Nada hay que caracterice más a la buena amistad, o buenas relaciones, que la amabilidad. ¿Quién se atreve a acercarse a un zarzal sin tomar previamente las debidas precauciones y evitar, así, los arañazos? Buena es la zarzamora pero llegar a ese fruto y disfrutar de él exige las debidas precauciones y hasta se podría decidir alcanzar otro fruto que no ofrezca esas dificultades. La buena amistad en las relaciones humanas y, sobre todo, los gestos amables en el trato diario son terreno abonado para llegar al entendimiento en todas y cada una de las cuestiones que hayan de ser tratadas y solucionadas. Ello no supone, en ningún caso, que haya que dar la razón a quien no la tiene. Las cuestiones, por difíciles y complicadas que sean, tienen su proceso de análisis e intercambio de opiniones, pero sin tirarse trastos a la cabeza.
Eso es lo que debería practicarse en las relaciones que se mantienen tanto en el Senado como en el Congreso de los Diputados y, por supuesto, en cualquier organismo en el que se trate de cuestiones que tienen que ver con la política de nuestro país, pero, desgraciadamente, no ocurre así o, al menos, eso es lo que parece. Los gestos no son significativos de amistad y de comprensión sino todo lo contrario. Hay una negación total a admitir lo que dice cualquier proponente y, además, de forma que no pocas veces produce sonrojo. Tengo la impresión de que ésas no son las formas adecuadas para tratar asuntos que son de importancia para todos y para la buena marcha de las cuestiones nacionales. Parece como si la capacidad de enjuiciar correcta y debidamente los asuntos se hubiera instalado sólo en quienes no gobiernan.
Ello lleva al desinterés general o a tratar las cuestiones en la calle por medio de manifestaciones de todo tipo y huelgas. La imagen de nuestro país se ha deteriorado notablemente y no sirve de excusa el que en otros países ocurra algo similar. Puede que la sociedad, en general, esté sufriendo una transformación importante y sea necesario afrontar seriamente ese cambio, ¿pero tiene que ser, necesariamente, con insultos y daños en todo cuanto se encuentra en el camino? ¿No hay otra forma más sencilla y amable de afrontar la situación, por grave y honda que sea ésta? Quienes ya contamos con bastante edad tenemos la experiencia de situaciones sumamente graves después de la II Guerra Mundial y cómo hubo personas de gran valía que, con serenidad, lograron las soluciones necesarias.
Creo, sinceramente, que debe cambiar el desarrollo de la actividad política en nuestro país. Hay cuestiones de importancia más que sobrada para que todo se tome en plan de interés de Unidad Nacional y que se ha de trabajar de forma conjunta. Algo así como un buen guiso en el que hay diversos ingredientes que aportan , cada uno de ellos, su propio sabor y consiguiendo que la suma de ellos sea verdaderamente apetitosa, sabrosa y de buena calidad nutritiva. No se han rechazado ninguno de ellos y han aportado lo mejor de su esencia. ¿No debe ser lo mismo en el desarrollo de nuestro país, y, por extensión, en todo el mundo?