Sin ánimo alguno de adentrarme en fanguizales innecesarios, de largo es sabida la querencia de numerosos jeques con más dinero que sentido común (estupenda frase textual del protagonista de la cinta) por hacer realidad cualquier excentricidad apoyándose en las pontificaciones de que todo tiene precio y que sólo se vive una vez. Uno de estos ricachones con mucho tiempo libre pone el escenario del autoexplicativo título de la británica obra basada en el exitoso libro del igualmente británico Paul Torday. Hago especial énfasis en las nacionalidades porque sólo de aquellos lares podría salir un proyecto tan absurdo narrado con tanta delicadeza.
Ewan McGregor interpreta al doctor Jones (nada que ver con Indiana, no se asusten), un reputado especialista en vida marina que trabaja en el Centro Nacional para el Fomento de la Piscicultura (tooooma ya) que se ve involucrado en el disparatado propósito del jeque (con una bella Emily Blunt como intermediaria) de llevar salmones al desértico Yemen para disfrutar de los supuestos placeres de la pesca con mosca. La primera reacción de este protagonista desbordado y con una desquiciantemente cómica ausencia del sentido del humor es la de mandar a paseo al personaje de Blunt, pero el Primer Ministro entra en escena y fuerza la colaboración ante la estupenda oportunidad de estrechar lazos con los países árabes y hacerle a la vez un buen favor a su carrera política…
Si bien la película, dirigida por el sueco Lasse Hallström (Las normas de la casa de la sidra, Chocolat) despierta complicidad y dibuja más de una sonrisa con ese toque cómico deliciosamente contenido, a buen seguro el estilo de la historia queda mejor plasmado entre las páginas de un libro, y aquello que se nos plantea en la gran pantalla abarca más géneros de los que logra retener, lo que provoca continuos contrastes agridulces, a veces contradictorios. Buen ejemplo de ello es el hecho de que tanto McGregor como Blunt aportan personalidad y consistencia con sus trabajos, evidenciando grandes momentos con sus divertidos diálogos surrealistas (de lo mejor junto a la aparición secundaria pero gloriosa de Kristin Scott Thomas en el papel de agresivo sabueso del Primer Ministro), pero a la vez son incapaces de evitar contagiarse del bajón de una historia romántica que no tiene pies ni cabeza.
Con sus altibajos bruscos y pretensiones filosóficas excesivas (aunque vivan remando a contracorriente, los salmones no dan para tanto), la originalidad de la marcianada y el buen rollo vital que contagia logra ese “nosequé” que hace que salgas del cine con ganas de llamar a algún amigo para invitarlo a cenar y disfrutar de su compañía sin mayor complicación, hecho de agradecer en los tiempos de “mascabilis” que atravesamos…
Puntuación: 4
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