La Ciudad se ha empeñado en pisar el acelerador en todo lo relativo a la polémica surgida en las oposiciones a Policía Local. Más allá de reconocer un error, no ha ejercido su obligación de aclarar un asunto que debería ser prioritario. Parece que la institución tiene miedo. Lo tiene a exponer con claridad los hechos y a sancionarlos debidamente. Sonó ridículo que lo único que hicieran con el aspirante perjudicado fuera animarle a volver a presentarse. Más aún que hace unos días indicaran que no era cuestión de linchar a nadie en plaza pública. Eso de los linchamientos son muy del PP, ellos saben mejor cómo callar voces cuando estas les molestan. Así que suena a cachondeo que nos pidan ser buenos samaritanos y dejemos de insistir en que alguien tiene que responder por lo sucedido, no olvidemos, en unas plazas municipales. Casi nada.
Hoy conocemos que se ha presentado un recurso de alzada por parte de la Defensa del policía número 15, al que arrebataron su plaza al existir una alegación por parte de la aspirante número 16. El contenido de ese recurso apunta a una serie de errores de bulto sobre los que la Administración debe responder. Si calla ante las peticiones cursadas podemos estar ante un asunto de mucha gravedad. Son demasiados interrogantes y ni una sola respuesta clara más allá de pedir que pasemos página. Pero no. Con los puestos a los que se presentan tantas personas ilusionadas y preparadas no se juega. Ni los errores humanos o de cálculo son excusas como para dedicarle una palmadita a una persona a la que le han quitado su puesto de trabajo sin tan siquiera escucharle, ni darle audiencia... propio de esas ganas de pasar página demasiado rápido. Tendrán que explicar por qué. Deberían hacerlo.
Se ha pedido documentación que no se hace pública, se ha reclamado conocer la gestión de un proceso que prefiere esconderse. Y ante un hecho de esta gravedad el Gobierno busca solo que pase la tempestad y en el ICD miran hacia otro lado olvidando la obligación de unas funciones que no ejecutaron como se debía.
La transparencia o la defensa de la claridad se antojan cuentos chinos ante posturas políticas que dicen mucho. El Gobierno no puede callar, no puede pensar que esto es un sarpullido de final de verano, tiene que hablar y contar qué piensa hacer y qué tiene que decir ante unas oposiciones en las que ha habido consecuencias que nadie quiere asumir.