El escritor Luis Racionero, en su obra titulada “El Progreso Decadente” (Premio Espasa Ensayo 2000), menciona el libro “la sociedad opulenta” de John Kennet Galbraith como uno de los que mejor describe la segunda mitad del pasado siglo XX. Pues bien, hace apenas un mes, se ha editado una traducción de este trabajo en la asequible colección Austral de la editorial Planeta. Su reedición no puede ser más oportuna teniendo en cuenta lo que nos está cayendo en estos días con el recrudecimiento de la crisis económica en España. Ahora más que nunca necesitamos obras que rompan con lo que Galbraith denomina “la sabiduría convencional”, un importante obstáculo a los cambios que necesitamos para salir de esta complicada situación económica. Tal y como comenta este autor, la mayoría de la sociedad se comporta como si fuera “muchísimo mejor estar firmemente anclados en la insensatez que hacer rumbo hacia las revueltas aguas del pensamiento”.
Galbraith fue uno de los pioneros de la llamada historia económica y dedicó algunos de sus estudios a analizar las principales crisis del siglo XX. De hecho uno de sus trabajos más conocidos estuvo dedicado a analizar “El crac del 29”. Durante este episodio económico, similar al que estamos viviendo desde hace tres años, la sabiduría convencional defendía con virulencia la importancia de un presupuesto equilibrado, es decir, la limitación del defícit. Entonces, como ahora, Galbraith comenta que esto “condujo a una severa reducción en los ingresos del Gobierno Federal (EE.UU), también aumentó la presión sobre una serie de gastos sociales y de socorro. Un presupuesto equilibrado equivalía a mayores tipos impositivos y a una reducción del gasto público. Contemplado retrospectivamente, sería difícil imaginar un proyecto mejor para reducir la demanda de bienes, tanto privada como pública, agravar la deflación, incrementar el paro y contribuir al sufrimiento general. Sin embargo, el presupuesto equilibrado continuaba teniendo suprema importancia para la sabiduría convencional”. Por aquel entonces, el presidente de EE.UU. Hoover, -al igual que hoy día defiende el Sr. Rajoy y hace tres días, el Sr. Zapatero-, hablaba del equilibrio presupuestario, según comenta Galbraith, como una “necesidad absoluta”, “el factor más esencial para la recuperación económica”, “el inmediato e imperativo paso”, “indispensable”, “la primera necesidad de la nación”, etc…Según sigue comentado Galbraith, “casi todos aquellos a quienes se pidió consejo durante los primeros años de la depresión fueron llevados por la sabiduría convencional a empeorar las cosas. Tanto los liberales (izquierda) como los conservadores (derecha) estaban de acuerdo en estos principios generales”. El mismo Roosevelt accedió a la presidencia de los EE.UU con un programa de austeridad, política económica que se mantuvo imperturbable hasta que en el año 1936 llegó John Maynard Keynes con su “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero” y socavó la sacrosanta idea de la contención del defícit público.
Lo que sucedió en el año 1936, y lo que vino como consecuencia de la aplicación del pensamiento económico de Keynes (New Deal) encaja en la visión de Galbraith sobre el ciclo vital de la sabiduría convencional. Para nuestro referido pensador “el enemigo de la sabiduría convencional no son las ideas, sino la marcha de los acontecimientos…La sabiduría convencional no se adapta al mundo que supone interpretar, sino a la visión que su público tiene de este mundo. Puesto que esta última está aferrada a lo cómodo y familiar, en tanto que el mundo continúa evolucionando, la sabiduría convencional se encuentra siempre en peligro de quedar anticuada. Esto no es necesariamente fatal. La sabiduría convencional recibe el golpe fatal cuando las ideas convencionales fracasan notoriamente al intentar resolver alguna contingencia para la cual su antigüedad las ha hecho manifiestamente inadecuadas. Éste tiene que ser, tarde o temprano, el destino de unas ideas que han perdido su contacto con el mundo. En tal momento alguien pondrá de relieve la discrepancia que se plantea. A él le corresponderá la reputación de haber derribado la sabiduría convencional e implantado las nuevas ideas. En realidad, y aunque su papel no deje de ser importante, sólo habrá cristalizado en palabras lo que los acontecimiento exponen con claridad”. A continuación Galbraith hace una reflexión que a nosotros nos parece especialmente lúcida. Y dice: “Mas la sabiduría convencional, como la Vieja Guardia, muere, pero no se rinde. La sociedad, como una crueldad intransigente, puede desplazar sus exponentes de la categoría de sabio a la de anticuado, e incluso a la de majadero”.
Resulta como poco paradójico que habiendo transcurrido más de setenta años del destierro de la idea del equilibrio presupuestario, ante su rotundo fracaso y penosas consecuencias que se vieron en la crisis del 29, aún se mantenga como el lema preferido por los economistas neoliberales. De hecho incluso los planteamientos keynesianos fueron considerados por Galbraith, a mediados de siglo pasado, como una idea ya superada. Puede que hasta algunos de los propios postulados de Galbraith podríamos etiquetarlos de obsoletos, comentario que seguro no disgustaría a este lúcido e inteligente economista de origen canadiense.
Su abrirnos un poco más el obturador de la cámara desde la que observamos la crisis veremos que no se trata de un problema exclusivamente económico. Mas bien estamos siendo testigos de una crisis global en términos ecológicos, sociales, económicos y éticos. Cada día es más patente que el modelo de crecimiento económico es incompatible con un planeta de recursos finitos que están dando evidentes síntomas de colapso. Los principios con los que se maneja la economía mundial son antediluvianos, pero siguen empotrados en la sabiduría convencional, hasta que nuevamente los acontecimientos demuestren el tremendo error en el que se incurre. Y lo llevan haciendo desde hace décadas (calentamiento global, pérdida de la biodiversidad, contaminación, conflictividad social, desigualdad económica, hambre, etc…) sin que se den pasos firmes en otra dirección. Unos caminos que llevan abriendo diversos movimientos sociales y pensadores alternativos en la línea de lo que ha venido denominándose la economía ecológica. Desde los pioneros trabajos de Lewis Mumford o Herman Daly hasta los más recientes, en el ámbito español, de Naredo, Martínez Alier o Riechmann, este nuevo enfoque económico reclama a los ciudadanos que tengan presente los tres niveles en los que se funda la economía: la economía “real-real” de los recursos naturales y los ecosistemas; la economía “real” que produce bienes y servicios tangibles; y por último, la economía de papel (o apuntes contables) de las finanzas y el sector bancario. El problema, como denuncia de manera brillante Jorge Riechmann, es que estos niveles están desconectados en la actualidad. Lleva razón este pensador cuando proclama que “es un terrible despropósito que el poder financiero domine a la economía productiva, y que a su vez la economía domine a la sociedad y a la naturaleza”. Es preciso invertir estas prioridades para situar a la naturaleza y a las personas por delante de la economía, y sobre todo situar a la economía ficticia que representan los mercados financieros en el puesto secundario que en justicia le corresponde. Tengamos siempre presente la idea expuesta por John Ruskin, “no hay riqueza, sino vida”. Este principio sí que merece estar siempre presente en la sabiduría convencional.
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