Categorías: Sucesos y Seguridad

Acorralados en Marruecos

{jaimage crop="TC" /}Viven en apartamentos insalubres o escondidos en los bosques esperando el momento de poder cruzar a España: son miles en Marruecos los subsaharianos que se encuentran acorralados, privados de todos sus derechos y con miedo a expresarse por temor a represalias. En el barrio de Bujalef, en Tánger, el ambiente que se respira es tenso después de que Cedric Bete, un joven camerunés, falleciese a principios de este mes durante una de las habituales redadas policiales y sus compañeros recorriesen las calles con el cadáver en hombros para denunciar su muerte. Tan solo había pasado un mes cuando en el mismo barrio y en otra redada policial Moussa Seck, de nacionalidad senegalesa, perdió la vida de la misma manera que Cedric. En los últimos meses, ya son cinco los subsaharianos que han muerto en incidentes violentos -con policías o con civiles- en este país.
Tras la muerte de Cedric, los subsaharianos salieron con el rostro al descubierto a la calle al grito de ‘Policía asesina’. Filmaron la protesta, pero también el cadáver del joven tendido en el suelo nada más caer de un cuarto piso y los rostros de sus amigos tapándose la cara con las manos al ver el cuerpo.
Bujalef es uno más de los muchos barrios que existen en esta ciudad donde malviven en la indigencia subsaharianos, personas con nombres y apellidos pero reducidas en los comunicados oficiales a la etiqueta de “candidatos a la emigración ilegal”.
Después de lo sucedido con Cedric, los desconocidos no son bien recibidos por los marroquíes vecinos del lugar, quienes también protagonizaron su propia protesta tras la muerte del camerunés, pero en su caso bajo lemas como “No queremos a negros en este barrio”.
Brahima tiene 34 años, Amadou, 33, y Abdolai, 32. Los tres (cuyos nombres son ficticios) llegaron a Marruecos desde Senegal, Camerún y Costa de Marfil, respectivamente, y se atreven a romper el silencio impuesto.
Cada uno de ellos tiene una historia distinta, pero a todos les une una común: sus vivencias como inmigrantes en Marruecos.
Viven en apartamentos de Bujalef donde se hacinan una veintena de personas que comparten hasta la ropa y que muchas veces se ven privadas de agua y de electricidad.
Amadou y Abdolai intentaron sin éxito cruzar en lancha neumática a España y pagaron entre 1.000 a 2.000 euros cada vez. Un periplo que repitieron varias veces y en el que pusieron en peligro sus vidas y vieron cómo otros las perdían.
“Nosotros no queremos estar en Marruecos. Estamos de paso. Si la frontera estuviese en otro sitio, no estaríamos aquí. Maldigo el día en el que llegué”, apunta Amadou.
Detenidos en las costas de Tánger por la Marina Real marroquí, transportados a comisaría, abandonados en “tierra de nadie” en la frontera entre Marruecos y Argelia, han tenido que volver a empezar desde cero.
“Nos sentimos acorralados, como si hubiésemos caído en una trampa de la que no podemos salir”, comenta Abdolai que consiguió que su mujer lograse entrar en España y llegar a Madrid, donde dio a luz a su hijo que ahora tiene tres meses.
El Grupo de Acompañamiento y Defensa de Extranjeros en Marruecos (GADEM) ha reclamado una moratoria sobre las expulsiones ahora que Marruecos ha anunciado un proceso de regularización de los inmigrantes en situación ilegal (entre 25.000 y 40.000) durante todo 2014.
“Se trata de una reforma enorme, muy rápida, y para muchos no es fácil de digerir”, explica Hicham Rachidi, miembro GADEM, quien asegura que “las administraciones territoriales de Uxda, Tánger o Nador, que tenían la impresión hasta ahora de rendir un servicio a la Nación (el de reprimir la emigración ilegal), se resisten a esta nueva política que consideran injustificada”.
Precisamente, coincidiendo con el anuncio oficial, desde hace semanas se está llevando a cabo en Marruecos una campaña de redadas contra la emigración ilegal que ha supuesto la interceptación de varios centenares de personas en las costas del Estrecho, entre Tánger y Ceuta.
Para Brahima, Amadou o Abdolai a pesar de los riesgos, el viaje en neumática sigue siendo preferible a las vallas de Melilla y Ceuta, que cuentan además con una alambrada con cuchillas. “De diez personas que hay en Gurugú (monte cercano a Melilla) ocho tienen heridas graves. Allí te encuentras entre la vida y la muerte. Queremos un futuro mejor, pero ¿cuál es el precio que tenemos que pagar?”, comenta Amadou, que cuenta los céntimos para poder regresar a casa, a Camerún, con su familia.

quino Las vallas de Ceuta o de Melilla, vías temidas por los inmigrantes.

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