“Algunas quejas son miedo a ponerte las pilas”

‘El Langui’ es la cara más conocida del grupo ‘La Excepción’, que esta noche actúa en Ceuta para poner su broche a la Semana de la Juventud. Será a partir de las 11 en las Murallas Reales. Sus comienzos se remontan al barrio madrileño de Pan Bendito, cuando “un gitano y un minusválido”(‘El Langui tiene parálisis cerebral) empezaron a cantar hip hop. Con la película ‘El truco del manco’ ganó dos premios Goya, actor revelación y banda sonora. También ha escrito un libro y se ha puesto con el segundo. Además es padre de dos hijos.
–¿Cómo valora la integración de su concierto dentro de un espectáculo que estará precedido por una pelea de gallos?
–Pues bien, ¿no? Iremos a darlo todo, hacer lo que podamos. Esperamos estar a la altura
–¿Qué tal ve la situación de la juventud, dadas todas las dificultades que se le presentan?
–La veo falta de ilusión, de emotividad, de esfuerzo. Hemos ido perdiendo valores con el paso de los años y que creo que es muy importante el no perderlos. Los hemos adquirido de nuestros padres y nuestros abuelos: funcionan, porque te hacen más resistentes al enfrentarte al día a día, al trabajo, y a crear oportunidades o expectativas. Hemos entrado en un pozo de quejarnos mucho, de perder la ilusión. No todos, pero sí una mayoría.
–¿Se les puede decir a los jóvenes que han perdido valores y que no se esfuerzan en un lugar como Ceuta, que bate récords en cifras de paro?
–Si hay paro no encontrarás trabajo porque no lo hay. Pero cuando lo hay, se ve a un montón de jóvenes que lo rechazan. Lo que creo es que “vayamos a tener paciencia, no nos desesperemos, y aprovechemos el tiempo, no nos quedemos delante de la caja tonta”. Y poner la carne en el asador, las ganzúas tanto al Gobierno como la oposición; necesitamos trabajar. Es difícil para personas de cierta edad con familias o créditos. Me dirijo a la gente joven que muchas veces recibe esa oportunidad y la desaprovechan: que piensen en esas familias.
–¿Quejarse es sólo posible si uno se esfuerza?
–Tú eliges si te quejas o te quejas y te esfuerzas. Pero si optas por la segunda te das cuenta de que algunas quejas eran sólo miedos de no querer ponerte las pilas, de repente se convierten en polvo. Yo me quejaba por el miedo a no quererme poner.
–¿Por qué se pierden esos valores?
–Es algo generalizado. A la hora de comer podemos elegir lo mejor, hoy tienen un juguete y mañana otro y mañana otro, así con todo. Eso ha llevado a perder el respeto, la ilusión, el cariño, el humor, la amistad... muchos. Es una obra de este siglo y la sociedad que nos envuelve, acelerada y que piensa en uno mismo, en uno mismo, y en uno mismo.
–Usted es padre y uno de sus dos premios Goya se lo dedicó al suyo. ¿Que significado tiene el valor de la familia para usted?
–Ellos te enseñan a esforzarte y a no tirar la toalla, a seguir luchando y atendiendo, a seguir ilusionándote y poner una sonrisa en la boca, al igual que provocarla.
–En su otro Goya reivindicó la accesibilidad. ¿Se fija mucho en ello?
–Se está haciendo mucho, pero siempre muy lento; más de lo que me gustaría. No podemos elegir... simplemente pido que el día de mañana, todo lo que hagamos para gente discapacitada, es un bien para ti. Porque cuando tengas sesenta años te costará bajar escaleras sin barandilla, ¿no?
–Ceuta es uno de los lugares con índices más altos de personas con discapacidad. Desde su experiencia, ¿que puede decirles?
