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Acoso sin medida, por cruzar al otro lado del Estrecho

La presión que se registra a diario en la zona portuaria ha terminado por superar a las fuerzas de seguridad. Argelinos y menores “incluso de 8 años”, reconoce un agente portuario, ejercen un acoso constante e imparable sobre los camioneros y los ferrys en ese intento por hallar un hueco para llegar a la península.

Se suben al techo de la estación marítima, saltan a la pasarela de embarque, aprovechan las paradas de camiones en las gasolineras o en la explanada previa al embarque... la presión es diaria y a cualquier hora. De hecho, las medidas que puso la Autoridad Portuaria pensando que con ellas iba a tener solucionado el problema (como la colocación de chapas o concertinas y el cierre de huecos) han sido insuficientes. “Su efectividad duró menos que un caramelo a las puertas de un colegio”, puntualiza el agente.
Los agentes que se patean a diario la avenida Cañonero Dato y la zona de embarque se enfrentan a un trabajo marcado por el sinsentido. Localizan al inmigrante, lo interceptan y al momento queda en libertad para volver a hacer lo mismo: esconderse para marchar a la península arriesgando su propia vida. “La verdad es que estamos superados, todas las noches se detiene una media de entre ocho o diez personas que luego quedan en libertad y vuelven a intentarlo”, apunta un agente de la Guardia Civil.
No lo dice sin base. Las estadísticas que maneja el Instituto Armado hablan por sí solas de la situación que se registra en el puerto. Solo hasta el pasado noviembre, se contabilizaron más de 1.200 servicios que tienen que ver con esta función. Es decir, servicios que consistieron en localizar a alguno de estos inmigrantes ocultándose en vehículos o intentando colarse en los ferrys que unen Ceuta con Algeciras. Detrás de alguno de esos intentos está, en ocasiones, la misma persona. “No paran hasta que lo consiguen”, añade el agente. Y lo hacen de cualquier manera: debajo de camiones, dentro de bateas, colándose en autocaravanas de turistas, saltando directamente a los barcos o dentro de los camiones que trasladan los lodos de la EDAR, tal y como denunció El Faro lo que no hace sino incrementar su peligrosidad.
Este es sin duda el auténtico efecto llamada, la confirmación de que a diario hay inmigrantes que consiguen llegar a la península lo que anima a que se produzcan nuevas entradas. La puerta de entrada: el Tarajal, fácilmente franqueable por los inmigrantes argelinos que se cuelan aprovechando las entradas de marroquíes a primera hora de la mañana. La de salida: el puerto, mediante el acoso constante a los camioneros, que ya se han cansado de trasladar sus quejas a la Asociación de Transportistas, una de las más críticas ante este tipo de situaciones no ya solo por el temor a toparse con un problema de índole delincuencial (que puedan ser acusados de un delito no cometido porque se le encuentren inmigrantes en sus camiones) sino también por los daños que sufren en sus vehículos causados por los propios inmigrantes.
Y en medio de todo esto el sistema. Una burocracia que no funciona con la celeridad que debiera y que permite la efectividad de esta picaresca. Los argelinos y, en menor medida, subsaharianos que intentan colarse en los barcos son residentes en el CETI. Son, además, solicitantes de asilo y no se les puede expulsar hasta que sus expedientes sean resueltos. Tarea que les permite disponer de unos cuantos meses para hacer su única labor diaria: estar en el puerto para escapar.
“Cada día se cuelan por sitios distintos, lo intentan por varios atraques, hacen lo posible para dar el salto”, señala un agente. A esa presión constante y diaria tienen que responder los agentes de las distintas fuerzas de seguridad destacadas en el puerto, desde la propia Guardia Civil, hasta la Policía del Puerto y la Nacional.
Así a diario, así sin solución más allá de la escenificación del juego del gato y el ratón. Uno se esconde y otro intenta cogerle. Algunas veces resulta y otras no. Y en medio de este juego las reyertas, los enfrentamientos entre grupos y la conformación de grupos que terminan dando pie a pequeñas bandas enfrentadas. Los menores, cada vez más, manipulados por los adultos. Y éstos, buscando controlar el mercado, cualquiera que sea, para ganar dinero.
Delinquir en establecimientos (los comercios de Cañonero Dato asumen pérdidas constantes producto del robo), sustraer en vehículos (ayer mismo la Policía del Puerto detuvo a un menor de 16 años al que sorprendieron in fraganti en esta práctica) o dominar áreas concretas para ejercer de aparcacoches acosando directamente al ciudadano.
Esta última práctica también tiene  sus riesgos, ya que los grupos buscan quedarse con áreas determinadas y aparcamientos para monopolizar la petición de las propinas. Los enfrentamientos, más o menos violentos, entre los propios inmigrantes dan pie a reyertas en las que pueden llegar a participar decenas de ellos u otras que son más aisladas. En la mañana de ayer, agentes portuarios además de policías y guardias civiles tuvieron que intervenir a las puertas de uno de estos establecimientos para contener una pelea en la que resultó herido un argelino con fractura nasal. Tuvo que ser evacuado en ambulancia al Hospital y se produjo la detención de su agresor, otro inmigrante subsahariano. El motivo de la trifulca: quedarse con la parcela de poder de la que, saben, pueden obtener dinero: el aparcamiento.

Menores que habitan la zona, incluso de 8 años

Menores desamparados, que no quieren estar en el centro de La Esperanza, y que pernoctan en el puerto. Menores que marchan en pandillas integradas por algunos de más corta edad y que pueden ser manipulados por adultos para la prácticas de delitos. Ellos son sin duda el eslabón más frágil de toda esta problemática. Y lo son porque aunque están detrás de buena parte de los delitos no dejan de ser niños expuestos a una manipulación, al consumo de drogas y a otros fenómenos. Su exposición al peligro es diaria.

el faro Las reyertas entre inmigrantes están a la orden del día. Ayer hubo una agresión por el control de los aparcamientos que terminó con un argelino herido.

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