“Alégrame el día”

En sus películas, creo recordar, era Harry ‘el Sucio’ el que siempre decía, en situaciones comprometidas para su oponente, aquello de “Alégrame el día”. Todos sabíamos que con dicha frase se invitaba a que el ‘malo’ hiciera un mínimo gesto para que Harry lo achicharrase con su Magnum. Cuando días atrás, por motivos que  no vienen al caso, entré en las nuevas instalaciones que la Oficina de Turismo tiene ubicadas en el Puente del Cristo, me topé, así, literalmente, con un librito de menos de 70 páginas que me atrajo como el imán a las virutas de hierro. En verdad, el librito sí me alegró el día. Su portada es de lo más llamativa que se pueda imaginar. Es llamativa porque lo que allí se representa pertenece a la estética de los años 60.
Se la describo, amable lector: un coche americano –creo que es un Chrysler–, modelo de los años cincuenta, cuatro jóvenes vestidos de idéntica manera, uno de ellos está de pie encima del lado izquierdo delantero del coche, sobre la rueda de ese lado, empuñando una guitarra; a este lado del coche, de pie, junto a la puerta del conductor, otro joven tocando otra guitarra; en el lado contrario, en el derecho, en el de allá, un tercer joven semiapoyado en el coche y tocando la suya, y, finalmente, delante, entre los dos faros, el cuarto joven en discordia, tocando una batería. En el faldón que cubre la rueda izquierda, un nombre: “Los Truenos”, que es el nombre del conjunto formado por los cuatro jóvenes. Y al pie de la portada del libro un título, en minúsculas: “notas para la historia del rock en ceuta, años 60”. Y más abajo aún, el nombre del autor del librito, Antonio Fuentes León.  
Cuando lo tuve entre mis manos, conforme iba ojeándolo, me iba quedando petrificado. Todo él esta dedicado, escuetamente, eso sí, sin mucho aparato literario y profusamente ilustrado con numerosas fotos, a los conjuntos llamados entonces de “música moderna”, que en la década de los 60 y mediada la de los setenta hicieron su aparición en nuestra ciudad. Unos duraron lo que un suspiro y sus componentes formaron o pasaron a otros conjuntos, y otros tuvieron una vida musical más larga. Así, The Brisks, Los Dingos, Orquesta Ceutí, Los Truenos, Quarteto Julio Morgan, Raimond Quartet. Raimond Caballa, Los Meteoros, Bemol Group, Los Sónors y Los Búhos, aparecen en sus páginas. Eran tiempos de escasez de medios, pero, por  el contrario, la ilusión, la voluntariedad, el esfuerzo y la constancia hicieron que aquellos jóvenes, demasiado jóvenes la mayoría de ellos, se embarcaran en una titánica empresa sin importarles las barreras que tuvieran que salvar para conseguir sus sueños. Uno cree que lo que hace a los dieciséis o diecisiete años no importa, pero sí importa. Importa tanto que lo que no se hace a esas edades se convierte en asignatura pendiente y ya no hay manera de aprobarla. Siempre quedará pendiente. No se puede, amigo, rehacer lo vivido. Sin darte cuenta se te hace demasiado tarde para retomar la juventud. Enseguida te vuelves viejo y de forma irremediable. Lo notas porque has aprendido a amar tu desgracia a tu pesar. Es la naturaleza, que es más fuerte que tú, amable lector.  Eran años en que los jóvenes nos reuníamos en sitios insospechados para escuchar a nuestros cantantes y grupos preferidos, y allá íbamos, o bien, a casa del afortunado que tuviera un ‘pick-up’, o bien, como dice el libro, a un bar o cafetería que tuviera instalados los recordados y añorados ‘jukebox’, en el que echabas una monedad y seleccionabas el disco que quisieras oír, entre esos locales cabe recordar el ‘Avenida’ en el Morro y el ‘Rex’ en la calle Real. Asimismo, esos conjuntos que circulan por las páginas del libro se reunían en la casa de alguno de ellos, cuyos padres se lo permitían, o en algún patio de aquel entonces, o en algún garaje para ensayar. La cuestión era tocar y tocar. Yo mismo asistía en casa de Manuel Moltó, en la calle Simoa, a los ensayos de Los Truenos. Es difícil, muy difícil, que pueda olvidar aquellos días. Imposible.
Durante su lectura, el libro y sus fotos me transportaron a aquella década bien llamada prodigiosa de los 60, y me sentí, asimismo, protagonista de toda aquella maravillosa historia musical de nuestra ciudad. Lugares tales como el Centro Cultural y Artístico de Hadú, la Cervecería Baviera, también en Hadú, las peñas taurinas, la discoteca del Ulises, algunos centros parroquiales, etcétera, eran sitios a donde se podía acudir para escuchar en directo a todos aquellos grupos que con más ilusión que acierto se aplicaban en sacar canciones de aquellos instrumentos primitivos. Muchos de ellos eran artesanales.   
La lectura de este magro libro es un canto a la nostalgia, a la dulce nostalgia, de quienes, de jóvenes, vivimos aquellos años y que, de alguna forma, nos sentimos aludidos y representados en sus páginas. En esas fotos se hallan congelados retazos de unas vidas jóvenes, frescas, risueñas. Algunas de esas vidas, lamentablemente, como señala el libro, quedaron a mitad del camino. Fallecieron demasiado pronto. Entre ellos, Rafael Pino y Julio Rey, de The Brisks, a quienes conocí más de cerca.  Finalmente, todos los que aparecen en esas páginas deberían echarle un vistazo al libro y, también, quienes fueron jóvenes en aquellos años. Quiero, asimismo, agradecer efusivamente a Antonio Fuentes León que haya escrito y publicado este libro, pues con ello, obviamente, ‘me alegró el día’.