El PSOE lleva tiempo siendo esclavo de sus silencios, ocultando las heridas abiertas en una formación que en los últimos años se ha convertido en un club de amigos con intereses más o menos comunes, pero bien alejado de su militancia. Cual marionetas, sus virajes en los plenos han sido motivo de escándalo.
Que dos diputados rompieran la disciplina de voto habrá extrañado solo a los más torpes. Hubo amagos muchísimo antes protagonizados precisamente por quienes ahora se rasgan las vestiduras por lo ocurrido y se disfrazan con el traje de purista frente al paso dado por dos de sus compañeros. Se engañan a ellos mismos, no son voz autorizada ni para sancionar posturas ni para dar ejemplo.
El PSOE es un cajón de sastre con demasiados aspirantes a ser jefes, aspirantes que cargan pesadas mochilas de intereses. Desembarcan con abundantes deudas y demasiadas promesas como para seguir creyendo que se está ante un ataque al socialismo e ideología porque es sencillamente falso.
No son claros porque no saben ni cómo serlo, por eso se esconden tras comunicados, dan solo las explicaciones que consideran y siguen sin respetar a quienes les votaron. Si lo hicieran habrían tenido que explicar por qué el PP les gustaba cuando se trataba de repartirse consejerías y ahora no, por qué han tenido que viajar a Madrid para poner orden al desaguisado o por qué las decisiones se imponen en vez de debatirlas.
El río revuelto que amagó con terminar en la Policía primero y en los tribunales después avanza con fuerza ante este auténtico despropósito.
Es mucho más que un par de votos, esto va más allá de una llamada al orden. Si no se pone remedio terminará siendo el inicio de la peor época socialista porque habrá a quien poco le importe reventar el partido creyéndolo suyo. Tal cual.