes no toca techo, sino que continúa en aumento.
Desde temprano, los profesionales de la mar ya se encuentran en el Puerto para montar en los barcos los materiales necesarios para la jornada de pesca. El sol ya reluce por encima del Monte Hacho. Todos se adjudican una tarea, mientras unos se encuentran llenando las tinas con hielo que tienen guardado en cámaras frigoríficas en los almacenes, otros se dedican a repasar que no se queda nada atrás. Una vez que todo queda supervisado, ya se pone rumbo en dirección a la almadraba.
Dos barcos llegan hasta la zona, Curro y Sanctorum. Y antes de que se llegue, ya existe una idea de lo que deparará esta jornada. El adelanto lo ofrecen los buzos, a quienes se les consideran como “los ranas” del gremio. Un grupo de cuatro personas se sumergen dentro del perímetro cerrado de redes para ver qué cantidad puede haber en dicho recinto. Con detenimiento se preocupan por cerciorar si merece la pena acudir a la almadraba o mejor aplazarlo al día siguiente.
Cuando se llega, solo se escucha el sonido del agua y las gaviotas. Aún queda esperar a los demás compañeros que vienen en el otro barco. No se atrasan demasiado. Y a partir de ahí, la acción está más que servida.
“Los ranas” con sus bombonas de oxígeno a las espaldas se zambullen y nadan de un lado a otro durante un tiempo. Divisan algún que otro pez, así como restos plásticos. La contaminación en el fondo marino es una realidad de nuestros días, no es un invento de unos pocos. Además, en esta cita hay un invitado especial. Un delfín se ha colado en la almadraba y no tiene medios para escapar. El final de este cetáceo pasa por la benevolencia de los buzos que lo ayudan a salir sin impedimento alguno.
Los pescadores esperan en los barcos. Finalmente, hay una respuesta. “Hoy no hay mucho”, expresa Antonio Aragón mientras alza la voz para comunicarlo al resto de compañeros. El viento de Poniente no ayuda para estas labores, el agua se aclara y deja visibilidad para que escapen de las redes. En estos casos, cuando las cantidades son reducidas, la cosecha se queda en Ceuta para distribuirlo por los comercios. “No merece la pena cruzar el Estrecho para llegar hasta Algeciras”, comenta uno de los trabajadores.
Tras el alegato, los pescadores empiezan a prepararse para la acción. Un barco se coloca en una punta y el otro en la que queda. La marea es óptima para la acción. Los buzos vuelven a adentrarse en las aguas para desplazar con los avisadores a los peces y llevarlos hasta el buche y el copo, dos de los varios compartimentos en los que se divide la almadraba. Desde arriba, el capitán da vueltas con la lancha con el mismo fin, asustarlos. Los globos, colocados en el fondo, se llenan de arena para sostener mejor la almadraba. Y, una vez que estos peces se localizan en el copo, la red que está cerrada y permite que permanezcan en este sitio, los globos se llenan de aire para que asciendan pegados a la red.
A continuación, una de las embarcaciones comienza a moverse en dirección recta hasta el otro barco, donde los esperan el resto de pescadores que están trayendo hacia ellos mismos la red a la misma vez que la dejan caer.
Estos movimientos son lentos, pero certeros. Poco a poco, los peces empiezan a saltar en el aire por la falta de agua y espacio. Se crea un manto con todos ellos, de distintas clases. Peces limones, bonitos y caballas es lo que se puede apreciar además de un calamar que se ha colado. Son muchos los peces lunas que también han quedado atrapados, pero con las mismas han sido devueltos al mar. En España, esta clase no se comercializa.
“La cosecha no ha sido buena”, resume Ariza. La captura se ha recogido con el salabardo y luego se ha introducido en las tinas con hielos. Varios centenares de kilos se llevan de vuelta hasta la ciudad autónoma introducidos en tres de los cuatro cubos refrigerados que hay en el barco. Esta vez no pisarán Algeciras. Por el momento, esto acaba de comenzar. Aún quedan meses por delante para saber si las cuentas salen en números rojos o verdes. Solo queda esperar.
Los materiales que componen la almadraba se convierten en piezas clases y forman parte de un engranaje más que perfecto. Todos tienen sus funciones. Por ejemplo, las redes, boyas y anclas tienen el cometido de fijar bien la estructura en el fondo marino. Nada debe quedar descolgado, puesto que luego puede acarrear serios problemas. En concreto, los trabajadores supervisan más de una vez las redes antes de echarlas al agua. Incluso, cuando ya están en plena mar, hay quien tiene que hacer un remiendo tras percibir que hay un agujero.
Detrás de cada pescador hay una vida. La de una persona que en un momento dado pensó adentrarse en este oficio. Este es el caso de Abdemali Seguer Salah, quien se encontró con la pesca de casualidad gracias a un amigo. Él le dio la oportunidad de acudir un día con él. Desde entonces, ya cuenta con cuatro años de experiencias y “los que aún me quedan”, asegura. Seguer Salah también espera que esta sea una temporada favorable, “que al menos nos sirva para llevar algo de dinero a las familias”.
Dos son los barcos que se usan para desplazar a los pescadores y materiales hasta la almadraba. Ambos tienen nombre personal, Curro y Sanctorum. El primero es de mayor tamaño que el segundo, por lo que este marcha bordeando el Monte Hacho y el segundo navega por la zona del foso. No obstante, también se encuentra con varios que sirven como auxiliares.
Los buzos se tiran al agua, se dirigen hasta el fondo y miran lo que hay. Ellos están en continuo contacto con el resto de compañeros, ya que son los encargados de avisar de la cantidad de peces. Si interesa, la jornada de pesca está asegurada. De lo contrario, optan por aplazarlo hasta el día siguiente. “Los ranas”, como también se les conoce a este grupo de cuatro personas, se encargan de asustar a los peces para llevarlos al buche y el copo, dos de los compartimentos de la almadraba. Una vez que trascurre todo el procedimiento entre los barcos y estos animales ya están recogidos en la red, ellos se encargan de sacar los que no interesen, como pueden ser los peces lunas. Además, hay otros que no tienen permitido capturar. Este es el caso de los atunes, las tintoreras o marrajos. En el caso de que lo hayan capturado y esté muerto, tienen la obligación de darlo a Cruz Blanca o Cruz Roja de Ceuta.
El comienzo de la temporada de este año no ha levantado el ánimo de los pescadores. En mayo solo salieron a faenar la última semana debido al gran trabajo que se les vino encima en cuanto a los preparativos. La recolecta de esos siete días fue suficiente para hacer frente a los gastos y cubrir los sueldos de la veintena de trabajadores. Al menos se ha respirado algo más aliviado, pero no por mucho tiempo. Con la llegada de junio, la esperanza volvió a florecer. Todos ansiaban por hacerse con grandes cantidades y llevarlas a la Península. La realidad ha demostrado que este viaje a través del Estrecho solo lo han realizado una vez, ya que se han obtenido un total de “2.500 kilos de peces limones”, especifica Rafael Ariza. En cuanto a Ceuta “se ha dejado un par de cajas para el comercio”, añade. Todavía no se puede dar por perdida esta temporada, apenas acaba de comenzar, pese a que estos profesionales del mar hayan salido de cuatro a cinco veces a la almadraba. “Los vientos de Poniente no favorecen para la pesca”, especifica Ariza. Ahora, la mirada está puesta en el próximo mes de agosto, cuando coincide la temporada de la melva. Para entonces confían que todo vaya a mejor, “que los peces no lleguen tarde y así se pueda cargar las tinas”, ultima el presidente de la Cofradía de pesca de la ciudad autónoma.
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