–No hay más que tirar para delante. No hay que quejarse y hay que apuntarlo todo bien para reivindicar; seguimos en la lucha. Pero muchas veces somos nosotros los que nos creamos las mayores barreras. Hay que mirar para atrás. A mí me cuesta subir las escaleras, pero el de la silla de ruedas no las puede subir. Entonces él mira detrás y se da cuenta de que tiene unas ruedas que empujar, y el otro tiene una cama y sólo puede mover la cabeza. Sólo se vive una vez y hay que disfrutarlo.
–Para muchos es un ejemplo de superación debido a su parálisis cerebral, ¿no lo siente?
–Sí claro, pero no sólo por el físico, sino por todo en general.
–¿Qué es más difícil gestionar, el fracaso que tuvieron al principio o el éxito de estos últimos años?
–Ahora, porque seguimos en el barrio. Tengo 30 años, una profesión, y la responsabilidad que conlleva que te tomen como un ejemplo, tanto los medios como espectadores. Hay que llevar los proyectos a buen puerto y trabajar en ello. Intento ser minucioso con todos los momentos, desde la creación hasta que llega a la gente. A todo ello, súmale el nivel de responsabilidad que tiene ser padre.
–¿En qué lugar sitúa el hip hop en su vida?
–El hip hop es utilidad. Te hace sentir útil, te hace sentir vivo. Es con lo que empecé, y en cierto modo siempre lo necesitas, tanto a nivel profesional como personal.
–¿Qué hay tan especial en sentirse útil?
–En la vida, todo el mundo necesita sentirse útil. Si no, la cabeza te juega malas pasadas. Siempre pongo el ejemplo de cuando llegas a mayor y te empiezan a quitar responsabilidades: “No hagas esto, no, no, no lleves a los niños, no, no, no”. Entonces, imagínate una persona que no se siente útil, o un joven que está todo el día tirado, que no se siente activo ni creador. Pero cuando le das la oportunidad, un trabajo, o le descubres algo para lo que vale, cambias su actitud, su forma, y su rostro. Lo he comprobado tanto en mí como en mi alrededor. Y eso es lo que hace el hip hop, que los jóvenes se sientan útiles.
–¿Cómo?
–De repente les rescata de la calle; cogen un boli, un papel, y tienen que rimar y documentarse, después subir a un escenario o hacer una maqueta. Y no vale mucho dinero: un boli, un cuaderno, y una base que te la bajas de Internet o te la pasa algún colega. Es muy barato sentirse útil.
–¿Fue su experiencia? ¿Cuándo fue la primera vez que el hip hop le hizo sentirse útil?
–Sí, claro que fue mi experiencia. No te podría decir un día en concreto, pero en el momento que cogí un boli y un papel, escribía cosas, bajaba y las rapeaba a los colegas que estaban pendientes de lo que iba a cantarles.
–¿Les costó mucho que la gente viera más allá de ‘el gitano y el minusválido’?
–No, al revés. Lo que más sorprendió fue que subiéramos al escenario después de que otros artistas se dirigiesen al público diciendo “hijos de puta, manos en el aire, ¡aha, aha!, ¡cabrón!, estoy aquí rapeándote a ti”. Entonces saludábamos “¡Hola buenas noches! ¿Qué tal, familia?”.  Sólo eso creaba expectativa, era raro que no soltáramos palabrotas ni “¡aha, aha!, ¡cabrón, cabrón!”.
–¿Quizá se dicen demasiadas tonterías en el mundo del rap?
–Pues igual que en el pop o en el rock, alguno que otro hay. Eso depende de cada grupo, cantante y estilo.
–Son ‘La Excepción’ que confirma la regla. ¿Qué regla?
–Cuando teníamos 17 ó 18 años, vimos como los jóvenes de nuestro barrio, Pan Bendito, se dedicaban a ir a las discotecas, a salir, y a meterse pastillas. Con todo eso se fueron a la mierda. Después, otros sin un ápice de querer madurar y mientras tanto, nosotros en nuestros cuatro  bancos de siempre haciendo lo de siempre. Un amigo nos miró dijo: “Si somos la excepción que confirma la regla”. Antonio y yo os mirarmos y lo vimos claro, qué mejor nombre.

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