“Él se merecía que todos estuviésemos despidiéndole”. El último viernes Natalia Alba se plantó en Ceuta, desde Bilbao, en apenas cuatro horas. Los astros, bromea, “se alinearon” para poder tomar un avión y un helicóptero casi en tiempo récord. Tener que decir adiós a su abuelo no estaba, ni de casualidad, en los planes de toda su extensa familia. Uno de sus primos, desde Madrid, también condujo su coche para llegar a tiempo. Y llegó. Diagnosticado pocos días antes como positivo en
coronavirus, Antonio Alba había sido ingresado en el
hospital, de acuerdo al protocolo, casi por precaución, por sus 92 años y por sus
antecedentes de bronquitis. “Síntomas de covid de tos, fiebre… no tenía. De hecho, comentaron que saldría pronto de alta pero luego decidieron mantenerlo allí, algo verían los médicos”, cuenta Natalia, “a mí me queda la alegría de que se ha ido tranquilo y de que en su vida ha sido muy feliz”.
Es la víctima 148 de la pandemia en la ciudad. Todo fue demasiado rápido. Una amarga sorpresa para sus seis hijos (Paco, Carmen María, Tali, Miguel Ángel, Antonio y Javier), sus nueve nietos (Natalia, Daniel, Raquel, Javier, Andrés, Lorena, Laura, Alejandro, Pablo) y sus dos biznietos (Miguel Ángel y Gonzalo). También para Gonzala, su mujer, a quien con 86 años su propia enfermedad, el alzheimer, no le permite ser plenamente consciente de lo ocurrido, pero que lleva días preguntando por quien fue su compañero de vida. “Y Antonio, ¿a dónde se ha ido?”, dice en ciertos momentos del día. Echa de menos a su pareja de baile. A Antonio y Gonzala les gustaba bailar, disfrutaban del tango y su casa está “llena de trofeos” porque “ganaban todos” los concursos. “El último video que tenemos de él bailando es de hace un mes”, cuenta Natalia comentando que, aunque con los achaques normales por sus 92 años vividos, Antonio “estaba muy bien”. Antonio también le daba a la petanca, su otra gran afición y uno de los deportes más emblemáticos en su barriada,
Zurrón, hasta donde llegó desde El Príncipe, donde había nacido. Y le gustaba viajar, así que no se perdía una sola oportunidad de hacer la maleta y disfrutar.
“Qué bonito es que te quiera todo el mundo” Esta era la frase por la que se recordará a Antonio: “Qué bonito es que te quiera todo el mundo”. Se sentía afortunado y adoraba reunir a todos los suyos en torno a una buena mesa. Una de las últimas veces fue por su 90 cumpleaños, un 1 de abril, antes de la pandemia. Festejaron las nueve décadas en un hotel, pero en su familia no hacían falta cumpleaños ni fechas señaladas para reunirse. Bastaba que llegara el sábado. “Nos hemos juntado siempre los sábados en casa de mi abuela. ¿Lo que no podía faltar? La tortilla de patata, los filetes ‘empanaos’ y, para los nietos, una gran bolsa de chucherías”, recuerda Natalia con nostalgia. Un eterno suspiro se anticipa a la respuesta. ¿Cómo era el abuelo? “Mi abuelo ha sido muy bueno, todo el mundo lo quería, eso es con lo que nos tenemos que quedar. Él ha tenido buena vida, no ha tenido grandes problemas, somos afortunados de que tanto sus hijos como sus nietos hemos estado sanos, él no ha sufrido como a veces les pasa a otras familias… sí, creo que mi abuelo ha sido muy feliz”, responde Natalia. Sus palabras se confirman echando un vistazo a unas cuantas imágenes del álbum familiar. Celebraciones que Antonio, a pesar de haber trabajado durante toda su vida en la fábrica de cerveza, gustaba de terminar con un ‘agüita con limón’, como pedía con cierta sorna. Así que, allá donde esté, seguro sigue disfrutando y riendo, viendo cómo todos, en este mundo, le siguen recordando como el gran hombre, padre, abuelo y amigo que fue.