Grande es la capacidad del ser humano para recibir en su alma tanto las alegrías como las tristezas y hasta le resulta posible acoger simultáneamente a ambas.
¿No hemos visto en muchas ocasiones cómo una persona reía al tiempo que se secaba las lágrimas que brotaban de sus ojos? Pasado algún tiempo - poco en ocasiones y mucho en otras - volvía a la mente el motivo de esas lágrimas o de las sonrisas, que causaban alegría o tristeza de nuevo. El alma es sumamente sensitiva y no olvida tanto a lo que ama como a lo que le supone dolor. La vida de cada persona es, en realidad, una sucesión de alegrías y tristezas y hasta hay ocasiones en las que ambas sensaciones tienen lugar al mismo tiempo.
La vida se presenta de muy variadas formas y cada persona va acumulando, a lo largo del tiempo, una determinada experiencia, tanto en la forma de recibir los hechos como en asimilarlos y es de gran ayuda contar con unas cuantas personas que, de alaguna forma, tomen parte en su intimidad. ¿Quién no ha recibido esos sentimientos profundos del alma que brotaban del pecho de una persona amiga de verdad? Es el momento en el que debe desbordarse, con suma delicadeza, la comprensión y, sobre todo, la ayuda generosa de unas palabras llenas de emoción y de dulzura. Es el momento de ser verdaderamente útiles a esa persona que nos confiesa sus alegrías y tristezas, que desbordan su pecho y necesitan la ayuda de la comprensión.
Se podrá tener un carácter más o menos sensible y abierto, pero toda persona pasa por esas experiencias que son una gran causa de serenidad, dulzura y responsabilidad. Da igual que se tenga un carácter delicado o violento, pues a la hora de la verdad sale a relucir ese fondo del alma en el que anidan la dulzura y la compasión; se manifestará de una u otra forma pero es cierto que en ocasiones la sensibilidad aparece de forma extremadamente delicada en personas que tal vez las consideramos como bruscas y hasta de mal carácter. ¿Quién puede decir, sin temor a equivocarse, que hay almas totalmente insensibles y duras? Sólo el egoísmo personal puede negar a cualquier otra persona la capacidad de sufrir con el que padece.
Hay que olvidarse de uno mismo y salir al encuentro de tanta gente a la que, de una u otra forma, podemos tratar. Es cierto que unas personas tendrán un carácter más afín con el nuestro, pero ¿por qué han de ser desechadas las otras si apenas las hemos conocido? No conocemos sus verdaderas reacciones, las de lo más hondo de su intimidad, las de su verdad y es muy posible que desee contar con alguien a quien darle a conocer sus alegrías y tristezas íntimas, las de lo más hondo de su corazón. Esa persona se siente sola, apartada de los demás. y hay que ir al encuentro de ella para compartir sus tristezas y también sus alegrías. ¡Cuánto se aprende de quienes sufren y cuánto también de quienes nos ofrecen la dulzura de una breve sonrisa a pesar de sus dolores!
Vivimos en un tiempo de gran responsabilidad personal. Es mucha la gente que sufre, por muy diversos conceptos, y no se las debe dejar sin esa ayuda personal que supone hablar con ellos de sus pesares, de lo que les hace llorar a solas al comprobar que no tienen nada ni nadie que les haga llegar una palabra de esperanza. Las alegrías y las tristezas deben compartirse con quienes estén necesitados de algo de comprensión y de alguien que padezca con ellos sus tristezas y se alegre con sus alegrías, aunque éstas sean muy pequeñas en lo material ,y muy ásperas sus tristezas.
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