Opinión

¿Era Alfonso XIII un Rey belicista?

Tras el desastre de Annual, donde murieron entre 8.000 y 14.000 españoles (los historiadores difieren en las cifras) después de haber sido torturados y masacrados cruelmente hasta extremos increíbles, tan triste suceso terminó minando la figura del rey Alfonso XIII, a quien muchos veían como el principal impulsor de las operaciones de campaña llevadas a cabo en el Protectorado español en Marruecos, dado su carácter de comandante en jefe del Ejército y de la concatenación que algunos veían entre aquellos lamentables sucesos y la actuación del monarca, lo que hizo que buena parte de la clase política y grupos interesados pensaran que el rey era el principal alentador de la audacia del general Silvestre, Comandante General de Melilla, desaparecido en el desastre. Después, La Legión y Regulares de Ceuta, evitaron el total derrumbamiento de aquella Comandancia General, y luego en 1925 el desembarco de Ahucemas hizo posible la pacificación de la zona, siendo con ello restituido el honor militar español, que había quedado en entredicho.
Pero, si se analiza detenidamente aquel desastre, necesariamente hay que decir, siguiendo a Álvarez-Arenas en Teoría bélica de España, Revista de Occidente, 1972, página 29, que “Annual no fue en realidad una derrota militar, sino el efecto de abandonos y despreocupaciones nacidas de la irresponsabilidad impune, que vino a dejar al descubierto realidades lamentables y limitaciones escandalosas”. También Alcalá Zamora recoge en sus memorias, página 67, basándose en la declaración de un fraile testigo del desastre: “Annual no fue una derrota militar, sino que hubo en principio mucha confianza imprevisora y al final mucho pánico, que llegó a la locura”. Y si  bien Annual sí fue sin paliativos el peor de los tropiezos dado por el ejército español en Marruecos, lo cierto fue que allí no hubo ni un enfrentamiento en forma ni una batalla abierta, sino, primero, un avance demasiado audaz y poco previsor y, después, una retirada precipitada, muy mal planificada y desorganizada, donde el prematuro abandono de algunas posiciones hizo cundir el pánico y degeneró en una especie de hecatombe, sin oponer resistencia.
Por tal motivo, el entonces Ministro de la Guerra, vizconde de Eza, ordenó el 4-08-1921 la incoación de un expediente en averiguación de las causas que lo motivaron y para que se depuraran las responsabilidades en las que habrían podido incurrir los mandos que defendían aquella posición. Para ello, se designó instructor del expediente al general Picasso, que inició las investigaciones tendentes al esclarecimiento de los hechos tomando declaración a 79 presuntos responsables, que dieron lugar a la sustanciación de un expediente de 2.433 folios, que dio por concluido el 18-04-1922 elevándolo al Ministro de la Guerra. En contra de la opinión del rey y de La Cierva, Sánchez-Guerra remitió el expediente al Congreso de los Diputados, produciendo el mismo efecto que si se hubiera echado pólvora sobre una hoguera, dado que el instructor era implacable al describir y explicar cómo se produjeron los sucesos de Annual; lo que dio argumentos a los diputados más radicales para pedir responsabilidades al más alto nivel.
En el ámbito de la jurisdicción militar se constituyeron consejos de guerra para purgar a oficiales sospechosos de no haber cumplido como mandan las Ordenanzas Militares respecto de la misión que se les había encomendado. Se nombraron cinco jueces militares que procesaron a 79 oficiales. Con independencia de lo anterior, en el verano de 1922 el Consejo Superior del Ejército abrió su propia investigación, que finalizó con el procesamiento de otros 39 oficiales. También en 1922, en el Congreso se constituyó a primeros de julio una comisión de responsabilidades integrada por 19 diputados. Después, el 10-07-1923, se crearía otra segunda comisión formada por 21 diputados. Y es que, ya decía Napoleón que “si se quiere que un problema se eternice y no se resuelva, se nombre una comisión”. Efectivamente, luego ocurriría que ninguna de estas comisiones llegaría a ultimar sus trabajos, habida cuenta de que el 13-09-1923 el general Primo de Rivera dio el golpe de estado que impuso la Dictadura y suspendió las Cortes Generales. El expediente de Picasso misteriosamente terminó extraviado, y ya no se supo más de él hasta que en 1976 apareció publicado en Buenos Aires, bajo el prólogo de Diego Abad de Santillán.
