Aparecen en las orillas de las playas. Crecen bajo una luz tenue entre 20 y 35 metros de profundidad en el mar y son originarias de Japón. Son algas que, a pesar de su aspecto inocente, causan estragos considerables en el entorno marítimo de Ceuta.
Las aguas marinas cuentan con su presencia desde hace unos años y actualmente se encuentra arraigada. No se sabe a ciencia cierta cómo llegó hasta la ciudad, pero todas las sospechas apuntan a la acción humana, según Óscar Ocaña, director científico del Museo del Mar.
Esta alga, conocida científicamente por el nombre de Rugulopterix okamurae, ha provocado que algunos ejemplares cuenten con menos espacio en el que vivir y, por tanto, con menos presencia. Es de color oscuro y similar a otras que no pertenecen a la misma especie, razón por la que, en un principio, no fue identificada con claridad.
Una vez detectada, se han desarrollado una serie de análisis que el equipo de expertos hará públicos en un libro a lo largo del año 2025. “Es una especie exótica e invasora. Las hay que no lo son y no dan problemas”, indica.
La entidad ha estado inmersa en su estudio y las ha vigilado para obtener más información. Esta indagación forma parte de los trabajos de MESO–Alborán II, que se realizan con el apoyo de la Fundación Biodiversidad y el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Están cofinanciados por la Unión Europea por el FEMPA (Fondo Europeo Marítimo, de Pesca y Acuicultura) y contribuyen a los objetivos del LIFE IP INTEMARES.
El principal efecto que generan estas algas es el desplazamiento de otras que son autóctonas, es decir, la pérdida de especímenes locales a raíz de su llegada. Especialmente su arraigo ha sido un mazazo para la Cistoseira usneoide, que es la que más ha padecido sus consecuencias. “A esta prácticamente la ha hecho desaparecer”, expone.
Ello a su vez compromete a otras especies. Por ejemplo, esta mencionada anteriormente, afectada por el paso de la asiática, genera bosques de altura. Son espacios en los que los peces se reproducen y que cuentan con muchos recovecos en los que nadan crías. Al minimizarse su población, esto repercute en esta parte de la fauna y, con ello, al propio nicho pesquero. No solo comporta trabas para el medio ambiente, también tiene un impacto en la economía local.
La Rugulopterix okamurae no solo se ha limitado a crecer y ganar territorio. La plantilla de científicos del Museo del Mar ha hallado una variante de esta que crece en zonas más superficiales. “Se trata de una morfología distinta del alga, que compite en estos espacios, pero menos que esta”, añade. Aún queda mucho por descubrir de esta. Quedan pendientes más estudios “concretos e incluso moleculares” que puedan esclarecer aún más su situación.
No se puede decir con certeza qué ha ayudado a que esta alga se establezca en los fondos marinos. Como suele suceder en el ámbito científico, solo se barajan posibles teorías, hipótesis que dan una pista de cómo se ha llegado a este punto y que están basadas en conjeturas. Esta alga procede lugares en las que las corrientes son templadas por lo que, las características del entorno marino ceutí pueden estar detrás de su invasión. El por qué de su expansión en un punto geográfico completamente distinto al suyo podría encontrarse en los grados de las aguas. “Nuestra zona es técnicamente medio estable. En el entorno Mediterráneo no hay un entorno más equilibrado que el mar de Alborán. Esto quiere decir que, la temperatura no sube mucho en verano y tampoco baja tanto en invierno”, explica Ocaña. “Encontramos un lugar fantástico desde un punto de vista término. Además, esta es ecológicamente muy agresiva, crece muy rápido y ocupa mucho espacio por el éxito de reproducción que tiene”, señala.
Prueba de ello son los arribazones que se dieron en el primer año en el que se tuvo conocimiento de su existencia en Ceuta. Es decir, los cúmulos de algas arrancadas del mar en las orillas ya eran cuantiosos y semejantes a los actuales. Su paso provoca un manto que ha metamorfoseado la imagen de las aguas caballas. “Ha cambiado completamente el paisaje porque ha desplazado a otras algas”, detalla.
Hasta la fecha, en Ceuta se han reconocido cuatro especies consideradas como invasoras. Son, en concreto, la Asparagopsis armata, procedente de Australia; la Asparagopsis taxiformis, originaria del área indopacífica; la Caulerpa cylindracea, también australiana, y la ya citada Rugulopterix okamurae. Las tres primeras pueden avistarse en las dos bahías de la ciudad y en el propio Estrecho de Gibraltar. La última está en la bahía norte.
Las especies de otros lugares del mundo se cuelan en los espacios marinos de Ceuta. Causan estragos en la propia naturaleza y en otros aspectos.
Es esta la razón por la que la concienciación de la ciudadanía, las autoridades y los distintos agentes de la economía deben tomar parte del cuidado del planeta.
Ceuta no ha sido la única parada del alga asiática. Ya se encuentra distribuida en otros lugares. Así lo refleja el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras del Ministerio para la Transición Ecológica. El documento, que data del 2020, refleja su evolución desde que arribó a las costas nacionales y las posibles causas de su llegada.
Fue identificada por primera vez en 2016 en la ciudad caballa y, a partir de esa fecha, comenzó a observarse con más frecuencia en otras zonas.
La segunda población en la que se localizó fue Tarifa, en Cádiz. Finalmente, en 2019 se registró en Málaga, la propia capital gaditana, Granada, las islas Chafarinas y Roquetas, Almería. Las posibles vías de entrada son las aguas de lastre, los cultivos marinos y las incrustaciones en cascos de embarcaciones.
Existen discrepancias entre los bañistas en Ceuta ante la aparición de cúmulos de algas.
Pueden pasar desapercibidas por algunos y para otros resultan molestas. Indican que, su llegada a las orillas, tiene que ver con el transcurrir de las corrientes, pero, parecen desconocer, en apariencia, los efectos que acarrea su presencia cuando están en el mar.
Disparidad
“A mí me da igual. Mientras me pueda bañar, por mí bien”, comenta Daniel que disfruta junto con Alejandro de un día de playa en Calamocarro. Su acompañante tampoco se muestra incómodo por el manto que ha dibujado en la arena la fuerza del temporal. “Están en todas. Cada vez que las limpian, normalmente en el Chorrillo y la Ribera, aparecen. No hay más remedio. Es cosa de la naturaleza. No hace falta tenerle tanto asco”, expresa. A Jessica sí le da reparo acudir a este espacio y toparse con esta estampa. “Me da un poco de asco”, detalla. Considera que podrían tomarse más medidas para tratar de retirarlas y no verlas esparcidas.
“Creo hacer algo al respecto con más limpieza. Entiendo que durante todo el invierno aparezcan algas con el temporal, pero es cierto que no es agradable. Surgen moscas y bichos por ellas, pero bueno, todo es hacerse”, añade.
“Deberían mirar un poco más por la ciudadanía”, expone. “No sé si tendrá solución, pero creo que forma parte de la naturaleza”, apunta Jonathan, que está junto a ella. No es nada extraño para los ceutíes observarlas fuera del agua.
Este paisaje de tonos marrones cada vez más se repite en distintas zonas a las que suelen asistir para combatir el calor del verano.
Recientemente, el pasado día tres, un grupo de usuarios denunció esta situación en la playa de Calamocarro al mismo tiempo que criticaron el estado del arenal.
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