Es curioso cómo los seres humanos nos afanamos en construir, elaborar, planificar, idear y diseñar toda suerte de artilugios para medir y controlar el tiempo. Sin embargo, nunca, nunca parecemos vislumbrar el momento de hacer algo, ese “algo” que suponga un giro, un movimiento o tan siquiera un simple golpe de cintura a toda esa mierda que nos llueve sin cesar desde que otrora se inventaran los verbos mandar y obedecer... y nosotros los conjugáramos, claro. Ofrecemos la sempiterna impresión de arreglárnoslas perfectamente para remitir ad calendas algo que pudiera suponer algo distinto al itinerario -más que prefabricado- que nos marcan sin cesar. Puede que, motivado por muchos años de doma, mucho de razón tenga todo esto, pero esta foto fija de un supuesto inmovilismo social es sólo un espejismo interesado y potenciado desde quien manda. Pero, guste o no, como dijo un tal Galileo Galilei a la Santa Iglesia, al Poder establecido y por excelencia de entonces: “y sin embargo, se mueve”.
No obstante, la imagen que se pretende proyectar es la de un mundo feliz en el que nada se tiene que mover porque todo está bien, y si así no fuese, si algo no cuadrase, sería convenientemente recompuesto por quienes piensan por nosotros y obviamente por nuestro bien. Por ello, me pregunto si quizás las agujas de los relojes no fueron inventadas por quienes, inteligentemente, sabían con razón que las manecillas avanzan y retroceden según el antojo de quien da cuerda en ese inmenso cuadrante que procura gobernar, desde nuestro tiempo de dormir, pasando por el de trabajar hasta el de hacer el amor. Quieren que sigamos siendo, lo queramos o no, una suerte de meros robots de cocina -muy sofisticados, eso sí- cuya labor consiste tan sólo en mezclar, de forma mecánica y repetitiva, los ingredientes que otros, los de siempre, deciden por nosotros hasta que, casi sin darnos cuenta, acabamos produciendo/consumiendo lo sofisticadamente programado.
Pero no nos engañemos, aún en la era de los códigos binarios, neutrinos y microships capaces de millones de operaciones por milisegundos, el invento del condicionamiento/adoctrinamiento, no es fruto, ni muchísimo menos, de las últimas tecnologías. A pesar de ser tan antigua como aquel Anillo forjado para gobernarlos a todos, esta historia parece tan nueva que funciona con una imprescindible precisión atómica que permite que nos introduzcan, hasta por los ojos, todo lo política y milimétricamente correcto; tanto es así que nos dictan, machaconamente, lo “adecuado” para que jamás saquemos los pies del plato, como suele y debe hacer la gente de bien, por otra parte. Está claro, no hay peor cadena que la que uno mismo se forja.
Es pues, lo que ahora se denomina “los mercados”, el ente falsamente amorfo que ordena qué, cuándo, cómo, dónde y por qué debemos decir o hacer algo, bajo, “eso sí, bajo la “voluntariosa” intención de guiarnos hacia lo que más nos conviene… eufemismo que se traduce en “lo que más refuerza al Poder”, claro está. Ya lo ven, es la misma historia de siempre, la misma lluvia ácida inquisitorial de toda la vida que intenta convencernos de que nada puede/quiere cambiar. “Es lo que hay” nos repiten machaconamente hasta esa saciedad que provoca que la burda mentira se transforme en férrea verdad. Un Clásico.
Sin embargo, y a pesar de los pesares, aunque sea sólo por un segundo -ínfima parte de una vida, de cualquier vida- debemos encontrar el modo de cambiar, perdón, rectifico, tenemos el deber de tener la voluntad de querer cambiar el rumbo que siempre nos han marcado a base de palos, sean físicos o no -que de todo hay-. Debemos/tenemos que transformar la foto fija en animación, por pura supervivencia.
Está claro como el agua clara, que ha llegado el momento de detener los mecanismos que nos marcan tiempos y ritmos para que, de una vez y para siempre, decidamos cuáles son nuestros plazos y dónde deben situarse. En nosotros reside la posibilidad de que la palabra Vida vuelva a tener sentido o, simplemente, tenga sentido…de una vez por todas.
Así, los que hasta ahora tenían la posibilidad de aportar un átomo de grano de arena para que las cosas cambiasen ya han pasado a tener el deber de hacerlo, y ello so pena de querer entregar, a las generaciones actuales y venideras una Sociedad más parecida a un sofisticado y pulcro campo de concentración que a cualquier otra cosa.
Ya no caben medias tintas porque, (¿hará falta recordarlo de nuevo?) hace demasiado tiempo que la Historia se escribe con la sangre de los de siempre. Por ello, ya es inconcebible no tomar partido, ya que el mero hecho de no declararse afectado por todos los atropellos sociales representa, sin duda, una alianza en toda regla con quienes amasan fortunas a costa de miserias pasadas, presentes e inmediatamente venideras.
Así pues, hora es de tomar conciencia de que podemos ser los arquitectos de lo Nuestro. Momento es de entender que ya nos sobran todos los caminos que llevan a Roma y que nos faltan, eso sí, los que conducen al destino que nosotros mismos decidamos.
Sí, relojes y relojeros ya están de más, ellos lo saben perfectamente y ahí, precisamente ahí, reside el peligro. Cada paso que se da, cada conciencia que se despierta, cada pancarta que se despliega, cada grito que se alza, cada libro que se lee supone un retroceso para quienes sólo conciben la libertad para mover capitales… a nuestra costa, claro.
Estamos en el buen sendero, en el de no callar, en el de no admitir, en el de proclamar que todos somos una infinita sucesión de individuos que nos negamos a ser tratados como rebaños incultos a los que hay que guiar para que no se descarríen, en el de decir que, lo quieran o no, tenemos un mundo nuevo en nuestros corazones que no entiende de atropellos, sean esos atropellos del marchamo que sean.
Sí, parece que Al Sur del Edén empezamos a creernos que las cosas pueden cambiar con tan sólo tener la voluntad de querer llevarlas a cabo, al tiempo que estamos cayendo por fin en la cuenta de que llevamos demasiado tiempo dormidos y de que ya es hora de salir del coma inducido en el que nos tienen sumido.
Mi mañica preferida, que no se suele “bajar del burro”, dice que todo se resume en tres principios fundamentales que un día expuso Ricardo Mella, basándose en la esencia de la Revolución Francesa de 1789:
La Libertad como base, la Igualdad como medio y la Fraternidad como fin.
¿Pero, tan complicado es de ver? afirma una y otra vez. Pues, sinceramente, creo que ahora el mensaje ha calado; ni sé por qué, ni me importa, sólo tengo la sensación de que ahora es la hora de seguir lo que otros ya iniciaron hace unos decenios dejándonos la lapidaria frase de que “todo aquel que se sienta con capacidad, arrestos e inteligencia, mejore nuestra obra”.Falta saber si, finalmente, tendremos el valor de querer caminar por el sendero que decidamos marcarnos, aunque, desde que me convencieron de que ser optimista era la mejor vía para vencer barreras, tengo la sensación de que, efectiva e irremediablemente, “algo” está en marcha. Por ello, creo firmemente que, uno a uno y una a una, nos sobran la capacidad y el arresto para poner la palanca en su sitio y ejercer la fuerza justa para que todo se mueva. Lo de la inteligencia ya se puede comprobar porque todos estamos hartos de estar hartos y porque, por mucho que intenten dar cuerda al revés, ahora YA es la hora y todos lo sabemos.