Tanto los expedientes militares instruidos como las comisiones de diputados constituidas en el Congreso sembraron mucha sombra de dudas. A los cinco jueces militares se les pusieron toda clase de impedimentos y dificultades. Al mismo Picasso se le prohibió el acceso a los expedientes personales del Ministro de la Guerra,  Eza; del Alto comisario, general Berenguer; y del propio general Silvestre, que mandaba las tropas. Además, el rey Alfonso XIII, en noviembre de 1922, dictó un Real-Decreto ascendiendo a  Berenguer a teniente general, que era el Alto Comisario, y hasta pretendió el monarca nombrarlo su ayudante de campo. Más, también  promulgó otro Real-decreto disponiendo que “un oficial sólo podía abandonar su puesto para declarar ante el juez en circunstancias especiales establecidas por el alto mando”. Todo ello se interpretó que Alfonso XIII lo hacía para proteger a los altos mandos. Y, luego, la declaración de uno de los jueces militares, el teniente coronel Batet, causó hondo malestar en la opinión pública, dado que se quejaba de la “tortura” que le había supuesto tener que castigar a oficiales subalternos por órdenes emitidas por superiores que se libraban del castigo.
Por otro lado, buena parte de la prensa y de la sociedad exigió que igualmente se exigieran responsabilidades a algunos políticos que al tiempo del desastre desempeñaban altos puestos de mando. Por ejemplo, Ortega y Gasset planteó en su libro titulado “Annual”, página 96: “Si dispusiéramos de tanques, de camiones blindados y de aeroplanos en cantidad precisa para que sirviesen últimamente, no sólo se podría castigar rápidamente a la jarka y volver a la obediencia a los kabileños, sino que sería perfectamente hacedero, sin comprometer arriesgadamente grandes fuerzas, socorrer a las posiciones aisladas. Dos camiones blindados y provistos de ametralladoras, montados por una veintena de soldados expertos, permitirían aprovisionarles”.  Y Pemán apuntaba al rey al citarlo como partidario de liquidar la guerra de Marruecos a través de una campaña resuelta y decisiva. Y muy posiblemente tal pretensión real fuera la que le llevara a apoyar la dictadura de Primo de Rivera que, efectivamente, después acabaría con dicha guerra, pero también con el propio rey.
El mismo Congreso de los Diputados había rechazado antes del desastre las peticiones de sendas partidas de medios personales y materiales para el Ejército considerados imprescindibles, con el pretexto de siempre: el alto coste económico y desgaste político que ello conllevaba. Además, el Gobierno no había tenido una política clara y coherente sobre lo que se quería hacer en el Protectorado, tan pronto daba órdenes de emprender nuevas campañas para capturar a los cabecilla rebeldes, El Raisuni y Abd-el Krim, como contraórdenes para pactar con ellos, según el momento o las personas, dándose frecuentes repliegues y retrocesos, tal como hiciera el propio Primo de Rivera tras asumir el poder. En resumen, como también decían Napoleón y Kennedy con frase tomada de Aristóteles: “La victoria tiene cien padres, pero la derrota es huérfana”. Lamayoría de los mandos, tanto civiles como militares, prefirieron eludir sus propias responsabilidades, descargándolas sobre sus subordinados, oficiales de mediana y baja graduación.
Tal estado de cosas produjo honda impresión en la opinión pública, sobre todo, en los familiares de los muertos, que tuvieron que conocer horrorizados cómo sus hijos habían sido cruelmente asesinados y mutilados sin que por arriba nadie asumiera responsabilidades. Ello dio lugar a protestas y manifestaciones, creándose un malestar general en la población; motivo que aprovecharon algunos políticos radicales para exigir responsabilidades al rey, trasladando a buena parte de la sociedad la idea generalizada de que él había sido el principal responsable del desastre. Así las cosas, en octubre de 1921 el diputado Indalecio Prieto preguntaba al Congreso: “¿Con el rey, o contra el rey?. ¿Quién, entonces, autorizó la operación de Alhucemas, quién la decretó?. Está en la conciencia de todos vosotros; lo dijo el general Silvestre al volver de Melilla, desde la borda del barco: fue el rey”.  A partir de ahí, se quiso que toda la responsabilidad recayera sobre el monarca, desatándose una feroz campaña propagandística dirigida a terminar con la monarquía, culpándola del exceso de familiaridad que mantenía con los militares preferidos del rey, reuniéndose demasiado y comunicándose directamente con ellos sin guardar el conducto regular.
Dice Javier Morata en “Tres ensayos sobre el problema militar de España, 1931”, página 116, refiriéndose al discurso pronunciado por el conde de Romanones el 19-11-1931 en el Congreso: “Recogiendo el dictamen, cierta especie hace a don Alfonso de Borbón responsable único de los desastres de Marruecos, achacándole inteligencias con unos y otros generales, que yo no voy a nombrar ahora, en virtud de aquellas ansias imperialistas que, según el dictamen, le movían y por eso se deduce la acusación que fue el rey quien trajo el desastre. Con tal argumento se almacena la responsabilidad toda sobre el acusado; los que eran gobierno entonces no tenían responsabilidad alguna; sólo, total y exclusivamente, se hace recaer sobre el ex rey. ¿Qué podía hacer?. ¿Es que en el expediente Picasso, tan discutido, tan examinado, hay rastro, hay pruebas fehacientes, ni siquiera pruebas indiciarias de esa acción directa de don Alfonso con los jefes?. ¿Es que hay en ello siquiera trasunto?. No lo hay, y por eso no ha podido encontrarse; no hay más que supuestos; no se pasa del supuesto; y la comisión no había podido recoger de los testimonios de los generales a quienes ha citado nada que se relacionase con esto, ni que pudiera servir de cargo a don Alfonso”.
Las imputaciones de Indalecio Prieto fueron negadas de forma contundente por el Presidente del Gobierno, por el Ministro de la Guerra, por Romanones y otros, que declararon que no existía ni una sola prueba de que el rey estimulara la imprudencia de Fernández Silvestre. El mismo monarca lo desmintió categóricamente, aseverando: “El general Silvestre era un bravísimo soldado al que yo sinceramente quería y al que había distinguido con mi aprecio, como a cuantos en lucha desigual estaban defendiendo el honor de España. De ahí la burda leyenda de que la catástrofe se produjo por una orden directa mía a Silvestre para que conquistara Alhucemas el día de Santiago.
La verdadera responsabilidad de aquel desastre adjudíquensela los que se negaron a votar los créditos militares imprescindibles en aquellas circunstancias. Mi Gobierno no pudo facilitar las armas y el material necesarios a un ejército desangrado, día a día, por una partida de rifeños que creía llegado el momento de desembarazarse del Protectorado español”.
Fuera o no Alfonso XIII belicoso, lo que no puedo yo hacer en estas Fiestas tan familiares es escribir sobre la guerra sin invocar la paz que tanto bien hace al mundo donde la hay. Antiguamente, hasta las guerras santas o cruzadas, e incluso en las libradas entre los enemigos más crueles y feroces, llegadas estas fechas, siempre se declaraba la “tregua de Navidad” cesando todas  las hostilidades, que hoy ya no se respeta. Y Cervantes dio vida literaria a El Quijote para que fuera por los caminos de La Mancha enderezando entuertos, deshaciendo agravios, enmendando sinrazones y defendiendo tenazmente la libertad y la justicia.
Pero, por encima de todo, don Quijote lo que más nos enseña es la “paz”, que para él era la más alta expresión del pensamiento humano: “La paz - dijo - es el mayor bien que se tiene en la vida, y no es bien que hombres honrados hagan sufrir a otros hombres”. Pues, haciendo mía tan preciosa frase en estos días tan entrañables en que todavía suele cumplirse con la tradición de pasarlos en familia, estando reunidos con nuestros seres queridos al calor humano de un hogar y una mesa, les deseo a todos/todas muy sinceramente y de corazón: paz, amor, salud y felicidad, y que el año 2017 les depare todo lo mejor.

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